El siglo XIX europeo, un momento de logros artísticos sin precedentes, fue la primera era de la globalización cultural, una época en que las comunicaciones masivas y los viajes en tren de alta velocidad reunieron a Europa, superando las barreras del nacionalismo y facilitando el surgimiento de un verdadero canon europeo de obras artísticas, musicales y literarias.
Llegado 1900, se leían los mismos libros, se reproducían las mismas obras artísticas, se representaban las mismas óperas y se interpretaba la misma música en los hogares y se escuchaba en las salas de conciertos a lo largo de todo el continente.
Llegado 1900, se leían los mismos libros, se reproducían las mismas obras artísticas, se representaban las mismas óperas y se interpretaba la misma música en los hogares y se escuchaba en las salas de conciertos a lo largo de todo el continente.
Comenzando en el siglo XVIII con la construcción de San Petersburgo - una «ventana a Occidente» - y culminando con los desafíos planteados a la identidad rusa por el régimen soviético, escritores, artistas y músicos lidiaron con la idea de «Rusia»: su carácter, esencia espiritual y destino. Las grandes obras de Dostoievski, Stravinsky y Chagall se entrelazan con bordados populares, canciones campesinas, íconos religiosos y todas las costumbres de la vida cotidiana, desde la comida y la bebida hasta los hábitos de baño y las creencias sobre el mundo de los espíritus. Personajes como el venerado Tolstoi, que dejó su lecho de muerte para buscar el Reino de Dios, así como la sierva Praskovya, que se convirtió en la primera superestrella de la ópera rusa y conmocionó a la sociedad al convertirse en la esposa de su dueño.