Al margen de las hazañas de sus protagonistas, el escenario donde se produjeron sus acciones y la corriente ideológica que definen su naturaleza, los hechos históricos constituyen una realidad inexorable.
Porque la historia, quiera sí o no, es precisamente eso, algo que por voluntarismo o por simple conveniencia social, económica y política, no puede ser borrada.
Su legado aglutina las huellas de un pasado glorioso o tétrico que por su trascendencia termina siendo cimiento de la conciencia colectiva, fundamental para conocer a profundidad el ayer, interpretar el presente y avizorar lo que tiende a traer el porvenir.
Siendo de esa manera, tanto sus protagonistas, como sus repercusiones han de ser recordados constantemente, de manera que el olvido no termine arropándolos a consecuencia de la dejadez que genera la irresponsabilidad social, muchas veces por razones antojadizas.
Porque, a decir verdad, la historia no debe mancillarse con el odio o simplemente con la prepotencia que en muchas veces engendra el poder político y económico.
Toda la retórica anterior viene a propósito de lo observado en la muy bulliciosa 125 Street, a pocos pasos de la espaciosa arteria vehicular conocida como Frederick Douglas, en la emblemática barriada de Harlem, en donde se exhibe con extraordinario orgullo una llamativa tarja que evoca la interesante y ejemplarizante visita del líder surafricano, amante de La Paz, Nelson Mandela al referido barrio neoyorquino, a principios de la década de los años 90 del siglo pasado, siendo alcalde de La Gran Manzana el afroamericano David Dinkens.
Algo similar también ocurría con la colocación de una tarja que, durante un considerable tiempo daba a conocer al transeúnte que circulaba por la parte frontal de edificio 504 de la calle 168, entre Audubon y Ámsterdam, en Manhattan, que allí residió, hace unos años, el extraordinario Willie Mays, genuina súper estrella de Grandes Ligas.
Sirviendo de motivación ambas realidades, entre otras que por razones obvias no detallamos, se nos ocurre oportuno que los amantes de la historia caribeña en el Estado de New York, encabezaran un amplio y masivo movimiento auténticamente plural y democrático que exigiera a las autoridades competentes la colocación de una placa, en la parte frontal del legendario Hotel Theresa, en el corazón de Harlem, resaltando el haber acogido en septiembre de 1960 al entonces primer ministro cubano, Fidel Castro Ruz, a consecuencia de la negativa mostrada por los administradores y propietarios hoteleros en Downtown, aparentemente inducidos por representativos del poder político y económico de entonces.
Algo parecido podría ocurrir en el lugar donde fuera secuestrado el escritor y académico español, Jesús de Galíndez Suárez, en la Universidad de Columbia, en donde además debe ser colocada, como parte del recuerdo, una atractiva y gigantesca obra pictórica que diera paso al inicio, a corto o largo plazo, a La Ruta de Murales sobre su Desaparición Física.
Manifestación de ingenuidad sería negar que existirán sectores opuestos a tales iniciativas.
Pero no importa.
No olvidemos que hacemos referencia a hechos de connotación y trascendencia histórica alejados del sensacionalismo y la emotividad.
Por tanto, antes de interponer la mezquindad, la diatriba y el maniqueísmo natural frente a este tipo de propuesta, lo prudente y esencial es que la memoria histórica, cimentada en la objetividad, prevalezca por y para siempre en honor a la verdad capaz de fortalecer la auténtica democracia y sus instituciones defensoras de los derechos humanos inalienables.
Así de simple, no hay de otra… H.A.A.