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Orlando Martínez: Crónica de una muerte anunciada

Por Antonio Sánchez Hernández
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antonioasanchezhgmailcom/16/16/22
http://antoniosanchezhernandez.com/
martes 30 de marzo de 2021, 23:00h
  • Yo siempre parto de una imagen. La hojarasca es un viejo que lleva a su nieto a un entierro. El coronel no tiene quien le escriba es la imagen de un hombre esperando una lancha en el mercado de Barranquilla. Años después yo me encontré en París esperando una carta, quizás un giro, con la misma angustia, y me identifiqué con el recuerdo de aquel hombre.- Gabriel García Márquez
Orlando Martínez. Fue la crónica de una muerte anunciada. Sucedió hace algo más de un cuarto de siglo y parece que fue ayer. Sin embargo, no se transformó en un silencio sepulcral solo porque” nada humano le era ajeno”. Lo había visitado una semana antes y así nos decidimos hacer un paseo peatonal por la calle El Conde. La idea era conversar con él porque presentía como toda persona medianamente informada, la tragedia que se aproximaba. Caminamos lentamente toda la calle El Conde, mirando los escaparates de las tiendas y terminamos deteniéndonos debajo del Reloj del Sol en la calle Las Damas. En ese preciso lugar, en el crepúsculo de esa tarde veraniega le dije:
  • Creo que si no sales del país te pueden matar. “Tus palabras llevan dentro una inmensa herencia, lo sabes. Soy consciente de tu riesgo como escritor comprometido con tu palabra. Detrás de cada una de tus palabras hay un mundo, y quién tiene trato con las palabras, sabe que toda persona que redacta una columna como la tuya, Microscopio, se expone a graves riesgos, puesto que pones mundos políticos en movimientos y haces surgir unos seres escindidos: lo que puede consolar a uno, a otro lo hiere de muerte”.
  • Él me miró fijamente y únicamente me respondió: “no es un mero azar que en todas partes donde se considera al espíritu como un peligro, sé prohíbe primero los libros, y se somete a una estricta censura a los periódicos, revistas y mensajes radiofónicos. En todos los Estados donde reina el terror, la palabra es casi siempre más tímida que la resistencia armada, y esta última es casi siempre, consecuencia de la censura. No se puede uno callar, ya es demasiado tarde. Está en juego la libertad de palabra, nuestra única conquista real. Por lo tanto asumiré los riesgos de mi columna periodística Microscopio y no me iré del país, aunque me cueste la vida”.

No me quedó más remedio que callarme, le di un fuerte abrazo y en mi mente quedó sellado un pacto de amistad eterno con este tipo de hombre al que nada humano le era ajeno. Nos habíamos conocido en la capital de Hungría en el año 1970 en un ambiente muy diferente. Me invitó a cenar en un pequeño restaurante a orillas del río Danubio, donde dos violinistas húngaros amenizaron nuestra cena y nuestra charla. Vivíamos en plena guerra fría. Fue la primera vez que lo escuché hablar sobre la libertad de palabra.

Sacó de su maletín un pequeño libro de un escritor alemán de nombre Henrich Böll a quién yo no conocía y al que estaba leyendo en ese momento y citó estas palabras que había subrayado con una felpa amarilla: “la palabra, cuando está a merced de los demagogos sin escrúpulos, de los políticos que solo conocen la táctica, de los oportunistas, puede causar mucho daño inclusive la muerte de millones de personas. La palabra puede matar. El escritor que se rinde y se ofrece al poderoso supera al mismo criminal, comete algo más que un robo o un asesinato monstruoso. La historia del progreso es la historia de la ingratitud.

Parte de los descendientes de una generación disfrutan de ciertas ventajas, sin pensar en el precio que se ha pagado por ellas. La necedad, la ignorancia y el desdén con se suele tratar a los intelectuales son los acompañantes de la ingratitud”. Y concluyó: “Fíjate bien lo que pasó en Europa, en esta parte del mundo culto y civilizado. Millones de personas fueron masacrados en los campos de concentración. ¿Por donde comenzó todo?: eliminando la libertad de palabra, boicoteando y quemando libros prohibidos, entronizando la censura, azuzando el racismo. Aquel que boicotea un libro, que censura en un periódico lleva en su corazón el espíritu del esclavo”.

¿Recuerdas esta conversación que tuvimos en Budapest, en ese pequeño restaurante? Te recuerdo lo que te dije entonces, que yo no nací para esclavo. ¿Comprendes por que no puedo salir de nuestro país? Quizás lo haga más tarde, cuando las aguas hayan vuelto a su nivel.
  • Quizás entonces podría ser demasiado tarde.
  • Tal vez sí y tal vez no.

Abuelo, a ese hombre “al que nada humano le era ajeno” lo mataron una
semana después. Hoy, cada vez que paso por el Reloj del Sol en la calle Las Damas de la ciudad colonial de Santo Domingo me acuerdo de él y lo asocio con una reflexión de George Bernanos: “Jamás esperé de la experiencia que me concediera sabiduría, sólo le ruego que profundice mi capacidad de sentir compasión, ese sencillo pan de la compasión, que nosotros pecadores compartimos sentados al borde del camino, con la cabeza gacha, como pobres ancianos.

Con esta frase el rostro del joven o del viejo, recobrará definitivamente la sonrisa, pues hay algo que aprende de manera irrevocable: que la política no conoce ni la compasión ni la misericordia y que ella debe ser tratada como lo que es, una enfermedad social, a pesar de que muchos la siguen considerando todavía como un arte. La política no sólo es gerencia, es también poder y como tal también puede ser una grave enfermedad social.”
Ese joven hombre mulato que tuvo el valor de inmolarse por la libertad de palabra de nuestra generación 16 es ahora más que nunca dueño de su palabra y no es ni puede ser una página en blanco. Merece el respeto de todos.
  • Sin embargo mi querido nieto, hay que reconocer que el mundo dominicano ha cambiado demasiado. Ese periodista amigo tuyo fue apenas un precursor de este tiempo de libertad formal. Fíjate que hasta la iglesia católica ha roto con su silencio a fines del siglo XX. Ha tenido el valor de pedir perdón por algunos de sus graves errores cometidos en el pasado, hace ya muchos siglos, y lo ha hecho públicamente ante el mundo, a través del Papa polaco. Este hecho trascendental muestra que el duelo tiene ahora otra magnitud en el mundo y que el dolor tiene ya un valor distinto.
  • Es verdad. Al igual que usted, se estima que el mundo dominicano ha cambiado tanto, es ahora tan libre como lo es cualquier país y no obstante, como en cualquier lugar nuestra voz es tan débil ante las catapultas de los medios generadores de opinión, que bastan dos días para que las cosas se olviden o se contradigan. Después de esta muerte el duelo a este periodista es de otra magnitud y el dolor de esta sociedad tiene otro valor, otro significado.
  • Sí, pero consuélate con el hecho de que con su muerte, no ha sucedido el mismo silencio que con los miles de dominicanos que Trujillo mandó a matar y que son también, a su manera, otras páginas en blanco. Con la muerte de tu amigo tampoco ha sucedido lo mismo que con los miles de haitianos que mandaron a degollar, para retrasar ”solo una invasión pacífica de nuestros vecinos”, que fueron también páginas en blanco, diga perejil, y que se pagaron a algunos dólares por cabeza. Con esta muerte tampoco ha sucedido lo mismo que con todos los otros muertos del difícil y conflictivo período de doce años del Doctor Balaguer, sin importar sus bandos y sus credos, y que también quedaron como páginas en blanco. Más ahora, luego de la obligada reconciliación pública y privada post 1965 ese tema no se toca. Es cierto, abuelo. Sólo las hermanas Mirabal han podido trascender en un amén de mariposas sin transformarse en páginas en blanco al igual que este amigo periodista, con la triste coincidencia de que en ambos casos, el Presidente de la República era la misma persona. Los dos, a su modo, trascienden al caudillo.
  • La herencia dominicana de este siglo XX ha sido el silencio reiterado de las páginas en blanco: el silencio más sepulcral, la paz de los cementerios. Pero en el caso de tu amigo periodista ha sido especial. Es una página en blanco que acusa y condena al igual que las hermanas Mirabal, a la edad de hierro de nuestra historia moderna de estos últimos cuarenta años. Curiosamente, el año 2000 es el de mayor libertad de nuestra historia, se supone que será una transición hacia la modernidad, por eso es único y extraordinario. Sin duda que lo es. Y tal vez, porque hemos progresado mucho en el plano material en estas cuatro décadas, nunca la indiferencia oficial ha podido ni podrá disminuir la enorme dimensión de este crimen. Por el contrario, nuestra mejoría material dimensionada definitivamente por nuestra vocación de sociedad libérrima, nos obliga a esclarecer este hecho, para que la impunidad comience a ceder. No es poca cosa comenzar a ser justos para ser libres.
  • Abuelo, por todo lo que has contado hasta ahora en esta larga historia sobre nuestra pobreza secular, se puede comprender ahora que hay demasiadas llagas en nuestro pasado, demasiados silencios en este siglo, y sin embargo, nunca como ahora la sociedad nuestra le ha dado tanta importancia a la majestad de una vida. Nuestra sociedad siente que esta página en blanco de este periodista, si no se esclarece, aceptaría nuevamente el crimen de mañana, aprobaría tácitamente y con gesto indiferente otras muertes en el presente y en el futuro. El duelo ante esta muerte, incógnita y dolor, tiene pues para nosotros un valor cotizado. Al igual que el resto de esta sociedad, estoy seguro de que cuando esa página en blanco se aclare, con todos sus matices y se haga justicia, setenta años de crímenes y de pasiones políticas de este siglo XX, serán registrados de un solo golpe en esa sola página y la sociedad civil podrá dormir tranquila por mucho tiempo, gracias a la valentía de este comunicador, de este periodista que sabiendo que podría morir, arriesgó su pellejo y su vida, con nada que ganar personalmente y con todo que perder. Es más, si yo fuera uno de sus verdugos, me entregaría a la Justicia, declararía todo el embrollo y pondría las cosas en su lugar. Actuaría con timbales. Pasaría a la historia por los timbales…de declararme culpable, siéndolo.
  • Mi nieto, esto te debería conducir a la siguiente reflexión: hay silencios grandes y silencios chicos. Este periodista amigo tuyo es un silencio grande, tan grande como esta sociedad imperfecta. El Doctor, por su importancia en este siglo, hombre grande de este siglo, es hoy el padre de la democracia dominicana. Así lo han estatuido ya sus doblegados opositores en el mismo Congreso de la República. Y ahora se las pasa amarrándole chivas a los demás.
  • Abuelo, el Doctor ha sido Presidente tantas veces en estos últimos cuarenta años de vida, que podría dormir tranquilo si rompe con este silencio. Los demás, los que somos dueños de silencios chicos, también podríamos hacerlo. Romper con tantos silencios, grandes y chicos, sería un gran proceso de expiación colectiva, con sentido religioso de cuarenta años de historia moderna, donde todos seríamos perdonados, en voz baja, pero por Dios, que es el único ser supremo que puede juzgar en este trópico, hasta que los intereses creados digan que están vivos y coleando y que gobiernan en este siglo las acciones de los hombres y la naturaleza humana de los dominicanos. Esa mochila que llevamos a nuestras espaldas es heroica pero fea, muy fea. Mi amigo periodista gustaba repetir: ”La naturaleza humana es fea, muy fea”.

Así como el Papa ha pedido perdón al mundo por algunos errores de la iglesia, cometidos hace siglos, hace falta que en nuestro país, ese periodista sea un ciudadano de este mundo no un ciudadano del silencio, para que todos podamos ser redimidos como hombres en el más amplio sentido religioso. Estos últimos 27 años nos recuerdan, día por día, que el mundo de libertad de ese periodista no cupo en una simple página en blanco. Ese hombre es un silencio tan trascendente, como la es ya la libertad del dominicano, un requisito indispensable de nuestra propia convivencia civilizada. Yo como un hombre de más de casi noventa años, como un abuelo sin tiempo, le sugiero al Doctor que hable, que declare todo ante la Justicia, porque un padre de la democracia no está ni puede estar por encima de ella, ni nunca lo estará. Ojalá que no se lleve ese dogal hacia la tumba, si es que realmente quiere pasar a la historia democrática, cuyo fundamento es la libertad formal. Morir es lo más natural, sin importar cuantas chivas se puedan amarrar, pero vivir en aras de la libertad es lo más difícil que se puede concebir, entraña demasiado riesgos, y el Doctor como político profesional formado en medio de una tiranía lo sabe muy bien.

Ese periodista al que nada humano le fue ajeno es un gran dominicano, un gran heredero de las libertades públicas junto a las hermanas Mirabal. Como padre de la democracia el Doctor Balaguer en vida debió hablar claro. Eso es lo que siente y cree profundamente esta sociedad dominicana del siglo XX1, en la cual el Doctor sigue siendo un árbitro de lo ya creado en las puertas del sepulcro. Pero me temo que no lo hará. Ese no es, ni fue, ni será nunca su naturaleza y estilo. Se muere primero antes de dar ese paso. Apuesto a que no declara. Si lo hace, así creo que pensaba él, dejaría de ser un caudillo dominicano, a pesar de su indudable estirpe de gran constructor de las obras públicas, con recursos estatales propios y sin casi ningún endeudamiento externo.

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