Opinión

La Trampa de Kindleberger

Pavel De Camps Vargas | Viernes 20 de junio de 2025

El mundo sin capitán entrará en una espiral peligrosa de guerras, caos y desconfianza. No hay liderazgo, ni reglas claras, ni voluntad de cooperar. La Trampa de Kindleberger ya no es una teoría: es la amenaza silenciosa que nos devora.



Cuando las bombas caen en Gaza, los drones cruzan los cielos de Ucrania, los misiles de Irán desafían a Israel, y el Mar Rojo se convierte en zona de guerra silenciosa, el planeta lanza un grito desesperado: ¿Quién está al mando?

La respuesta es tan perturbadora como evidente: nadie.

Vivimos un momento donde la humanidad enfrenta crisis superpuestas —bélicas, económicas, climáticas, tecnológicas— y sin embargo, ningún poder global se levanta para coordinar, contener o liderar. El caos no es espontáneo; es el resultado de un vacío. Un vacío que tiene nombre y apellido: la Trampa de Kindleberger.

Este concepto, formulado por el historiador económico Charles Kindleberger, advierte que el orden internacional colapsa cuando no existe una potencia dispuesta a asumir el liderazgo global. Así ocurrió en los años 30, cuando Estados Unidos no quiso liderar y el Reino Unido ya no pudo. El mundo se desmoronó, la economía global se hundió, el fascismo floreció… y la guerra se volvió inevitable.

Hoy, la historia parece repetir sus pasos. Estados Unidos está agotado, dividido internamente, y cuestionado en el exterior. China, aunque poderosa, se mueve con cautela, sin asumir plenamente el rol de garante del orden. Europa está paralizada por su propia burocracia. Rusia juega a incendiar, no a estabilizar. Y el resto del mundo simplemente intenta sobrevivir en un sistema donde las reglas han perdido valor.

Mientras tanto, las instituciones que fueron creadas para prevenir el colapso —la ONU, la OMC, el FMI— parecen haber sido diseñadas para un mundo que ya no existe. Son estructuras que no logran detener guerras, ni pueden frenar abusos, ni canalizar respuestas coordinadas a amenazas globales. Los foros de cooperación se han vuelto vitrinas vacías. Las cumbres son ejercicios diplomáticos sin impacto real. Y los líderes, atrapados en sus intereses domésticos, se han convertido en comentaristas de la tragedia… en lugar de protagonistas de la solución.

Lo más alarmante es que no se trata solo de conflictos armados. La economía global se encuentra fragmentada por tensiones geopolíticas, sanciones cruzadas, guerras comerciales y una inflación que nadie logra controlar. La desconfianza entre países se ha convertido en la nueva norma. Cada nación compite, esconde, protege. La globalización, que alguna vez prometió unidad y progreso, hoy es vista como una amenaza más que como una oportunidad.

A esto se suma la disrupción de la inteligencia artificial, el colapso climático, el desbordamiento migratorio y la erosión de las democracias. Son crisis que exigen cooperación, pero lo que encontramos es aislamiento. Vivimos en un mundo conectado tecnológicamente, pero políticamente roto.

El resultado: un planeta vulnerable, sin dirección, donde los extremismos se multiplican, la polarización se normaliza, y el miedo se convierte en el lenguaje común.

Estamos frente a una transición hegemónica sin guía. Y la historia nos enseña que estos momentos suelen acabar en confrontación, no en consenso. La Trampa de Kindleberger nos recuerda que cuando nadie lidera, todos pierden. Que la ausencia de un árbitro no genera libertad, sino caos. Y que sin propósito compartido, el futuro se convierte en una ruleta rusa.

Lo inquietante no es solo lo que está pasando, sino lo que podría pasar si no reaccionamos. Porque esta vez no hablamos solo de tanques o aviones. Hablamos de inteligencia artificial descontrolada, de armas hipersónicas, de manipulación informativa masiva, de ciberataques que paralizan países enteros y ahora ataques a lugares que tienen que ver con la energía nuclear o desarrollo nuclear (equivale a un ataque nuclear). Lo que podría llevar al uso de las bombas nucleares por diversos países.

La guerra ya no será solo territorial. Será económica, tecnológica, psicológica. Y todos estamos dentro del campo de batalla… aunque no todos lo sepan.

Entonces, la gran pregunta no es si la Trampa de Kindleberger se ha activado. La pregunta es si aún estamos a tiempo de escapar de ella.

¿Quién va a construir los puentes? ¿Quién será el adulto responsable en una sala llena de líderes infantiles?
¿Quién levantará la voz por la humanidad… antes de que el silencio se convierta en sentencia?

El planeta no necesita más poder. Necesita propósito. No busca un emperador. Busca un arquitecto de la paz.
Porque si seguimos sin capitán, el iceberg ya no es una posibilidad: es el destino.

Entonces, ¿quién tomará el timón en medio de esta tormenta global?
¿Quién se atreverá a liderar, antes de que el naufragio sea total?
¿Estamos a tiempo de reconstruir el orden… o ya es demasiado tarde?

Porque si nadie lidera, todos caeremos. Y si todos esperan, el colapso será inevitable.

La Trampa de Kindleberger no es solo un concepto.
Es una advertencia.
Es una cuenta regresiva.
Y está corriendo… ahora mismo.

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