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Mordiéndonos el rabo

Por Antonio Sánchez Hernández
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domingo 31 de julio de 2016, 08:16h



INTRODUCCIÓN

Nuestro ciudadano dominicano moderno, de finales del siglo XX y principios del siglo XX1, ha descubierto que su vida histórica es la vida errante. Primero migra dentro del país, de una provincia a otra, de una región a otra, preparando mentalmente su partida, entrenándose para ella. Ya en este punto, el dominicano actual considera que el mundo es ancho y ajeno, y que es más pequeño que un frijol, y que el no es más que un viajero, sin importar que su destino en el extranjero se confunda con el de las lluvias, las nieves y los vientos, imágenes de cambio y emigración, poderosas condensaciones de la palabra exilio. Dos millones de dominicanos viven ya en el exterior, en todas partes del mundo, en los cinco continentes y el rancho ardiendo: dos millones más quieren marcharse, que la isla no es más que un punto en el cosmos.

Tanto se ha hablado de nuestros caudillos: del General Pedro Santana, de Buenaventura Báez, de Ulises Heureaux, de Rafael Trujillo, de Joaquín Balaguer, de todo nuestro pasado republicano, con sus silencios e innumerables páginas en blanco, que no me queda más remedio que aceptar, que en la vida de cada generación, de 1844 al 2016, en 172 años, han existido unos períodos muy breves en los cuales se existe realmente y otros en que sólo se es un conglomerado de responsabilidades, de fatigas y de vanidades, de repetirse una y otra vez, con brillantez o con monotonía, hasta que se presenta el ocaso definitivo. Y entonces el cacique mayor es sustituido por el cacique menor.

CAMBIO DE RUMBO
Creo que la paloma republicana se desvió en su vuelo. El hombre dominicano ha delegado sus derechos y sus deberes. Se le olvidó que primero tiene que separar los tres Poderes del Estado para ser República, para tener derechos y deberes reales. Sin la separación e independencia del Poder Ejecutivo, del Poder Legislativo y del Poder Judicial es un cheque en blanco y se sigue inventando un nuevo orden autoritario en todo lo que hace y en todo lo que dice, hasta que ese viejo orden es reemplazado por otro orden similar: es más de lo mismo. Un orden autoritario que imagina nuestra mente como una red, como una escalera que se construye para llegar a algo. Y que después tiene que arrojar, porque descubre que, aunque le haya servido, tiene sentido temporal o simplemente no tiene sentido: las únicas verdades autoritarias que sirven son instrumentos que luego hay que arrojar.

Entonces, solo entonces, descubrimos que vivimos en círculos, mordiéndonos el rabo, como el perro, el mejor amigo del hombre. Que nada es constante, que todo cambia, individuo y sociedad, lentamente, pero por falta de libertad o por la autocensura, vivimos de forma repetida, entre la anarquía y el autoritarismo, entre el miedo oficial y las risas ciudadanas, en un ambiente conservador, tosco y a veces mitómano, que mantiene vivo a los caciques, porque es verdad, la paloma se extravió, perdió el rumbo, porque no separó los tres Poderes del Estado, requisito esencial y razón de ser en la figura jurídica de la República.

En ese contexto, el miedo oficial, tan poco solemne, lo contiene todo, le mata la creatividad al ciudadano, lo esclaviza. Por ello la política en República Dominicana, concebida como una guerra, ha matado el amor y la amistad entre las personas y las instituciones.

Y me dije: En nuestro largo período republicano hemos sabido edificar una civilización de caciques, en medio de grandes mentiras y justificaciones, delegando el Poder del Estado, el Poder ciudadano, en hombres providenciales, casi siempre de mano dura, de piel autoritaria, y todo en nombre de la democracia. Sin sonrojos.

Otra cosa muy distinta sería si cada ciudadano, sin delegar derechos y obligaciones, elaborara sus propios planes de progreso al margen de las instituciones anárquicas y autoritarias que nos gastamos, como lo hizo el sacerdote Luis Quinn en las montañas de Ocoa, en la cooperativa Santa Cruz.

POLOS DE DESARROLLO EN LAS PROVINCIAS

La única verdad es que seguimos mordiéndonos el rabo, regresando siempre al punto de partida, sin planes de desarrollo en las provincias, sin comunidades activas y creadoras, delegando derechos y deberes en terceras personas, en medio de la anarquía y el clientelismo y a veces damos la impresión, oh Dios, que no sabemos adonde vamos.

Al igual que el siglo X1X y XX esta es todavía una sociedad de caciques, con la única diferencia de que nuestro producto bruto interno anual es de algo más de 600 mil millones de pesos, que ahora somos un país de desarrollo medio en el ámbito mundial y que el 85% del mercado es privado. Y a pesar de ello, seguimos mordiéndonos el rabo.
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