Uno de los principales frentes del acuerdo será la reconstrucción física y económica del enclave. Gaza ha quedado reducida a escombros, con ciudades enteras inhabitables y sistemas básicos colapsados. Expertos internacionales estiman que serán necesarios más de 50 mil millones de dólares y al menos 15 años para rehabilitar infraestructura crítica como hospitales, carreteras, escuelas y redes eléctricas. El Fondo Monetario Internacional ha descrito el pacto como una “oportunidad única para una recuperación duradera”, siempre y cuando la comunidad internacional movilice recursos reales y no solo discursos.
Pero el futuro de Gaza no se juega solo en el plano económico, sino en el político. El acuerdo exige la desmilitarización de Hamás, pero la organización no ha cedido formalmente su control interno. En los primeros días tras el retiro israelí, ya se reportaron episodios de violencia y supuestas ejecuciones contra grupos rivales, lo que sugiere que Hamás buscaría preservar su autoridad territorial bajo nuevas formas.
¿Puede haber reconstrucción con el mismo actor que gobernó durante años de conflicto? Esa es la pregunta que inquieta a analistas de Brookings y a gobiernos aliados.
Garantizar la seguridad es otro terreno minado. El pacto prevé la creación de un Consejo Internacional de Paz, con participación de Estados Unidos, la Unión Europea y países árabes, encargado de supervisar el cumplimiento. La Unión Europea ha manifestado interés en sumarse y financiar parte del proceso. Sin embargo, sin fuerzas internacionales en el terreno y sin un desarme verificable, los expertos advierten que el riesgo de un colapso interno o una nueva insurgencia permanece abierto.
A pesar de los peligros, el acuerdo plantea escenarios esperanzadores: apertura económica, rehabilitación social, retorno de desplazados y la posibilidad de que Gaza se integre a corredores comerciales hacia Egipto y Jordania. Sectores civiles sueñan con una era de industria, puertos y educación. Sin embargo, cualquier progreso dependerá de una arquitectura institucional inédita: una Autoridad Palestina reforzada, una presencia internacional creíble y una comunidad donante que no abandone el proceso tras los primeros meses.
El gran dilema es claro: Gaza puede convertirse en un laboratorio de paz o en el preludio de una nueva catástrofe. El pacto ha detenido las bombas, pero no ha desactivado las desconfianzas. Como advirtió un diplomático europeo: “Construir edificios será fácil. Lo difícil será construir confianza.” Trump proclamó el fin de la guerra, pero la paz real se medirá en silencio duradero, no en discursos de victoria. Si Gaza logra renacer, no será un triunfo militar, sino un símbolo de humanidad frente al abismo.lc