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Antes de que el año se ponga viejo

Por Néstor Estévez
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jueves 13 de enero de 2022, 14:10h

Cuentan que el origen de las tarjetas de felicitación está en la solución encontrada ante la gran cantidad de mensajes que un emprendedor necesitaba responder

Tarjeta de Navidad.
Tarjeta de Navidad. (Foto: Fuente externa)

Llegaba la Navidad de 1843. A Sir Henry Cole se le habían acumulado muchas cartas sin contestar. El hombre puso su mente a pensar hasta que se le ocurrió la gran idea. Ante un problema (desatención a relacionados), Sir Cole asumió gestionar lo que tenía a la mano para conseguir su propósito (responder mensajes de manera ágil y original).

Ya existía el sello postal, cuya primera emisión ocurrió tres años antes; tenía un amigo (John Calcott Horsley) que era dibujante, a quien le encargó pintar una escena navideña; luego reprodujo el trabajo artístico en una imprenta, y completó su invento escribiendo unos breves deseos de felicidad, estampando su firma y enviando por correo.

Aunque internet y las nuevas tecnologías han dejado muy atrás aquella etapa, refrescar esa parte de la historia resulta de gran utilidad para que logremos avanzar realmente. Pues si bien es cierto que la modernidad nos ha permitido agilizar las respuestas y estar cada vez más interconectados, no menos cierto es que la digitalización y su interconexión no garantizan real vinculación y mucho menos representan verdadera cercanía.

La experiencia fruto del ingenio de Sir Henry Cole arroja gran riqueza para aplicar en la cotidianidad, y más aún cuando se trata de pasar del dicho al hecho en eso de desear bienaventuranzas, prosperidad y toda esa carga de positividad que suele caracterizar cada final e inicio de año.

Una primera gran lección está referida al hecho de que no es lo mismo expresar deseos que asumir el proceso para materializarlos. Si a los deseos que expresamos les aplicamos la lógica de conectarlos con lo que tenemos, seguida de cómo usar eso para lograr lo que queremos, estaremos en franca ruta de avance. Para ello sirve de mucho que esos deseos sean específicos, medibles, alcanzables, retadores y con tiempo establecido.

Una segunda gran lección está orientada a la importancia de las relaciones. Por más capaces, aguerridos y visionarios que seamos, el logro de los avances está grandemente condicionado por la calidad de las relaciones con otras personas, con entidades y con el entorno en sentido general.

La experiencia fruto del ingenio de Sir Henry Cole arroja gran riqueza para aplicar en la cotidianidad, y más aún cuando se trata de pasar del dicho al hecho en eso de desear bienaventuranzas, prosperidad y toda esa carga de positividad que suele caracterizar cada final e inicio de año.

Ambas lecciones cuentan con larga trayectoria y gran sentido de oportunidad. La primera es una especie de resumen de los principios de administración; mientras que la segunda es resultado de un recorrido apretado por siglos de trayectoria humana.

Sencillamente ha de recordarse que, gracias a la alianza entre monarquía y burguesía, como expresión de gran adelanto para aquel tiempo, se logró dar origen al Estado moderno, dejando atrás el feudalismo. Así se innovó en los modos de conducir las sociedades, con su consecuente repercusión en los modos de producción y con valiosas transformaciones para beneficio de grandes conglomerados humanos.

Es con el Estado como se logra esa hegemonía dominante de los territorios, que luego, con la revolución industrial, encuentra la dupla compuesta por industria y gobierno como motores del devenir de los países de aquella época.

Luego, por esa dinámica que suele caracterizar a las acciones humanas, la denominada triple hélice, que postula la relación estratégica entre universidad, empresa y gobierno, se encarga de hacer evidente el rol del conocimiento, de quienes motorizan la economía y de quienes toman las decisiones en el devenir de las sociedades.

Y más recientemente, en una primera etapa, a esa tríada se suma la representación de la sociedad civil para hablar de una cuádruple hélice, seguida por una segunda etapa con la quíntuple hélice, al tomar en cuenta lo determinante que resulta el medio ambiente de cara a lograr sostenibilidad en las actividades emprendidas por cualquier conglomerado humano.

En suma, por más que se promueva y practique el individualismo, nos ha correspondido vivir una etapa en la que, tanto en acciones particulares como de amplias colectividades, se precisa de tomar en cuenta la necesidad de gestionar adecuadamente lo que tenemos para conseguir lo que queremos, con el ser humano en el centro y con el medioambiente como único espacio común para generar bienestar y felicidad.

Tomando todo esto en cuenta, este es el tiempo para poner “manos a la obra” con metas específicas, medibles, alcanzables, retadoras y con tiempo establecido, antes de que el año se ponga viejo.

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