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El Viernes Santo dentro de la Semana Mayor

Por Virginia Roca Pezzotti
viernes 14 de abril de 2017, 01:33h
El Viernes Santo es el día de la inmolación de Jesús, el día que con la sangre de su sacrificio y con la misericordia del amor inmenso que habita en su corazón, marca un tiempo único en la humanidad, el tiempo de la redención.
Santo Domingo.- El Viernes Santo es un día especial dentro de nuestra estratificación cíclica temporal de horas, días, semanas y meses, para centrarnos en un espacio-tiempo que nos es necesario para mantenernos dentro del marco de la dimensión que percibimos y que nos es accesible.

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El Viernes Santo, se rige por el calendario lunar y no por el calendario solar cuasi rígido que regentea nuestro tiempo. El Viernes Santo nto como laSemana Santa y la Cuaresma, nos llega cada 365 días, bajo las medidas del calendario lunar que está más en simbiosis con el fluir energético del lado femenino de la tierra y de la humanidad que la habita. En ese día que fluye entre marzo y abril, dando paso a la resurrección de la tierra a la primavera, se da inicio a los tres días milagrosos de sacrificio, perdón, redención y resurrección a partir del amargo ritual de inmolación y pasaje por la muerte de Jesús el Nazareno.

El significado para el mundo y en particular para el hemisferio occidental es tan importante que a partir del advenimiento de su nacimiento se mide el tiempo en que vivimos en un antes y después de Cristo.

A los 33 años a las 3:00 de la tarde, el tercer día antes del séptimo de la creación, Jesús hace su sacrificio inmortal por la humanidad y es crucificado por el solo hecho de ser la encarnación del amor justo lo contrario del poder envilecido entonces establecido.

El viernes santo es el día de la inmolación de Jesús, el día que con la sangre de su sacrificio y con la misericordia del amor inmenso que habita en su corazón, marca un tiempo único en la humanidad, el tiempo de la redención.

Su apresamiento y muerte coincide con las pascuas hebreas, en la que se sacrificaban corderos que luego se festinaban en la mesa. Jesús sostiene la última cena con sus discípulos, con las 12 columnas que esparcen su enseñanza por el mundo, los doce apósteles que dan lugar a la fundación de la iglesia que Pedro presidirá como padre Papa de la nueva humanidad redimida.

Todos ellos recorren la tierra de entonces hasta llegar Santiago a Finisterre, para entonces el fin del mundo conocido, dejando con las huellas de su fe en el polvo que sus pasos convirtieron en el gran transformador Camino de Santiago, recorrido por millares de peregrinos de todos los tiempos en busca del espíritu que despoja las preconcepciones materiales y apegos que tanto ama el ego.

Jesús el Nazareno, Jesús El Cristo, muere un Viernes Santo, luego de cuarenta dias de preparación para lo que ya sabía seria su inmolación, hace ya cerca de 2000 años, y su proeza se repite en las memorias akásicas del universo como el primer día cada año, para estas fechas en que conmemoramos la Semana Santa o Semana Mayor.

Pero para un ser misericordioso de amor, el regalo del sacrificio no bastaba, es por eso que al tercer día de su paso por la muerte de la carne, resucita para posteriormente ascender, cuarenta días después a la vibración celestial prometida. Cada año, entonces, la humanidad celebra con júbilo el domingo santo o domingo de gloria, en donde las campanas anuncian el milagro de su resurrección y celebran en su repicar la promesa de que todos podemos alcanzar la gracia de la resurrección y vida, luego del paso depurador de la muerte.
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