En octubre de 2025 se estrenó en México “Soy Frankelda”, la primera película mexicana realizada en stop motion, una técnica compleja y costosa que pocas producciones se atreven a abordar.
Dirigida por Arturo y Roy Ambriz, esta obra representa un hito en la historia del cine nacional, no solo por su estilo visual, sino por su proceso artesanal: más de 100 artistas mexicanos trabajaron en la creación de más de 100 marionetas hechas a mano, 50 sets distintos y todo desde un estudio independiente, Cinema Fantasma. Incluso recibió asesoría directa de Guillermo del Toro, quien también intervino para que Cinépolis apoyara su distribución.
La película, que deriva de la miniserie de HBO Max “Los Sustos Ocultos de Frankelda”, fue presentada en festivales internacionales como Annecy, Morelia y Guadalajara, generando expectativas como evento cinematográfico. Sin embargo, su estreno comercial en México no logró llenar las salas. Recaudó 13 millones de pesos mexicanos (aproximadamente 700,000 USD) en su primer fin de semana, una cifra que, aunque modesta, podría considerarse aceptable si se confirma el presupuesto estimado de 1.2 millones de dólares, financiado por los propios hermanos Ambriz.
¿Por qué entonces tantas salas vacías? Uno de los factores fue la competencia directa con Chainsaw Man – The Movie: Reze Arc, una producción japonesa que capitalizó el auge del anime entre jóvenes y adultos. Esta película recaudó 108 millones de dólares a nivel mundial, eclipsando el estreno de Frankelda y generando una conversación más urgente en redes.
Otro factor fue la publicidad limitada: aunque Guillermo del Toro logró que Cinépolis se involucrara, la campaña se redujo a pósters poco llamativos y un tráiler que revelaba demasiado de la trama. Pero quizás el mayor obstáculo fue la campaña de presión entre los propios fans del cine nacional, quienes promovieron la película como una obligación patriótica.
Se atacó a quienes prefirieron ver Chainsaw Man, usando términos como “malinchistas” y desinformando sobre el contenido del anime. Esta actitud generó rechazo, pues en lugar de celebrar el arte, se impuso una narrativa de culpa. El resultado fue una conversación polarizada que desvió la atención del verdadero valor de Frankelda: su creatividad, su técnica y su aporte histórico.
“Soy Frankelda” no fracasó, tuvo un debut digno considerando su contexto. Pero si queremos que el cine nacional prospere, debemos promoverlo desde la admiración, no desde la imposición. Ambas películas, Frankelda y Chainsaw Man, son arte. Y el arte se apoya reconociendo su mérito, no atacando al espectador.