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Ideas tontas sobre el miedo y la risa

Por Antonio Sánchez Hernández
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sábado 16 de marzo de 2019, 21:00h
“La vida es sueño. Y cada sueño es individual y distinto, depende de cada persona, de cada aspiración colectiva”. Calderón de la Barca.
Es lo sabido: nada es eterno, todo cambia, individuo y sociedad, y ambos viven entre el miedo y la risa. El miedo, individual y social nos contiene, nos esclaviza; la risa, en cambio, nos libera, nos humaniza. Despiertos o dormidos, organizamos nuestro mundo entre el miedo y la risa, de forma individual o social, desde siempre. La vida es sueño, dijo Don Calderón de la Barca. Y cada sueño es individual y distinto, depende de cada persona, de cada aspiración colectiva. Pero no olvide que se sueña mucho más, despierto que dormido.

Mejor lo fuera todavía, si el sueño se pudiese definir como una estrategia colectiva nacional de desarrollo de largo plazo, de bienes y de servicios. Si el sueño es un plan de desarrollo, el sueño, es pues, escritura, y hay muchas escrituras que sólo son sueños. Es una alegoría, claro está, pero alegoría que nos dirige y nos conforma, entre el miedo y la risa.

El dominicano moderno, empresario o chiripero, con beeper o con un moderno celular, ya globalizado, con una computadora en las manos, es decir, con un conocimiento universal: el Internet, está lleno de miedos y de risas. Pero el dominicano pre moderno, desde la Colonia, pasó por lo mismo, a su manera: ¿Acaso el descubrimiento de América no es el primer peldaño hacia la globalización del comercio, el inicio del mercado mundial, en medio de un flamante autoritarismo? Por ello hemos terminado riéndonos de nuestros propios miedos o metiéndole miedo a la propia risa, porque fuimos el primer lugar, el primer territorio americano del experimento colonial.

El miedo es nuestra contención, la risa es su paliativo. Si no riéramos de nuestros propios defectos o debilidades, de la insipidez de nuestra carne, de la corrupción y de la impunidad, de las distracciones del ser humano o de la licencia del borracho, seríamos más imperfectos. Incluso la Iglesia, en su sabiduría, siempre permitió el momento de la fiesta, del carnaval, de la feria, de la comedia, de la sátira y del mimo, para que pudiéramos descargar los humores, tratando de evitar lo inevitable, que se ceda a otros deseos, a otras naturales ambiciones, no solo a las sabrosuras carnales: nos referimos a las destrezas laborales, artísticas, musicales, idiomáticas o deportivas, sin las cuales es imposible vivir en sociedad con buena calidad de vida, entre miedos y risas.

La risa tiene pues, para nosotros, la misma estatura social que el miedo: es el amparo de los simples, el deleite de la plebe y el resguardo de los ricos. Ya lo decía el apóstol: en vez de arder, casaos. En vez de rebelarnos contra el orden divino, reíd y divertíos con nuestras inmundas parodias del orden...Y al final de la comida, después de haber vaciado jarras y botellas, la risa os liberará del miedo a los demonios, porque borrachos, cuando el hombre se siente amo, el diablo parecerá pobre y tonto y por tanto controlable: en medio del miedo y de la risa.

Aristóteles decía que hay que valerse de la risa para desarmar la seriedad de los oponentes, para oponerse a la seriedad del miedo.

Enseñaba a deformar el rostro de la verdad con el teatro, para que nos convirtiéramos en esclavos de nuestros propios fantasmas. Si Aristóteles hubiese nacido hace 40 años en R.D. y vivido este período de confort humano que nos ha tocado vivir, mezclado con grandes necesidades sociales insatisfechas, estuviera posiblemente predicando en este momento por grandes programas televisivos de fino humor y por el encanto de las bellas artes; y con menos y mejores programas, si fuera posible, con contenidos políticos aparentemente más formales, más serios y universales, con menos bocinas politiqueras en el sistema de partidos, a veces discordantes, y llenas de mal gusto: entre miedos y risas.

Tal vez la tarea más difícil de cualquier sociedad que estime a sus ciudadanos, la nuestra incluida, consista en lograr que estos rían de verdad, que la propia verdad ría, sin muchos miedos; quizás porque son tantas las limitaciones humanas en la actual, preclara y preoscura sociedad dominicana, - y desde la llegada de Colón-, que para algunos ya la mejor verdad consiste en liberarse de la insana pasión por ella. No creen mucho en ella. A esos observadores a distancia, intelectuales por principio, nos gusta también otear la verdad casi siempre desde lejos, creyentes de su falsa cercanía.

Hay algo que nos dice que es preferible no perder tanto el tiempo en cosas, donde los ciudadanos no cuentan ni pintan para mucho. La verdad es un signo, nadie duda de la verdad de los signos, pues es lo único de que dispone el hombre para orientarse en este mundo. Lo que no comprendemos muy bien - y tal vez por eso vivimos creando hombres providenciales-, es la relación entre los signos, entre la verdad y la mentira, siempre de manos, siempre expectantes, entre miedos y risas, en el curso de nuestra vida.

Simplemente, quizás no siempre hemos tomado partido por la verdad, como diría Federico Nietzsche. O quizás Nietzsche tal vez está equivocado o está mediatizado por las prácticas de los trópicos, donde verdad y mentira siempre caminan juntas y don dinero es el rey de los teatros, el exponente esencial del figureo, el rey de las comparsas.

Romain Rolland, el ilustre escritor francés, diría que lo mejor que puede hacer ahora un adolescente, es prescindir de tantas mentiras y tonterías que recibe cuando niño, y que por desgracia traspasa más tarde a su vida adulta.

El dominicano siempre se inventó y se inventará un nuevo orden en todo lo que hace. Un orden que imagina nuestra mente como una red, como una escalera que se construye para llegar a algo. Pero después descubre que, aunque haya servido, tiene sentido temporal o simplemente carece ya de sentido: las únicas verdades que sirven son instrumentos que luego hay que arrojar, entre miedos y risas.

Ese saldo, es el equilibrio que tomamos como receta para vivir como individuo y también en sociedad. En períodos de paz, el miedo a las limitaciones más materiales que espirituales, surge en todos los rincones de nuestro espíritu. En tiempos de montoneras, los actos de valor más inverosímiles, están sustentados en el miedo a perderlo todo, comenzando por la vida.

Del doctorado histórico y cívico que hemos vivido, ya interiorizado en contantes montoneras políticas, hemos comprendido que el miedo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad tocada por la duda. En la paz o en la montonera, el miedo es sombrío porque sabe adónde va, y siempre va al sitio del que procede, de su fuente real: de la simple sobrevivencia. Somos sobrevivientes a tiempo completo, pero somos y nos hemos convertido mentalmente en un país de desarrollo medio a nivel mundial. Ahora se precisa subir el último escalón, como meta nacional: ser un país desarrollado, salir del subdesarrollo. ¿Cuántos votan a favor? ¿Cuántos dominicanos desean vivir realmente en R.D., ya convertido por nosotros mismos en un país desarrollado? ¿Son muchos o son pocos, entre miedos y risas? Para mí son pocos…¬

"Huye de los profetas, nos dijo Gandhi. Y de los que están dispuestos a morir por la verdad, porque suelen provocar la muerte de muchos otros, a menudo antes que la propia, y a veces en lugar de la propia". Por eso el dominicano ha reverenciado a sus verdaderos héroes, con un sentido que va más allá de lo religioso, como seres trascendentes. La verdad, miedo y risa combinada, como sobrevivencia de siglos: ¿merece ser considerada como un signo o como una pausa obligada, de acuerdo a la experiencia histórica dominicana? Tal vez como las dos cosas al mismo tiempo, quién lo sabe, entre miedos y risas.

El dominicano moderno, globalizado, tan pequeño, tan manipulado, en su miedo por cambiarlo todo, acepta la idea de un nuevo orden social en el planeta y se ríe, porque de lo contrario ofendería su libre voluntad de creación. Así la libertad es ahora nuestra condena, o al menos, la condena de nuestras soberbias, entre miedos y risas. Y mientras más nos hacen reír, más humanos nos sentimos. Así, tal vez por eso es que mejor preferimos, en el fondo, los meses de Diciembre: una gran fiesta de la Navidad, entre miedos y risas.

El final de cada historia importante, conlleva tristeza para un escritor: una pequeña muerte. Escribe la última palabra y la obra ya está terminada, como una pausa obligada, tanto el miedo como la risa, tanto la prosa como el verso, pero no lo está de verdad: la historia continúa dejando al escritor atrás, puesto que ninguna historia termina jamás, sobretodo si está bien escrita, es decir, si está bien terminada… Entre miedos y risas.

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