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Vivir sin tiempo es viajar amarrado a las mejores inteligencias

Por Antonio Sánchez Hernández
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antonioasanchezhgmailcom/16/16/22
http://antoniosanchezhernandez.com/
domingo 05 de enero de 2020, 20:35h

“Mientras la obra sea una trampa amorosa, cabe esperar que la literatura perdurará”. Roland Barthes.
  • Dormí profundamente, con una calma inesperada, algo muy extraño en mi caso; esta conversación con el abuelo tuvo el efecto de una anestesia general. A menudo sufro de insomnio, me cuesta conciliar el sueño. Sin embargo, esta vez caí rendido como un tronco cortado por la mitad. Dormido no podía borrar sus últimas palabras, como si las palabras fueran hechos, a su manera: ’’tengo ante mí tres meses de prados frescos, de flores, de cosechas, de arena caliente en las playas, de cantos en las ramas, pues el movimiento del cielo ha preparado la brisa fresca de nuestro invierno, al igual que el pleno invierno prepara el caluroso verano."

Comprendí que el abuelo era un hombre realizado, maravilloso. Con esa convicción me quedé profundamente dormido, durante doce horas consecutivas, en un sueño profundo, letal. Me levanté con el mejor ánimo de continuar la conversación. Era lunes feriado, así que ambos disponíamos del tiempo prudente para seguir charlando: algunos temas se respiran en el aire de un solo tiempo; pero también pueden estar en la trama de toda una vida. Hay ciertos momentos de nuestra existencia en que somos, de manera inexplicable y casi aterradora, lo que llegaremos a ser más tarde": un abuelo sin tiempo.
  • Yo que soy de la nueva y última generación, de la dieciseisava generación de quijotes dominicanos de esta media isla, reconozco que sé muy poco de nuestro pasado colonial, tal vez por aquello que no soy un amante consagrado de la historia, y no conozco mucho de las historias personales de nuestros antepasados, y sospecho que con ayuda de este abuelo sin tiempo me puedo enterar de muchas cosas. Lo observé erguido, colando café en la cocina, le deseé los buenos días, puse distraídamente el brazo derecho sobre sus hombros, todavía arrogantes, saludables y me fui directamente al grano.
  • Abuelo, sospecho que usted ha tenido mucho tiempo para pensar en los asuntos de la familia y en otras muchas historias de vidas del pasado, extrafamiliares, con sus más de noventa años de vida. Anoche dormí tan tranquilo como si hubiese vivido varios siglos en apenas doce horas de sueño. No sé si es un tema agradable para usted, pero yo nunca he comprendido él por qué en esta isla siempre hemos sido pobres, aunque aquí ese tema sea el pan nuestro de cada día. Quizás su enorme experiencia de vida en un país tan rico como los Estados Unidos, me permita entender mejor sobre este tema tan antiguo y tan presente.
  • Mi querido nieto, y dale que eres insistente. Es tan temprano y ya me estás metiendo para lo hondo de la mar, ese sí que es un tema muy espinoso. Me pregunto si quieres conocer mi versión acerca de nuestra pobreza. ¿Es así? -
  • Así es -
  • Ya que es así, y deseas escuchar una opinión independiente, ponte cómodo, siéntate preferiblemente en una confortable mecedora, porque estas circunstancias que pienso y que te puedo relatar son tímidas, pero infatigables; van y vienen delante de nuestra puerta, siempre iguales a ellas mismas y de nosotros depende él tenderles la mano, para detenerlas en el momento preciso.
  • Abuelo, ahora sé que la fruta madura sólo cae a su hora, aunque su peso y la gravedad la arrastre inevitablemente siempre hacia el suelo -
  • Correcto. No necesito decirte que siempre hemos sido muy pobres, que recién a finales de este siglo XX la mitad de nuestra población se extraña de no serlo, ahora que por fin se han creado clases medias inteligentes e inquietas. Como la riqueza ha sido casi siempre un don tan escaso y además siempre ha estado tan mal repartida, la pobreza es uno de esos temas que no tuvo mucha importancia para las generaciones pasadas, sin importar que fueran niños, adultos o ancianos. Tampoco la tuvo para las madres o para las hermanas, porque entonces se vivía en pequeñas aldeas y todo el mundo se conocía o decía conocerse.
Entonces nadie pretendía ser rico, cuando todo el mundo era pobre. Comprenderás que ese pasado de pobreza verdadera y angustioso creó ambientes muy cerrados: pero ese pasado, por poco que uno lo piense, es un dato infinitamente menos cambiante y por lo mismo más estable, que el presente raudo y tecnológico que vivimos ahora, con clases medias y clases muy ricas, con la glamour y la diversidad de consumo con que pueden organizar sus vidas. No pienses que trato de ser efectista, pero creo que para las viejas familias españolas, indígenas y africanas de los siglos pasados de esta pequeña isla caribeña, los vivos no parecían ser el retrato o la sombra de sus muertos.
  • Te lo dice tu abuelo, alguien a quién bautizaron con el sugestivo nombre de Lisandro, en un hueco de tierra de dos metros de profundidad, sagrado, casi un recién nacido, con una buena dosis de agua bendita sobre la frente en señal de bienaventuranza, en una pequeña iglesia de un lugar llamado el Santo Cerro, enclavado en una montaña no muy alta, rodeada de grandes y floridos flamboyanes y de robustos pinos desde donde se observa el hermoso valle de La Vega Real; estoy convencido que mi padre me puso ese nombre con la secreta esperanza de que yo fuera el primer militar de la familia, misión que resultó imposible, porque en nuestra familia la filiación laboral ha sido siempre de maestros de escuela, jugadores de póker o de gallos, campesinos, sacerdotes o comerciantes, nunca de militares. Como vez, también nosotros en nuestra familia somos imperfectos. Lo reitero: no es que nuestros antepasados fueran infelices; la alegría habitaba nuestro pasado remoto, lo sé, al igual que ahora, en nuestro presente chusco y postmoderno: en realidad la alegría está en cada cual, o simplemente no está, porque todos los paraísos son interiores. Y agrega:
  • Podría adelantar que éramos seres de carne y hueso, como tú o como yo, con nuestros problemas, nuestras desdichas y bienaventuranzas, con nuestra forma medieval de ver las cosas. Eramos muy diferentes a ustedes, porque el ambiente era distinto, pero la naturaleza humana y los sentimientos cambian apenas de forma de una época a otra y todo el mundo admite que se puede ser feliz sin dejar de ser algo tristes. Antes de la llegada de los españoles, la mente de los indígenas estaba completamente quieta, y lo sé por sus mujeres con las cuales mis antepasados procrearon hijos a granel. Eran seres que vivían adaptados a su propio medio natural, por lo tanto, el amor era real hacia los suyos y hacia la madre tierra. La prueba más palpable de ello es que recibieron a los españoles y a los negros con regalos y sonrisas.
  • Recuerda que han pasado ya dieciséis generaciones de treinta años, desde que llegó Colón y pisamos por primera vez estas tierras tropicales, y que es ahora, solo ahora, a la distancia de quinientos años, en este mundo todavía tan poco global, que los mulatos o criollos parecemos querer sublevarnos contra nuestro propio pasado de hombres colonizados, ora por sus métodos violentos, ora por lo que se entiende, como aplastamiento cultural de indígenas.

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