Los comentaristas que están considerados como más próximos a La Moncloa, o a los nuevos ministros más próximos a La Moncloa, hablan mucho de la confrontación inminente, que tendrá consecuencias, entre los ‘sorayos’, es decir, los cercanos a la vicepresidenta Soraya Sáenz de Satamaría, y los ‘cospedalos’, más próximos a la secretaria general del partido y nueva ministra de defensa, María Dolores de Cospedal. Parecería que el enfrentamiento entre ambas, que ha caracterizado los cinco años de Rajoy en el poder, es irreversible, “insuperable”, dicen monclovitas que, al parecer, no se han enterado de que Trump podría ofrecer la Secretaría de Estado a su hasta ahora mortal enemigo entre los republicanos, Mitt Romney, que llena las hemerotecas con sus ataques al millonario de la ‘tower’ de oro. Extraños compañeros de cama, eso es lo que hace la política, como bien dijo Churchill.
Así que no es del todo impensable una reconciliación táctica, y hasta estratégica, entre las dos damas más poderosas de la política española, a las que Rajoy quiere, por lo visto, en su Gobierno por aquello, tan típico de los mandatarios españoles desde los tiempos de Franco, de mantener los equilibrios y que unas potencias anulen a las otras, de manera que el jefe quede siempre por encima de las aguas turbulentas.
Pero, mientras este acercamiento se produce (o no…que diría Rajoy en sus momentos más galaicos), lo cierto es que la dicotomía en el poder acapara no pocos comentaros en los cenáculos y mentideros madrileños. Lo mismo que el destino actual de Iñigo Méndez de Vigo, que pasa, por talante y quién sabe si por talento, por más ‘sorayo’ que ‘cospedalo’: por esos cenáculos, algunos creo que muy bien informados, pasó el rumor de que Mariano Rajoy hubiese querido, por muchas razones, a Méndez de Vigo como ministro de Exteriores, una vez que la caída de García Margallo había quedado decidida. Entre otras cosas porque era el cabeza de puente de la oposición interna a la señora Sáenz de Santamaría, y eso, como el propio Margallo y el ex titular de Interior Jorge Fernández han comprobado, es un juego peligroso.
Comenté en un programa radiofónico que sabía que Rajoy llegó a ofrecer el cargo de jefe de la diplomacia a Méndez de Vigo, y alguien, desde Moncloa, lo fue desmintiendo por ahí, aunque no a quien suscribe, que fue quien lanzó la noticia; la verdad es que el ministro de Educación prefirió quedarse con el mismo Departamento que desempeñaba desde que Wert se marchó a París, a ‘conciliar’ una embajada ‘política’ con su nueva vida privada. Y llevarse la peligrosa, pero atractiva, portavocía del Ejecutivo. Así que, a última hora, casi en vísperas de que se anunciase el nuevo elenco ministerial, se echó mano de una personalidad discreta y eficaz, como la del embajador ‘europeo’ Alfonso Dastis, para ocupar el Palacio de Santa Cruz como responsable de la política exterior española, que no va a ser tarea rutinaria, precisamente, con la que está cayendo.
Veremos cómo se comporta Dastis a la hora, inevitablemente próxima, de nombrar a un nuevo embajador en Washington, alguien que no se haya caracterizado por sus simpatías hacia los demócratas o por sus antipatías a la figura de Trump. Será la primera prueba de fuego, junto con el relevo, o no, de algunos embajadores ‘políticos’, el de Londres, Federico Trillo, entre otros. Esos, además de la confirmación del general Sanz Roldán –jefe directo de la hermana de Méndez de Vigo– al frente de los servicios secretos, y lo que ocurra con los medios públicos de comunicación, serán los últimos nombramientos de cierto relieve y expectación que le quedan a Rajoy para demostrar que no se ha instalado del todo en la introspección y en el ombliguismo partidista.
Tiendo a pensar que ese ombliguismo, de alguna manera, ha existido, junto con el favoritismo mostrado, sobre todo por Defensa e Interior, a la hora de nombrar a segundos escalones procedentes del ‘terruño’, es decir, de la circunscripción del señor ministro. Es la manera de Cospedal, y de su dicen que aliado Zoido, de contrarrestar el indudable aumento de poder acumulado por la vicepresidenta, sobre todo porque ha copado las relaciones con la Generalitat catalana, que es tarea que a Rajoy le gusta bien poco. Y que ella esperemos que desempeñe con acierto, que en eso nos va mucho a todos.
Conste que no figuro entre quienes piensan que las divergencias entre la vicepresidenta y la ministra de Defensa y secretaria general del PP (sospecho que no durará mucho más allá del congreso del partido en, febrero, en ese último puesto) centran la que será la ‘nueva’ política del Ejecutivo. Es, de momento, un ‘divertimento’ para nosotros, los comentaristas y sería muy grave que, como estuvo a punto de ocurrir con el ‘grupo de los cinco’ ministros que se oponían a doña Soraya (ninguno de ellos es ya ministro, por unas u otras razones), las diferencias pasaran a mayores: ambas son lo suficientemente inteligentes como para no lanzarse a luchas de poder demasiado evidentes y que, en todo caso, serían tajantemente zanjadas por un Rajoy bastante experimentado ya en estos lances.
No: lo importante, al menos para mí, es el rumbo que, a partir de esta semana, la primera de normalidad parlamentaria, vaya a tomar este Gobierno, atado por su minoría en el Congreso y por sus compromisos con Ciudadanos. No faltan críticos que digan que los primeros pasos de Rajoy, incluyendo su política (o falta de ella) de comunicación, han sido algo decepcionantes en lo que al futuro de cambios se refiere. Quisiera no incluirme, de momento, entre esos críticos, ni entre quienes buscan en las divergencias ministeriales el pregón de un caos. Prefiero, de momento, mantener la esperanza con ese consuelo, algo tonto quizá, de que en otras partes, mírese hacia Washington, o hacia las primarias francesas, cuecen, atento, Dastis, más habas que por estos pagos.
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