Por primera vez en la historia del Super Bowl, el espectáculo del medio tiempo no será solo entretenimiento: será una declaración de identidad continental. El anuncio de que Bad Bunny será la estrella principal del espectáculo de medio tiempo del Super Bowl LX (2026) no solo ha encendido las redes: ha sacudido las placas tectónicas del entretenimiento global. El artista puertorriqueño que transformó el reguetón en un idioma universal, ha sido confirmado como protagonista del show del Super Bowl LX (2026), el evento televisivo más visto del planeta.
Benito Antonio Martínez Ocasio —el hombre detrás de Bad Bunny— es mucho más que un fenómeno musical. Con más de 100 millones de streams diarios promedio, el artista domina las plataformas digitales, encabeza festivales y redefine las fronteras del pop global.
La NFL, en su intento por rejuvenecer su audiencia y ampliar su alcance latino, encontró en él la figura ideal: carismático, irreverente, global. La noticia, confirmada por Pitchfork y Billboard, desató una avalancha de reacciones, tanto de euforia como de escepticismo.
No es solo una elección artística: es un gesto de poder.
Un latino, cantando en español, frente a más de 115 millones de espectadores, bajo las luces más codiciadas del entretenimiento global.
Una escena impensable hace veinte años… y hoy inevitable.
El debate trasciende la música, se trata de poder cultural, representación, identidad y economía de influencia. Lo que para algunos es un triunfo histórico, para otros es una jugada arriesgada en el tablero geopolítico del espectáculo mundial.
Un artista, un continente
Bad Bunny no representa a un país: representa una generación entera.
Es la voz de quienes rompieron el molde, de quienes crecieron entre fronteras, de quienes aman a Rubén Blades y a Rosalía, a Celia Cruz y a Drake, a Calle 13.
Desde su natal Vega Baja, Puerto Rico, hasta los escenarios de Tokio, Madrid y Buenos Aires, Benito Antonio Martínez Ocasio ha construido algo más que una carrera musical: una revolución cultural.
Con más de 100 millones de streams diarios, Bad Bunny se ha convertido en la voz de una generación que rechaza etiquetas, mezcla idiomas y reescribe las reglas del éxito.
Y ahora, al llegar al Super Bowl, no solo canta —reclama el lugar que América Latina se ha ganado a pulso.
La NFL, consciente del envejecimiento de su audiencia y de la fuerza del público latino, ha encontrado en él el vehículo perfecto para reposicionar el Super Bowl como evento global. Y lo ha hecho en un contexto donde lo latino ya no es exótico, sino protagónico.
Los argumentos del “sí”
Las estadísticas son claras. Desde 2020, los artistas del halftime show han experimentado un incremento promedio del 200 % en streams de sus catálogos durante la semana posterior al evento.
Los números hablan por sí mismos. Según Billboard y Spotify Data, los artistas del medio tiempo multiplican por dos o por cinco su consumo en streaming tras su actuación.
Usher creció un 550 %, Rihanna un 140 %, y Dr. Dre un 245 %.
En el caso de Bad Bunny, el simple anuncio de su show ya provocó un aumento del 31 % en reproducciones y más de 18 millones de streams adicionales en un solo día.
Y eso fue solo el preludio.
Las proyecciones económicas estiman que su participación podría generar entre 5 y 15 millones de dólares adicionales en ingresos por streaming, licencias y patrocinios.
Pero el valor real va mucho más allá del dinero: está en el poder simbólico de ver a un latino ondear su bandera y la de todos en el escenario más visto del planeta.
Las críticas, ruido, contradicciones
No faltan detractores. Algunos sectores lo acusan de incoherente por haberse negado a hacer giras en EE. UU. continental en 2023 y ahora aceptar el evento más estadounidense que existe.
Otros lo ven como un exceso de “agenda identitaria”.
Y, por supuesto, está el riesgo artístico: si el show no deslumbra, el efecto mediático podría revertirse. En el Super Bowl, la línea entre gloria y fiasco es delgada como un solo de guitarra mal ejecutado.
Más allá del dinero, el poder de la influencia
La verdadera ganancia no está en los millones, sino en el relato. Es el poder blando (Soft Power) que no pueden ver, es una jugada maestra que muchos no pueden ver.
Bad Bunny no solo canta: representa.
En un escenario históricamente reservado para figuras anglosajonas, su presencia simboliza la reconquista cultural del idioma español y el ascenso de lo latino como motor de la economía creativa global.
El espectáculo será más que un concierto: será una declaración. Una puesta en escena de lo que el siglo XXI ya es —una sociedad multicultural, bilingüe y digital.
La emoción de un continente
Cuando Bad Bunny grite sus primeras palabras en ese escenario, cada latino sabrá que también está allí:
Su actuación no será un show, sino una reivindicación colectiva: la historia de una comunidad que fue marginal y hoy define el pulso cultural del mundo.
República Dominicana: la isla que late con él
Desde Santo Domingo hasta Nueva York, los dominicanos saben lo que significa que un caribeño esté allí arriba.
República Dominicana comparte con Puerto Rico la cuna de ritmos que transformaron el planeta: la bachata, el merengue, el reguetón, la mezcla de calle, dolor y esperanza.
En los barrios de Santiago y en los colmados de San Cristóbal, los jóvenes siguen su ejemplo: la idea de que ser caribeño no es ser pequeño, sino inmenso.
El triunfo de Bad Bunny es también el triunfo de quienes luchan por que el español caribeño con su acento, su ritmo y su rebeldía ocupe su espacio en el mapa global.
Este Super Bowl no se jugará solo en Las Vegas: también se jugará en cada pantalla encendida en San Juan, en el Malecón, en el Bronx y en los barrios del Cibao.
Porque cuando un latino llega, todos llegamos.