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Turismo en las alturas o vertical

lunes 26 de noviembre de 2018, 13:25h
El anuncio de que, en el área conocida como El Macao, de la provincia Altagracia, se dará inicio al desarrollo del denominado turismo de altura o vertical, no es nada nuevo, pues ya en Juan Dolio y Guayacanes se viene implementando esta forma de hacer urbanismo. La cual, es propia de Miami Beach y Río de Janeiro, etc. De modo que ese no es el problema ni la novedad del jaleo que ha producido tal anuncio.

La real problemática viene dada por el hecho de que el levantamiento de torres en el Macao cambia radicalmente el modelo de turismo de resort que tanto éxito ha tenido en el denominado Este profundo. Dicha torre viene a cambiar el panorama y, probablemente, hará sucumbir a más de un negocio turístico, hasta ahora exitoso. En primer lugar, porque el turismo vertical implica un uso diferenciado del recurso playa con relación al uso que le da el turismo de resort.

Nuestros hoteleros de playa han disfrutado hasta ahora de exclusividad en la explotación del recurso playa, el nuevo modelo implica un cambio radical en la forma del uso del recurso playa, el cual, de ser cerrado o restringido, pasa ahora a ser abierto. Esto implicará el rediseño de prácticamente todos los polos turísticos. De modo que los estudios de planes de ordenamiento territorial ahora cambian su concepto e implican el que las playas son espacios libres para el público, particularmente para los huéspedes y adquirientes de apartamentos en torres. Este es el fondo del cambio. Su bondad o su desastre quedará por verse.

En segundo lugar, se pone en peligro el urbanismo turístico de villas o de viviendas individuales o de pequeños grupos que caracteriza al turismo de mediano y alto consumo para pasar a uno intensivo y vertical que si bien es para personas de altos ingresos podría tener un efecto demoledor en nuestras playas pues su capacidad de explotación podría verse extenuada. Si a ello añadimos los cambios que en los vientos e incluso en la corriente marina ello podría implicar, estaríamos hablando, con probabilidad, de un futuro desastre ambiental a mediano y largo plazos.

En tercer lugar, la seguridad jurídica y la fiabilidad en las políticas de inversión del Estado podría carecer de credibilidad o lo que es lo mismo, habría que reorientar las costosas campañas publicitarias que hacen gobierno y sector privado en el exterior. Pues el producto que se ofrece cambiará radicalmente. Pues seríamos el nuevo Hawái ahora en el Caribe. Cabría preguntar si el sector privado participará de ello o será preciso que prima facie, el gobierno la asuma y luego el nuevo tipo de inversionistas le cooperen pues no se podrá pedir a los afectados que participen en cavar su propia tumba.

Nos encontramos de nuevo en la década perdida de Latinoamérica, en los tristes años ochentas del siglo XX cuando la economía del postre (café, cacao y azúcar), fue derribada por la economía de servicio. Pronto el país observó cómo se destruía un central azucarero para levantar sobre sus ruinas una zona franca. Claro, el tiempo transcurrido ha respondido la pregunta que todos se hacían ¿por qué el estado debía destruir una industria para levantar otro bajo sus escombros cuando lo racional era la coexistencia de ambos modelos, pues como se observa, el Consejo Estatal del Azúcar (CEA) fue desmantelado, pero la casa Vicini y el Central Romana, en cambio, prosiguieron hasta la fecha siendo empresas exitosas en la producción de azúcar y en el desarrollo del turismo. Lo que demuestra la perversidad del modelo neoliberal fraguado por los llamados tecnócratas o chicago Boys ahora reestructurados como neoliberales.

El turismo vertical es el que más daño ocasiona al medio ambiente, es un turismo de alta intensidad que impacta sobre el paisaje ambiental, sobre la topografía y sobre el curso de los vientos. Estos factores pueden provocar que nuestras playas se queden sin arena, pues al cambiar el curso del viento en lugar de traer arena, probablemente, la extraerán.

Además, la corriente turística internacional que visita el caribe, lo hace para buscar naturaleza: vegetación, paisajes campestres, flora, fauna, sol y playa. El modelo vertical rompe con estos esquemas y se decanta por la denomina mole de concreto donde los atractivos son todos artificiales, nos pareceremos más a Dubái que a nosotros mismos. A la pregunta de si eso es bueno o es malo contestaría con el desastre de la década perdida del siglo XX.

Debimos armonizar, no destruir, no generar conflictos, pues todavía hoy en día el desastre de las tierras del CEA nos está impactando de diversas formas negativas y perdimos una gran industria ahora que los combustibles fósiles están escaseando, ahora cuando la producción de alimentos es más imperiosas y rentables, tenemos esas tierras convertidas en campos de batallas improductivos que nos hacen recordar el desastre de la parcelación que hizo Boyer bajo la dominación haitiana.

Por tanto, el tema no es si existen sectores que se oponen al turismo vertical, el tema es para implementar el mismo es necesario desmontar el que tenemos. Esta es la pregunta. Claro, un gobierno democrático es siempre cortoplacista su mira es a cuatro años como máximo a ocho años. En el escenario actual, al parecer, esta perspectiva impacta más que la racionalidad de implementar un desarrollo ordenado no excluyen y respetuoso de las inversiones existentes.
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