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Lecciones Brasileñas a la política vernácula

Por Guillermo Caram
domingo 14 de octubre de 2018, 21:01h
Muchos comentan resultados de las elecciones brasileñas estigmatizándolas con etiquetas; sin profundizar, para encubrir, verdaderas explicaciones. Se limitan a descalificar al candidato triunfador obviando analizar por qué perdió el perdedor, cayendo en complicidad con razones que produjeron su derrota. Pretenden obviar que estos resultados obedecieron, fundamentalmente, al voto de castigo a la corrupción. Y al fracaso de políticas insostenibles implementadas por el partido postulante del candidato perdedor.

Creyeron que las políticas sociales seguidas por el Partido de los Trabajadores (PT), proporcionaría adhesiones perpetuas del voto del pueblo, suponiendo que satisfacían sus necesidades fundamentales y que reducían pobreza; demostrándose con votos que a los brasileños no lo convencieron las ayudas paternalistas del Estado, sino que prefirieron mejorar mediante opciones más dignas: oportunidades de trabajo provistas por la economía.

Los perdedores, para justificarse, se escudan en poses izquierdistas encubridoras de fracasos. Y descalifican despectivamente a los triunfadores.

Algo similar sucedería en la política vernácula. Políticos dominicanos creen, avalado por una politologocracia estancada, que perpetúa el retrato presente de nuestra realidad, que las adhesiones de beneficiados de la hipertrofia burocrática y subsidios, que suponen conforme con lo recibido, habrá de garantizar perpetuamente adhesiones electorales.

Creen que el dispendioso y derrochador gasto, que suponen eficaces y eficientes, y dentro del clientelismo sociopopulista que abraza el equipo gobernante, tienen garantizado el voto a su favor.

En Brasil no fue así. No solamente perdió el seguidor de abanderados del clientelismo del PT, sino que antiguos incumbentes que abanderaron dichas políticas, como la expresidenta Dilma Rousseff, perdió vergonzosamente.

De nada vale ahora vendas recurrir a descalificaciones al candidato triunfador ni pretender ponerse después que electores brasileños desenmascararon dolos y yerros de procederes gubernamentales pretenciosamente perpetuadores del poder en base a mayor dependencia al Estado.

Creyeron que podían engañar todo el tiempo a todo un pueblo, desoyendo aquella sanción de Abraham Lincoln: “puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”.

Gobernantes vernáculos creen que puede perpetuarse en el poder por los programas sociales inspirados en los brasileños. Peor aún, desde fueros opositores se escuchan pronunciamientos que se inscriben en esta misma convicción, compitiendo sobre quien aumentará sueldos ampliará subsidios.

Así, la ciudadanía en el 2020, ante la dicotomía de sufragar o no por más de lo mismo, descartaría lo desconocido para inscribirse en la sanción del refranero popular: “Más vale un malo conocido que un bueno por conocer”.

Solo si aprendemos la lección brasileña de encarar corrupción y revolucionar drásticamente políticas económicas, pudiera ofrecérsele al pueblo una alternativa convincente de gobierno.
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