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Esa mujer y su Príncipe Azul.
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Esa mujer y su Príncipe Azul.

Esa mujer y su príncipe azul…

Por Alfonso M. Becker
“Ninguna mujer, ninguna criatura humana, manda sobre el amor, y nadie en este mundo es culpable de sentirle ni de perderle”. George Sand
Por encima de los animales de todas las especies, y -más aún- de la raza humana, crece el árbol gigante que siempre reina solitario en la húmeda ladera de las cumbres más altas.

Y en las hojas más cercanas al cielo, la bruma de nuestra propia adversidad lanza sus gotas hacia el suelo para que los entrañables amantes reciban en sus fríos rostros el serio aviso de la naturaleza.

Que cada gota de rocío mañanero es un momento de gozo que abre el alma para recibir al objeto amado que con tanta ansia se desea; pero cuidado con el clímax que nubla la vista...

Y más cuidado aún porque la participación en el alegre murmullo de la fiesta mundana, impide percibir el tic tac que mide el tiempo que resta; la amenazante advertencia de que el reloj no se detiene y sigue marcando las horas.

No es el primer ejemplo ni será el último. Más estruendosos fueron los matrimonios entre blancos y negros en los Estados Unidos de siglos pasados; mucho más asombrosos e increíbles, fueron en la Europa judeocristiana que ahora se cae a pedazos…

Pero ese Dios que abre los ojos a la preciosa y extrema belleza negra, también atormenta a los que buscan un mundo nuevo a demasiadas leguas de distancia del que fue hogar de sus padres.

Asombrados y atormentados por la increíble desproporción entre la vida soñada y la real. Así son Meghan y Harry… No pertenecen a la Europa podrida gestionada por mercachifles sin conocimientos filosóficos; que se hunde poco a poco en el fango yihadista instalado por Francia y Alemania; y sin permiso de la periferia.

Las leyes y las costumbres británicas son tan distintas como la inmensa muchedumbre que busca un pastor para sacramentar todo aquello que es sexualmente de alcoba; o simplemente el amor que merece ser privado…

O como el pastor aturdido de la iglesia anglicana que busca un rebaño para justificar su oficio imprescindible; Oficio para ocultar el pecado victoriano que cometiera Lady Di con sus múltiples amantes. La enorme simpleza de un amor furtivo al que toda mujer tiene derecho…

El amor puro es fuego de juventud, es fuente de vida; y todos sus gritos, jadeos y tormentosos fluidos, deberían ser dignos, al menos, de un tierno disimulo social.

Dignos de alabanza, al fin y al cabo, son todos los amores variopintos, pero los amores de princesas despreciadas por príncipes con amantes palaciegas, claman al cielo porque el desengaño sufrido es mucho más que una malquerencia…

Es una hecatombe sexual que clama venganza; o un ajuste de cuentas vaginales para que conste socialmente lo que el futuro rey desprecia y rechaza. Que lo sepa el mundo entero...

Es una de las pocas veces en la historia de los apareamientos humanos en las que la moral es un estorbo absoluto. “¿Que me desprecia y me insulta?” “Pues mira qué capitán más guapo de la Guardia Real se arrodilla ante mi pubis rubio para rendirme pleitesía”...

Qué pocas oportunidades da la aristocracia británica para alegrar los corazones de los espíritus libres, qué afán de perturbar el vuelo de la palomas en el doloroso camino de los enamoramientos imposibles.

Los amores prohibidos no pueden ser objeto de condena. No debería ser así… La princesa que no es amada es siempre una desgraciada; la perfecta víctima de un intolerable y triste cuento de hadas gestionado por las alcantarillas de Buckingham Palace.

Meghan Markle entra en la nube mediática de las hadas cuando se casa con Henry Charles Albert David, duque de Sussex; en pocas palabras, the Prince Harry of Wales sucumbió a los encantos de una actriz negra estadounidense.

Esa actriz americana no podía creer que un miembro tan guapo de la clase alta británica, le estuviera proponiendo algo más que un revolcón…

Sin embargo, la dinámica de clase es tan centenaria que impregna la sociedad inglesa, es algo muy complejo que explica, perfectamente, el drama en una sociedad británica de espectáculos continuos donde lo real es algo absolutamente distinto a lo que usted ve, o le cuentan.

La narrativa estará para siempre en manos de todos los lectores, como lo estuvo la trágica historia de amor de Diana, Princess of Wales… Pero el lector no debería olvidar nunca que los “toffs” tienen un lenguaje propio que nadie, salvo ellos, entienden...

Así que amar por la dicha de amar a un chico de Eton, es algo de apariencia hermosa pero que encierra todos los peligros imaginables. Harry lo sabe… Nunca se ha tragado el cuento chino de que su madre era la “mala” de la película.

Si el sexo purifica el espíritu de las almas nobles, y el orgasmo alimenta la fantasía, puede usted elevarlo a la condición y a la santidad que desee, mas no debería olvidar que la muerte se oculta entre las sábanas y siempre tiene un asiento en ese tranvía que llamamos deseo…

Déjenme que les explique algo: si no entiende el llamado “Brexit” y es incapaz de comprender que los británicos nunca se irán de Europa o jamás se quedarán dentro, tampoco comprenderán la vida de Meghan y de Harry…

Los británicos se quedará dentro de la Unión Europea pero dejando un pie fuera, que matemáticamente es lo mismo que largarse de ese antro insoportable que es Bruselas, pero dejando un pie dentro de Europa…

Explicar esto requiere centenares de folios, pero es tan pedagógico como explicar la futura vida de los duques de Sussex, dejando atrás una vida que no desean vivir como miembros de la Corona británica.

Es cuestión de clase… Bruselas no está tratando con Grecia, ni con Polonia, ni con Rumanía; sino con todo el peso histórico del imperio británico. ¿En decadencia? En cierto modo sí…

Pero debe tener cuidado con el trato a los británicos y los modales para con la Corona, pues aunque «the global Britain» es una idea fantasiosa con delirios de grandeza, para después del “brexit”, puede hacerse realidad tras el derrumbe de la Unión Europea; los países ricos tienen objetivos realistas y alcanzables.

Dicen la pioneras feministas suecas del diecinueve que la mujer tiene derecho al placer sexual y a obtenerlo y disfrutarlo libremente… El escándalo fue mayúsculo, la sueca Ellen Key no solo defendía el placer sexual para la mujer, sino las distintas formas y caminos para obtenerlo… El hombre guapo y hermoso estaba en su punto de mira...

Diana de Gales, sin embargo, no fue muy lista para sobrevivir en un medio tan hostil, tan machista, y tan clasista como en el que ella vivía… Creyó la princesa que tenía patente de corso.

Lady Di no sabía ni por qué lloraba ni por qué reía; ni siquiera intuía el mar embravecido de tinieblas en el que se estaba adentrando. Seguro que no habría leído a Nietzsche, porque -al menos- hubiera tenido cuidado al conocer que el amor sexual que se juega con la baraja del adulterio, te acerca muy pronto a la muerte…

Es cuestión de paisajes. No es lo mismo obtener placer sexual en el motel de mala muerte, de una carretera olvidada, que conseguir diez orgasmos seguidos en la cubierta del yate de un multimillonario moro… Eso sí que es el paraíso…

Un árabe tres veces mejor proporcionado que don Carlos de Inglaterra… Tres veces… se dice muy pronto; cuando se describen los placeres de la divina proporción...

Los cuentos de hadas, brujas, sirenas, principitos, ogros, gnomos y encantamientos sexuales no tienen lugar en el mundo de lo ficticio cuando se trata de la Corona Británica.

Puedes ponerle los cuernos a un principito, pero ¡ay de ti! Si te atreves con la Corona británica… Bruselas puede hacer mucho daño a Londres con el “Brexit” pero la venganza contra la Unión Europea sería terrible…

Harry de Wales siempre será de la élite británica aunque lo despojen de todos sus títulos. El sabe que nunca se ama a una mujer lo suficiente, según lo que merece un ser amado. Harry sabe lo que realmente le pasó a su madre.

También sabe, por su educación elitista, que no hay nada más nauseabundo e imperdonable para la clase alta británica, que la traición; traicionar al rey, quebrantar la lealtad que se debe a la Corona; alta traición es mancillar el honor de una princesa y atentar contra el honor de la patria, y la seguridad de la Corona…

Todas las grandes palabras que encierra esta estrofa, debe el lector mezclarlas hasta confundirlas con la excitación de los amantes en la cama… Con el cuerpo denudo de Diana de Gales en el lecho de los amores prohibidos; con los hombres que la hicieron feliz.

El amor siempre nace de la nada y casi siempre muere, por todo lo demás… La relación turbulenta de Diana con el galerista Oliver Hoare, rayó el ridículo y lo rocambolesco; pillado desnudo infraganti en el placio de Kensington saliendo de la habitación de la princesa.

El oficial de caballería, James Hewitt, fue otro de sus amantes reconocidos por la princesa. Dicen las malas lenguas que es el padre de Harry… La princesa Diana se soltó el pelo y hubo otro amante detrás, y otros más, como un “experto en corazones” atormentados, el cardiólogo Hasnat Ahmad Khan…

La prensa del corazón enloquecía con Diana de Gales. En España se decía de ella que sus amores y su vida sexual eran la “ruptura total” de una mujer con todas las convenciones y todo los protocolos de esta vida. Las camas de los muchos y bellos amantes eran paraísos inolvidables de placeres insospechados.

Múltiples epitalamios que nunca obtuvo en su boda con el príncipe Carlos. Los cantos poéticos que muchos hombres le susurraron al oído. Hasta que llegó a los brazos del multimillonario Dodi al Fayed. Que tenía fama entre las mujeres de ser un hombre bien despachado por la naturaleza para el sexo.

Diana confesó a alguna de sus amigas que ese era su verdadero “príncipe”…
Seguramente la casualidad y la mala suerte, se confabulan cuando los amores perros dejan de seguir el curso uniforme de las buenas costumbres…

¿Buenas formas y costumbres? ¡Qué diablos! ¡Eso es para las plebeyas!

Sus amantes fueron muriendo todos de forma muy extraña; o cayeron en el descrédito y la desgracia. Y su triste final con el multimillonario egipcio fue, quizás, el último insulto a la Corona británica…

El Túnel del Alma en París fue el último adiós de Diana, la madre de Harry, a los amores fuertemente endiablados, y a los placeres diabólicamente disfrutados. Amar a muchos hombres en el territorio del espanto y el peligro, acrecienta el goce sexual de todo lo misterioso.

Decía George Sand que “ninguna mujer, ninguna criatura humana, manda sobre el amor, y nadie en este mundo es culpable de sentirle ni de perderle”.

Harry de Gales y Meghan Markle no quieren ser duques ni quieren vivir esa vida en la corte británica. Todos los rumores sobre algún desprecio hacia ellos es absolutamente falso.

Todos son protectores de Harry, desde su abuela, la reina, hasta su padre y su hermano el heredero legítimo… Todos lo adoran, y todos prefieren que vivan la vida que ellos desean. Meghan y Harry prefieren vivir, a salto de mata, entre la gran república estadounidense y el Canadá.

Nadie en el Reino Unido desea otra tragedia de amores con fracasos de orgullo.

Algunos, todavía no han digerido que la Corona británica haya celebrado con extraordinario fervor la llegada de esa mujer negra al corazón de su príncipe azul; para poner patas abajo el rancio imperio británico y decir adiós al pasado.
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