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De muros, imperios y bárbaros

Por Mario Núñez Muñoz
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marionunezcocinacaribecom/10/10/23
jueves 23 de febrero de 2017, 22:59h
Lo que fuera una idea de campaña es hoy un proceso en marcha mediante decreto del 45vo. presidente de los EE.UU. La construcción de un muro que separe completamente el territorio de los Estados Unidos de Norteamérica con México ha provocado una ola de reacciones desde diferentes latitudes. Pero en rigor el muro no es una novedad, la idea es vieja en la historia de la Humanidad.

Varias son las edificaciones que sobrevivieron al paso del tiempo y que hoy son ruinas de un pasado casi en el olvido, algunas resucitadas por el turismo y la cultura en el siglo XX. Todas ellas tuvieron un mismo propósito: separar la civilización de la barbarie.



Los muros de la antigüedad


Ya en el siglo V a.c. los emperadores chinos comenzaron a levantar lo que hoy conocemos como La Gran Muralla China, construcción que en distintos periodos fue extendiéndose hasta llegar a los más de 21,000 kilómetros en el siglo XV d.c. Se edificó para tratar de evitar las invasiones de las tribus nómadas de las estepas de Mongolia.

Pero si bien llegó a cumplir su propósito en distintas épocas, no pudo evitar la invasión encabezada por un caudillo de gran ambición llamado Gengis Kahn, que por unos 150 años gobernó el territorio chino e incluso parte de Europa.

Hacia el año 122 d.c. el Imperio Romano, para mantener en actividad a sus legiones, comenzó a construir muros en sus fronteras. Se talaron bosques enteros para levantar empalizadas en Germania por orden del emperador Adriano.

En la provincia de Britania, en lo que hoy es el límite entre Inglaterra y Escocia, se erigió el llamado Muro de Adriano, que iba de costa a costa, con una extensión de 177 kilómetros.

La intención era mantener una barrera contra las feroces tribus de los pictos, bárbaros que no se dejaron avasallar y que constantemente amenazaban los emplazamientos romanos. Muros similares son los de Antonino, también en Britania, y la Muralla de Lugo en Hispania, construida para defensa ante las incursiones de los celtas, vikingos y otros navegantes piratas.


Los muros de la modernidad



Enorme construcción virtual fue el llamado “telón de acero”, frontera entre los países de la órbita soviética con el resto del mundo. Tuvo sin embargo su expresión concreta en la ciudad de Berlín, mediante la construcción de un muro que dividió en dos la capital de Alemania con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial. Fue un muro que separó política, social y familiarmente las dos Alemania, occidental la una, oriental la otra.

Símbolo de la “Guerra fría”, el Muro de Berlín llegó a tener una extensión de 45 kilómetros y una vida útil de solo 28 años. Se lo llevó el movimiento de la “Perestrioka”, encabezado por el reformador Mijail Gorvachov. Dependiendo de cuál lado del muro se estaba, ya sea física o ideológicamente, el concepto de barbarie era casi el mismo. Separar de las nefastas influencias era en este caso lo más relevante. Hoy, trozos del muro se venden a coleccionistas.

Otros muros de la era moderna son el muro o valla que separan de Marruecos a Ceuta y Melilla, las ciudades españolas situadas en territorio norafricano y el muro israelí en Cisjordania, que divide a Israel de Palestina, considerado ilegal por la Corte Internacional de Justicia de la Haya.

Capítulo aparte merecen los muros interurbanos que separan a pobres de ricos en algunas ciudades de Latinoamérica como Lima, Caracas, Sao Paulo, Río de Janeiro, Buenos Aires, entre otras. Son los llamados “muros de la vergüenza”, que tratan de separar y proteger a los más pudientes de los menos favorecidos, al tiempo que ocultan la incómoda pobreza a visitantes y turistas. No hemos estado exentos de este tipo de vallas en nuestro Santo Domingo y cada cierto tiempo se repone la idea de construir un muro en la frontera con Haití.

El muro de Trump

Cierto es que ya existe un muro o valla en algunos lugares de la frontera, pero, como bien señaló el Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), el muro que pretende levantar el presidente Trump no es solo para separar los Estados Unidos de México. Es para frenar la migración desde Latinoamérica y otras partes del mundo, incluyendo China y otros países de Oriente.

Miles son los migrantes, documentados o no, que llegan a las costas de Centroamérica para iniciar un peregrinaje, frontera por frontera, tratando de llegar al país de las oportunidades.

A fines de los años 90 tuve la experiencia de viajar por tierra a lo largo del istmo centroamericano y puedo atestiguar que ya era complicado en esos años cruzar de un país a otro. Más lo es hoy, luego de los desastres naturales y económicos vividos en Haití, Cuba y Venezuela. La presión sobre las fronteras ha aumentado notoriamente.

Para Trump y sus seguidores, esos migrantes son los nuevos bárbaros, los incivilizados que tratarán de convertirse en ciudadanos estadounidenses a como dé lugar. Vienen cargados de hijos y parientes, hablan lenguas extrañas, poseen costumbres reñidas con el orden y la mayoría de ellos son potenciales delincuentes, si no lo son ya en sus lugares de origen. Esa es la mirada y no va a cambiar en el corto plazo por más protestas internas o externas que se realicen.

Pero, como la historia ha demostrado, los muros limitan pero no impiden la entrada y la salida de personas y mercancías, legales o ilegales. Se inventarán nuevas formas, la creatividad no tiene freno cuando se trata de saltar una barrera y menos cuando hay dinero e intereses de por medio.

Si finalmente llega a concretarse, el muro de Trump tendrá una característica que lo diferenciará del resto, será el primero construido en una frontera internacional por un presidente elegido democráticamente. Y eso no es un tema menor. El futuro de la región depende en gran medida del qué haremos quienes quedaremos del otro lado del muro.

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