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Cruz
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Cruz (Foto: Fuente externa)

Sentido del Sábado Santo: El silencio de Dios

Por Redacción Diario Hispaniola
viernes 14 de abril de 2017, 13:43h
El segundo día del Triduo Pascual, antiguamente llamado Sábado de Gloria hasta la reforma litúrgica de 1955, recuperó su sentido original. Después de la Pasión y muerte de Jesús, Viernes Santo, la Palabra de Dios ha sido silenciada en la cruz.
El Sábado Santo es el día del silencio de Dios, de ayuno eucarístico, de reflexión del pueblo cristiano sobre la muerte de Jesús y su bajada a los infiernos (el sheol hebreo). La primitiva comunidad cristiana hacía pasar una noche entera a los catecúmenos en una cavidad oscura, símbolo de la tumba de Jesús y de la muerte a la que llevan los pecados, de la que salían para resucitar con Cristo y recibir una vida nueva, son sus túnicas blancas, por el bautismo.

Los que hacían penitencia pública por sus pecados (especialmente por adulterio, asesinato y por haber renegado de su fe ante la amenaza del martirio) eran admitidos de nuevo en la asamblea cristiana ese día.

Los discípulos de Jesús vivieron este día con el terror y desconcierto de la muerte de Jesús: su fe se tambaleó. ¿Cómo es posible que Dios permitiera la humillación, la tortura, la muerte de su Hijo sin hacer nada? ¿Tendrían razón los que lo condenaron por blasfemo?


Hoy esas preguntas continúan ante la muerte de tantas personas inocentes en atentados terroristas, inundaciones repentinas, terremotos, bombardeos, guerras; millones mueren desnutridos de hambre, por agua contaminada, por virus transmitidos por mosquitos... ¿Dónde está Dios? ¿Por qué no actúa? ¿Por qué calla?


La tradición cristiana, el mismo credo, nos narra que Jesús bajó a los infiernos; los infiernos de la soledad, del abandono, el "sheol" de tantas personas a la espera de redención desde Adán hasta él. El pecado tenía amarrados en su muerte a los creyentes que esperaban


la salvación definitiva. "Para ser libres nos liberó Cristo" (Gàl. 5,1), como a Lázaro, pero para siempre desató las vendas que impedían el abrazo definitivo con el Padre amado.

En este día, en el que la Iglesia espera junto a la tumba de Jesús su resurrección, reflexiona sobre la injusticia y el mal todavía triunfantes y ora con esperanza.

Dios está con las víctimas, llorando por su Hijo rechazado, asesinado, entristecido por sus asesinos, esperando su conversión, ofreciéndoles su perdón para que se arrepientan y vivan.

El silencio del sepulcro clama justicia, apela a la misericordia divina, recoge el río de lágrimas incontenible por el dolor absurdo provocado por la iniquidad humana.

Litúrgicamente el altar está despojado, el sagrario abierto, vacío. No suenan los instrumentos, callan las campanas. La cruz sigue entronizada desde el viernes, con un paño rojo y un laurel de victoria. No hay celebración en el día. Oración, ayuno eucarístico, contemplación.

La Iglesia acompaña a María en su duelo, con procesiones populares de la Dolorosa, caminando, como tantas madres huérfanas de hijos arrebatados, buscando su hijo desaparecido. La Iglesia espera que el grano de trigo brote y surja la espiga de la vida (cf. Jn. 12,24), anhela la resurrección y aguarda triste, aunque confiada, el triunfo de Jesús sobre el mal y la muerte que tanta angustia, soledad y dolor le han provocado.

Sábado largo de injusticias prolongadas, de liberaciones demoradas, de salvación que aún espera su momento, de fe quebrantada por el mal, tu eres antesala de la vida; el sepulcro empieza a oler a rosas y resurrección, el sudario y las vendas se aflojan porque tu Señor empieza a amanecer y a traer la luz, la alegría y la vida a toda la humanidad.

La Iglesia, al anochecer rememora su historia de salvación, enciende el fuego y el cirio, ilumina con la Palabra recuperada a sus hijos, acoge nuevos miembros renacidos del agua y del Espíritu, grita de alegría el aleluya vibrante a su esposo luminoso en medio de ella y recobra fuerzas para recorrer los caminos del mundo llevando vida y salvación.
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