Lo confieso. Abarrotada entre mondadientes de colores, libritos de poesía, folletos de viajes, brochures de ARSs, periódicos de cuando Cuca, recetas de cocina, libretas de teléfonos, novelas inconclusas, dibujos infantiles y notas dispersas escritas en los espacios más inverosímiles, he pasado mi vida.
No importa cuán grande o espacioso sea mi hogar,
siempre me sobra de todo (claro, menos dinero), mientras
la casa cada vez se achica más.
Para mí, en algún momento ese montón de cosas
importantísimas cobrará vida y se convertirá en
bestsellers, en la teoría de la relatividad, en el plato
ganador del concurso gastronómico, en la historia que
transformará mi vida en "un antes y un después"...
Bultos y bultos de "material de apoyo" que van desde
cómo quitarle el asma a un lagarto, teorías sobre la leche
materna, folletos para conocer a París, el teléfono de unas
cabañas hechas en las copas de los árboles, las obras que
expone el museo Reina Sofía... y un enorme etcétera,
conforman mi galería de posesiones más preciadas.
De tanto en tanto, inicio un proceso de limpieza, pero al
final, mi legado al Ayuntamiento de Santo Domingo Oeste
consiste en una fundita de Skimay, una tablita que guardé
para tallar y nunca lo hice y un par de gafas viejas que
perdieron por azar alguna pata. El resto... regresa a sus
viejas cajas, a sus fundas plásticas de La Sirena, a los
bultos de ir al colegio de mis hijos o a los envases de la
ropa sucia que terminan siendo reservorios de mis
pequeñas historias de vida.
Además, adoro comprar adornos para la casa que no
tengo dónde poner, cortinas que no combinan con el
mobiliario, cojines que no caben en los muebles.., mientras
tengo la más variopinta de las joyerías y bisuterías que
pueda imaginar: 20 aretes sin parejas, 15 pulseritas rotas,
5 collares que no combinan con ninguna ropa, 6 relojes sin
pilas, anillos que perdieron algunas de sus perlitas y un
largo y aburrido etcétera...
Tres cuarta partes de todo en la casa es utilizado para
guardar mis cosas. Mi esposo apenas tiene dos gavetas
para su uso, mientras yo tengo cuatro del gavetero, cuatro
más de otro, las dos mesitas de noche, las dos gavetas de
la base de la cama, toooodos los tramos que hay en el
closet, más lo que guardo en el cuarto de mi hija, en el
closet de la ropa blanca y en los tramos del baño.
Mientras hago inventario de mis bienes, encuentro en El
Día digital (esa es otra de mis pasiones: los archivos
digitales) un artículo de Basilio Belliard que habla de
Nuccio Ordine, un filósofo italiano que escribió un
manifiesto denominado "La utilidad de lo inútil", que trata
sobre "los saberes humanísticos que carecen de beneficios
prácticos para la sociedad" y que ya archivé en la compu,
por si lo necesito en algún momento.
Pero mientras esto ocurre, me doy cuenta de que mi teoría
es inversa a lo promulgado por Ordine: estoy llena de
cosas utilísimas a las que la vida no ha ofrecido una sola
oportunidad para demostrarlo: la inutilidad de lo útil me
ha permeado. (¡Uff! pura filosofía!)