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El primer día de la vejez de Joselito Soto

Por Antonio Sánchez Hernández
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antonioasanchezhgmailcom/16/16/22
http://antoniosanchezhernandez.com/
domingo 19 de enero de 2020, 21:55h
“Yo no sé nada sobre la inspiración, porque no sé lo que es eso. La he oído mencionar pero nunca la he visto” William Faulkner.
  • Abuelo, me faltan apenas dos días para cumplir los 60 años. Hoy es el primer día de mi vejez, al menos así lo siento en todo mi cuerpo. Nunca me había sentido como hoy, tan triste, cuando jugaba con mis perros Elmo y Tina, dos cachorros adolescentes de procedencia tibetana. Debía estar caminando por el parque Mirador del Sur, el gran parque de la salud de la capital dominicana, como una rutina más, y preferí escribir en la computadora algo que el cuerpo desaliñado de este joven viejo me pedía. Ya tenía diez años en el gimnasio de un hotel, conservando salud más que buscándola y justamente ese día murió Juan B., un hombre pequeño de estatura y quién sabe si un gigante de su generación, un día después de la toma de la Bastilla, un quince de julio que yo pensaba que era dieciséis.
  • Uno nunca sabe lo que es el paraíso interior de una persona, menos aún de una generación. Habría que intentar describirlo primero, al menos. Algunos dicen que cada persona es irrepetible. Peor aún, que la edad de cada generación es en realidad la vida de tres generaciones en una: los abuelos, los padres y los hijos, en un constante discenso, y todo en un solo tramo de treinta años. –
  • Me había bebido ya la primera cerveza Heineken, dispuesto a enfrentarme con los fantasmas generacionales. El que bebe cerveza en el trópico es como si viviera en apuros, como si algo lo ensimismara de parte a parte, como si justificara en apariencias una vida en un solitario condominio, donde todo el mundo dice conocerse, lo cual no es más que realismo fantástico. Es que además, nunca había vivido en un primer piso con patio, en un condominio, en una callejuela tan aislada, tan poco transitada que ni siquiera era preferida por los mormones, fabulosa secta religiosa que había llegado a la ciudad capital en bicicleta no hace mucho, con su camisa blanca con corbata negra, del mismo tono. Debía ser eso. Vivir en un primer piso, aislado de los mormones, como si no tuviera fuerzas para subir más escaleras, buscando el supuesto equilibrio de la verdad de una vida urbana.
  • Santo Domingo, la ciudad capital, fabulosa integración de todos los poderes conocidos, urbe y aldea al mismo tiempo, donde coexistieron el burro y el avión, las chozas y las fábricas, el analfabeto y la buena poesía, los semáforos inteligentes y el agente de tránsito que los interrumpe y era la primera vez que vivía en el norte de una ciudad, como si desentonara. Hombre del Sur, por alguna razón misteriosa siempre preferí vivir en la parte sur de las ciudades donde había habitado, cuando era un trotamundo activo. Había vivido en el sur de Moscú, el sur de París, en el sur de Estocolmo, en el sur de Londres, en el sur de New York, en el sur del Distrito Federal de México, en el sur de la Habana, en el sur de Santo Domingo, en el sur de Madrid, siempre en el sur. Y ahora de repente, trotamundo pasivo, me había mudado al norte de la capital dominicana y a un primer piso, donde no conocía a nadie, a todo el mundo saludaba y donde aspiraba al más inmenso anonimato.
  • El sur siempre fue para mí un orden que imagine en mi mente, como una red, como una escalera que se construye para llegar a algo. Ahora he tenido que arrojar esa red, esa escalera sudista, porque descubrí, que aunque me haya servido, solo había tenido sentido temporal o simplemente carecía ya de sentido: las únicas verdades que me han servido son instrumentos que luego he tenido que arrojar, y heme aquí viviendo en el norte de la capital dominicana, en un primer piso, como si temiera subir una nueva escalera, junto a mis perros tibetanos, sintiéndome más que adulto, viejo, por primera vez en mi vida, pensando en que no soy más que un pobre hombre moderno, profesor universitario, globalizado, tan pequeño, tan manipulado, en mi miedo de cambiarlo todo, aceptando un nuevo orden social en mi país, en el planeta, y me río, porque de lo contrario ofendería mi libre voluntad de creación pensando en la muerte de Juan B. Mejía, como si fuera la mía, porque tantas veces lo vi transitar en mi generación, como un símbolo de resistencia, que hoy no lo puedo concebir muerto, en la más natural y poco ocurrente de todas las muertes.
  • Mi vida en esta tierra isla, si la comparo con los vastos espacios de tiempo, de personas y de países que todavía no conozco, se parece, en mi opinión, al vuelo del pájaro que se introdujo por el hueco de una ventana de mi casa, en medio de aquel terremoto vegano que marcó mi infancia, que cruzó rápidamente la sala y salió por lado opuesto para regresar a un eterno verano, donde se perdió de vista para siempre.
  • Algunas personas nacen jóvenes y otras personas nunca nacen o mueren tan jóvenes, o bien su desarrollo se detiene cuando todavía no han vivido, que lo que sigue a su breve periodo de vigor, pertenece al campo de la supervivencia o de la resurrección, tan típico de los países con mucha pobreza y marcada religiosidad y miedo a los aviones.
  • Alguien explicaba en televisión, hablando de los molinos de viento de Cervantes, que España jamás se recuperó de los dolores de sus aventuras imperiales. Ni tampoco de la sangría que ella misma se infligió al expulsar de sus venas hasta la última gota de sangre mora o judía.
  • Dice Federico Henríquez Gratereaux: “Los ciudadanos de Santo Domingo, tenemos mas de cinco siglos peleándonos con nuestros propios fantasmas. Todo el siglo XVI lo pasamos en lucha contra la reforma, contra el comercio de la iglesia reformada; los años 1700 transcurrieron peleando una guerra fronteriza contra la penetración francesa. Los años 1800 contra los vecinos haitianos. Fracasos, crisis, despoblaciones, que serían sucedidos por guerras entre nosotros mismos” hasta hoy, año 2020, en luchas intercaciquistas, que muestran que el dominicano tiene su propia cortina de hierro en el azúcar, café, oro, turismo, etc. Llevamos la guerra en el corazón, nada nuevo. Caminando por ese parque Mirador morirían físicamente dentro de mí nuestros caudillos.

Pero no el caudillismo, el caciquismo, la obra suprema de nuestras modernas torpezas. Los caciques cuidan sus manos con deleite. Los plebeyos se comen las uñas. Ambos son esclavos de la tersura o de los defectos de sus manos. Es nuestra imaginación la que se esfuerza en vestir las cosas, pero las cosas son divinamente desnudas. Las uñas por ejemplo. O los intelectuales de este siglo XX1 que acaba de comenzar, casi siempre abrevando del Poder, por falta de espacio propio, en un inmenso monopolio masculino corrupto e impune, que no toma en cuenta todavía que las mujeres han demostrado ser mas organizadas que los hombres, y sobre todo, mucho más honestas.
  • Creo profundamente que debo volver otra vez al Sur de la ciudad capital. Gazcue otra vez sería una hermosa opción, una nueva escalera sudista, claro está, cuando se resuelva algún día el problema del tránsito urbano en Santo Domingo de Guzmán.


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