En paralelo a las acciones militares, Washington ha endurecido su postura política. Se prepara para declarar al “Cartel de los Soles” como organización terrorista extranjera el próximo 24 de noviembre. El senador Marco Rubio afirmó que “Maduro dirige el Cartel de los Soles, una red criminal que colabora con organizaciones terroristas y pone en riesgo la seguridad del hemisferio”. La medida abriría la puerta a sanciones más severas, confiscación de activos y la posibilidad de emprender acciones directas contra los altos mandos venezolanos implicados en la estructura del poder chavista.
Sin embargo, mientras el discurso oficial en Washington se endurece, el presidente Donald Trump sorprendió al anunciar que “podríamos entablar conversaciones con Maduro… veremos cómo resulta”. La declaración contrasta con su reciente advertencia de que “los días de Maduro al frente de Venezuela están contados”. Para los analistas, este viraje obedece a una estrategia de doble vía: mantener la presión militar y política mientras se exploran canales de negociación que puedan evitar una escalada regional.
Desde Caracas, las reacciones no se han hecho esperar. El primer vicepresidente del Partido Socialista Unido de Venezuela, Diosdado Cabello, ha calificado estas operaciones como “una campaña de asedio y manipulación mediática” contra su país. No obstante, reportes de medios internacionales señalan que Cabello se ha convertido ahora en uno de los principales objetivos de Washington, acusado de ser pieza clave en el funcionamiento del Cartel de los Soles. Su eventual inclusión en la lista de terroristas supondría un golpe simbólico y estratégico al núcleo duro del chavismo, con implicaciones impredecibles para la estabilidad interna del país.
Mientras tanto, la incertidumbre crece entre los venezolanos, que observan el incremento de las tensiones con preocupación. Los movimientos navales, las sanciones en marcha y los rumores sobre nuevos operativos mantienen un ambiente de ansiedad generalizada. Muchos temen que el conflicto pase de las declaraciones a la acción directa, mientras la economía continúa debilitada y la diáspora se expande por toda América Latina.
A nivel regional, el Caribe vuelve a convertirse en escenario de disputas geopolíticas que trascienden el narcotráfico. La presencia militar de Estados Unidos busca no solo frenar el flujo ilícito de drogas, sino también reafirmar su influencia frente a potencias como Rusia, aliada estratégica de Maduro. Detrás de cada movimiento naval y cada sanción, se esconde una pugna por el control político y energético de una región clave.
El panorama, por ahora, es incierto. El lenguaje de guerra se mezcla con promesas de diálogo, mientras el reloj corre y la tensión se espesa. Con los barcos estadounidenses frente a las costas venezolanas, un nuevo enemigo declarado en el radar —el Cartel de los Soles— y Diosdado Cabello en la mira, el futuro inmediato del Caribe y de Venezuela parece más frágil que nunca. El tiempo, una vez más, se agota.lc