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Fátima Álvarez
Fátima Álvarez

La inutilidad de lo útil

Héroe anónimo 

Por Fátima Álvarez
jueves 25 de junio de 2015, 14:25h
Lo confieso. Abarrotada entre mondadientes de colores, libritos de poesía, folletos de viajes, brochures de ARSs, periódicos de cuando Cuca, recetas de cocina, libretas de teléfonos, novelas inconclusas, dibujos infantiles y notas dispersas escritas en los espacios más inverosímiles, he pasado mi vida. 
No importa cuán grande o espacioso sea mi hogar, siempre me sobra de todo (claro, menos dinero), mientras la casa cada vez se achica más. Para mí, en algún momento ese montón de cosas importantísimas cobrará vida y se convertirá en bestsellers, en la teoría de la relatividad, en el plato ganador del concurso gastronómico, en la historia que transformará mi vida en "un antes y un después"... Bultos y bultos de "material de apoyo" que van desde cómo quitarle el asma a un lagarto, teorías sobre la leche materna, folletos para conocer a París, el teléfono de unas cabañas hechas en las copas de los árboles, las obras que expone el museo Reina Sofía... y un enorme etcétera, conforman mi galería de posesiones más preciadas. 

De tanto en tanto, inicio un proceso de limpieza, pero al final, mi legado al Ayuntamiento de Santo Domingo Oeste consiste en una fundita de Skimay, una tablita que guardé para tallar y nunca lo hice y un par de gafas viejas que perdieron por azar alguna pata. El resto... regresa a sus viejas cajas, a sus fundas plásticas de La Sirena, a los bultos de ir al colegio de mis hijos o a los envases de la ropa sucia que terminan siendo reservorios de mis pequeñas historias de vida. 

Además, adoro comprar adornos para la casa que no tengo dónde poner, cortinas que no combinan con el mobiliario, cojines que no caben en los muebles.., mientras tengo la más variopinta de las joyerías y bisuterías que pueda imaginar: 20 aretes sin parejas, 15 pulseritas rotas, 5 collares que no combinan con ninguna ropa, 6 relojes sin pilas, anillos que perdieron algunas de sus perlitas y un largo y aburrido etcétera... 

Tres cuarta partes de todo en la casa es utilizado para guardar mis cosas. Mi esposo apenas tiene dos gavetas para su uso, mientras yo tengo cuatro del gavetero, cuatro más de otro, las dos mesitas de noche, las dos gavetas de la base de la cama, toooodos los tramos que hay en el closet, más lo que guardo en el cuarto de mi hija, en el closet de la ropa blanca y en los tramos del baño. 

Mientras hago inventario de mis bienes, encuentro en El Día digital (esa es otra de mis pasiones: los archivos digitales) un artículo de Basilio Belliard que habla de Nuccio Ordine, un filósofo italiano que escribió un manifiesto denominado "La utilidad de lo inútil", que trata sobre "los saberes humanísticos que carecen de beneficios prácticos para la sociedad" y que ya archivé en la compu, por si lo necesito en algún momento. 

Pero mientras esto ocurre, me doy cuenta de que mi teoría es inversa a lo promulgado por Ordine: estoy llena de cosas utilísimas a las que la vida no ha ofrecido una sola oportunidad para demostrarlo: la inutilidad de lo útil me ha permeado. (¡Uff! pura filosofía!)
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