Indígenas, familias afectadas por las presas de las empresas mineras, activistas agrarios, comunidades ribereñas y seguidores de las más diversas causas se concentraron bajo la carpa del pleno para asistir a la inauguración. “¡Viva la vida, vivan los pueblos originarios y vivan los que luchan por la tierra!”, exclamaron desde la tarima con un nivel de decibelios que, desde luego, no se escucha en el ambiente contenido y trajeado de la COP. El mensaje: mientras los negociadores discuten párrafo a párrafo compromisos medioambientales que muchas veces luego sus propios gobiernos incumplen, las personas de a pie muestran el verdadero camino. “Somos lo contrario a la COP… Allá van las empresas de pesticidas, las mayores responsables de la degradación de los suelos, y los negociadores difícilmente están escuchando a los movimientos populares”, dice a EFE la activista agraria Erô Silva.
Miembro de la dirección nacional del Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra (MST), una de las asociaciones más influyentes de Brasil, Silva y sus compañeros tienen un puesto en el campus donde reparten mudas de plantas amazónicas como parte del modelo agroecológico que propugnan. “Esto de aquí es açaí y eso cupuaçú… plantar árboles también significa producir comida”, asegura, frente a la idea de que deforestar es necesario para alimentar a la población.
Por culpa de la expansión de cultivos como la soja, una superficie de la Amazonía similar a la de España ha sido talada en los últimos 40 años, según un informe de la ONG MapBiomas con base en datos oficiales. La desconfianza respecto a la COP30 cunde entre los indígenas que participan en la Cumbre de los Pueblos y que ven cómo los gobiernos tardan décadas en regularizar sus tierras, si es que lo llegan a hacer.lc