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Ylonka Nacidit-Perdomo
Ylonka Nacidit-Perdomo

Lidia León Cabral, y el autógrafo de Dios...

Por Ylonka Nacidit-Perdomo
He visto el portafolio de la artista dominicana Lidia León Cabral (Santo Domingo, 1962), y no niego que tiene dos elementos de elocuencia: inocencia y silencio.

Santo Domingo.- Se abre cada elemento iconográfico en internet para presentarnos el perfil de una mujer de la cual se siente una identidad moldeada por las oleadas de la luz de la cámara fotográfica.

Es un perfil de ahora, del presente, que se narra omnisciente en tercera persona, porque una voz de adentro hace posible un "nosotros" cerca, muy cerca del impulso sensorial y vital al sentirnos testigos de la floración de la vida transformándose con interrogantes, al abrirse, al re-inventarse en la estética del silencio de la artista. Aún ante el furioso viento y el vendaval de la lluvia, se percibe la representación de su libertad y su re-encuentro con esa suma de experiencias y anónimas treguas que el mundo elíptico, a veces, hace a semejanza sólo de la naturaleza.

Lidia León Cabral en su trayectoria de hacedora de la metamorfosis de la realidad como "Arquitecta/Artista" ha despertado a la existencia de sus extraños delirios, y a las ideas de la irracionalidad absoluta al crear una estética que tiene los tonos de su intensidad espiritual donde se ancla la apariencia y el azar como un temblor. Su mundo en rebeldía trae, no obstante, una protesta serena para que las multitudes solitarias comprendan que son multitudes a las cuales se puede lanzar una flecha desde la garganta del vacío, porque nada escapa al porvenir del tiempo.
La obra visual de Lidia León conocida a través de las exposiciones o de los catálogos de artista tiene un códice propio: transmite -a nuestro modo de ver-con claridad meridiana su indagatoria sobre la materia, y a contra-luz su mirada. Comentarlas, o intentar presentar una crítica interpretativa es anotar los nexos comparativos, las apologías de significados, las vivencias similares con otros o cómo la artista renueva las vanguardias poniendo en evidencia nuevas incógnitas, nuevas percepciones míticas o re-inventando los enigmas de la eternidad.
De las instalaciones realizadas por Lidia León Cabral, una en particular me seduce: el Arte De Nadar (ADN) del año 2013 con la cual participó en la 27 Bienal Nacional de Artes Visuales, y, posteriormente, mostrada en el centro comercial Ágora Mall en febrero del 2014.
El ADN de Lidia exhibido en el atrio central de Ágora Mall (desde una perspectiva que asemeja una cascada de infinitesimales encuentros hipnóticos del misterioso sentido del principio y del fin, como si fuese vaivén o el ondulante oleaje de lo que somos al nacer) es el reflejo de su filosofía de la vida, a partir del cual la artista crea una hermenéutica del ergo sum en el otro, y hace que nos planteemos como espectadores la pregunta de si: ¿puede el arte unificar a lo real con lo imaginario, hacer de la materia una manera mediadora de atrapar a lo fugaz de la forma viva?
E interrogarnos con nostalgia: ¿Para qué contemplar lo que está ahí, de frente, en este "bello" mundo que es en sí una esfera -como los óvulos y los espermas- de la cual se sale sin volver abrir los ojos, ya que sólo imaginamos "algo" susceptible de reconciliar la luz con un "estar libre" en el universo, porque acaso sólo existe la urdimbre del silencio, lo magno inerte o lo vivo contenido en la nada?
El historiador de arte contemporáneo Wieland Schmied hace más de una década hizo la pregunta de "La cuestión de cómo representar el mundo visible en las artes plásticas" (1998) al comentar la obra de Albert Giacometti. En otro sentido Teodoro W. Adorno al referirse a la "autenticidad" de las obras de artes expresa: "Las obras de arte auténticas, o sea, las que con su completa transformación en una segunda naturaleza dan fe de su adhesión al ideal de reconciliación de la naturaleza, siempre han sentido la propensión irrefrenable (Drang) a salir de sí mismas, como si necesitasen tomar aire" (Humboldt, 154:40).
José Yxart, traductor de los dramas de C. F. Schiller, en una edición realizada en Barcelona en 1909, por la Casa Editorial Maucci, al escribir sus "Cuatro Palabras" como Prólogo, me dejó entrever una confidencia íntima, que despertó más aún mi interés por conocer lo puro en una obra, los rasgos de lo esencial e inmutable de esa fuerza creadora que enaltece a la naturaleza, cuando el artista hace que se admire su ingenio, y que su personalidad privada interese, lo que hace que cualquier juicio crítico se haga estimable cuando de él (en esta caso de la artista, que es Lidia) atrae su belleza moral. Para Schiller esta era la verdadera estética: la musa de la dignidad, el pródigo tesoro de la hermosura del alma.
Creo, que el autógrafo de Dios privilegió a Lidia con la belleza moral y la belleza artística, y dio a ella -con extraordinaria simpatía- el soplo y un estado emocional para ennoblecer y dar respuestas con una iconografía plural a las miles de realidades que Werner Spies -al referirse a las superficies cromáticas del vitral de la catedral de Colonia, ejecutado por Gerhard Richter- llama "nuestro saber sobre el espíritu". Así, el Arte De Nadar (ADN) de Lidia León, desde nuestra óptica sólo es comparable a ese "alfabeto" cuyo mensaje metafísico trasciende a través de la mirada celestial.
El autógrafo de Dios es la obra auténtica a la cual se refiere Adorno, y el ADN de Lidia León, es esa "segunda naturaleza (...) de reconciliación de la naturaleza, siempre [en] propensión irrefrenable (Drang) a salir de sí misma[s], como si necesita [ra] tomar aire".
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