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La pregunta recurrente: ¿por qué hacemos teatro?

Por Giovanny Cruz Durán
sábado 26 de marzo de 2022, 13:53h

En el Día Mundial de Teatro procuro la reflexión que determina la pregunta esencial que nos formulamos siempre los artistas de la escena: ¿por qué hacemos teatro?

Se comenzó a representar en el planeta cuando el proyecto humano, que existió antes del pitecantropus erectus, descubre en la planicie algo que trae con un rito a la caverna; con el rito de la Vida y la Muerte: perennes tema y debate de la escena.

La escena efímera de un Arte que el esteta francés Jean Doat define como “Síntesis de artes que exige un Arte de la síntesis”. Y en conclusión eso resultamos ser: una conjunción de las verdades de todas las artes convocadas.

Mientras, Edgar Alan Poe lo conceptualiza como “Organización del caos”, tratando de explicar su cercanía genética con las divinidades. Divinidades que tomaron prestado nuestro principio de Acción para desde allí construir el Verbo.

Este arte que se organiza al tornarse cómplice del Mito, cuando crece en la noche hacia el sueño de Apolo y embriaguez de Dionisio de que habla Nitsche. ¡Si... de ahí venimos! Del precepto figurativo de uno y la transformación obligada del otro.

Esto acepta el severo Jehová que lo rescata del lugar donde habitaba: justo en el centro de su energía sin principio ni fin. Lo supo el Yucahú Bagua Maórocoti de los taínos cuando creó los areítos, esos comprometidos cantos teatrales entre la tierra y el cielo.

Lo supo el nórdico Odín cuando un día se auto asignó como características vida, muerte, magia y poesía. Todo dios es fundamentalmente un hombre de teatro. Y viceversa. Por eso, rituales y creación nos son afines.

¡Si... esos somos esencialmente! Transformaciones del rito, continente para el grito, mito que se agiganta en la poesía, la palabra lúdica hecha carne, el movimiento que nos legó la metafísica del Cosmos, la luz conformada por las llamas, el primer asombro del hombre frente al sol, la reflexión inicial ante la muerte; una idea articulada y que, mediante juegos, palabras, gestos y maquillaje; trataba de encontrar la magia que aseguraba la vida primitiva y daba oportunidad de trascender a las aspiraciones que llegaron con lo Humano.

La gente de teatro nace de esa soñada redención que bautizamos como Katarsis. En las fiestas de la carne y del espíritu; con su música, flores, frutas, vino, caracoles y guirnaldas. La transformación lograda entonces, resultó tan proteica que se requirió de máscaras, túnicas y coturnos para que esta fuera aún más absoluta.

Cuando el Ser comenzó a hacer la Historia, no encontró otra mejor manera de narrarla que con el Teatro. Pero cuando la Historia se tornó un gran campo de batalla, la revolución evolucionó en el Drama. Eso lo entendió perfectamente Juan Pablo Duarte cuando empezó la fundamental revolución dominicana desde escenarios y libretos.

Desde entonces, nunca nuestros artistas de la escena han rehuido de los compromisos demandados por la Historia, dentro y fuera de escenarios. En las protestas anticoloniales, con Llerena sacando la cabeza, dijimos... ¡Presente! En las luchas contra de la tiranía dijimos... ¡Presente! Cuando se defendió el honor mancillado en Ciudad Nueva dijimos... ¡Presente! Cuando se quiso retroceder en las conquistas también hemos dicho.... ¡Presente! Y lo seguiremos diciendo cuantas veces la Patria lo reclame.

Sin embargo, aún no contesto la pregunta. Es que la respuesta entraña dolor y sacrificio peligrosos. Aunque dolor y sacrificio son parte de la materia que nos formó, desde la cual partimos. ¿No es Sísifo, acaso, quien mejor nos ha explicado? Su condena a transportar constantemente la pesada piedra ha signado de por vida a todos los hacedores universales de teatro.

¡Pero la pregunta! ¡No puedo seguir evadiendo su respuesta! ¿Por qué hacemos teatro?... Simplemente para expresarnos. Y si no lo hacemos... ¡nos morimos!

¡Telón! ¡Telón! ¡Telón!

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