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Urbanismo y turismo

miércoles 12 de septiembre de 2018, 22:42h
El hombre al crear la ciudad creo un habitad humano a su medida, pero poco a poco fue comprendiendo que dicho habitad para ser funcional, operativo y habitable, requería ir en armonía con la naturaleza. Es entonces cuando decide combinar naturaleza con ciudad, es decir hacer del ambiente parte de su concepto de ciudad. A esto se llama ornato, paisajismo, embellecimiento, jardines, espacios de solaz esparcimiento, etc. Las ciudades que lograron armonía con su entorno con su topografía, con su geografía, son consideradas habitad humanos saludables, las que no, lo inverso.

Además, existen razones de infraestructurales que hacen necesario aprovechar la geografía, el medio ambiente, para crear accesos a las ciudades y sobre estos se busca que las mismas agredan lo menos posible al ambiente, o mejor aún, que armonicen con este. Pero no siempre se consigue este objeto y los factores que intervienen son varios, por ejemplo, puede ocurrir que se levanten asentamientos humanos sin tomar en cuenta los factores que estamos describiendo, en razón a la existencia de desconocimiento absoluto de normas urbanísticas. O bien que condiciones de marginalidad, subdesarrollo y descuido oficial determinen que personas sin criterio alguno sobre urbanismo creen asentamientos humanos.

Cuando convergen todos los elementos que hemos señalado se puede afirmar que existen condiciones para aprovechar la naturaleza en combinación con las ciudades y sus paisajes como destinos turísticos. Al revés, cuando esos factores no han sido tomados en cuenta o cuando las autoridades se hacen de la vista gorda ante la necesidad de tomar en cuentas las normas del urbanismo, cuando no se planifica la forma en que se hará la planificación urbanista, el ordenamiento territorial y la determinación sobre la forma en que se hará uso del suelo, nos encontramos ante un desorden urbanístico. El desorden urbanístico no crea situaciones adecuadas para la creación de asentamientos humanos, ni para el disfrute de las bellezas naturales con que cuente una región o una ciudad.

Es entonces cuando se afirma que no existe planificación urbana, ni uso adecuado del suelo, es cuando se dice que la ciudad es un caos o que el medio ambiente resulta agredido por la actividad humana. Es cuando se dice que es difícil alcanzar el grado de ciudad turística. Porque la actividad turística emplea a la naturaleza como recurso principal con el objeto de apreciar sus características intrínsecas, su belleza y sus singularidades de forma contemplativas, admirativas con miras a su disfrute, a su solaz esparcimiento, esto es como área recreativa. De donde se infiere que el turismo es un factor que invita a preservar la naturaleza, pero más aún, invita a que de igual modo, apreciemos las características urbanísticas de las ciudades, a que las veamos junto a sus monumentos, a su patrimonio cultural, como objetos que también son recursos turísticos a explotar, a ser disfrutados por nativos y visitantes.

Lo anterior conlleva la necesidad de que los munícipes y las autoridades municipales, adquieran conciencia turística, más aún, que comprendan la necesidad de ordenar su territorio para definir el uso que darán a cada palmo del mismo en función de habitad, de respeto por naturaleza y de explotación turística.

Sin embargo, en el caso dominicano, se aprecia que ni sus autoridades nacionales y municipales ni sus habitantes comprenden estas nociones, pues solo eso explica el que, por ejemplo, la entrada a la ciudad de Puerto Plata sea, por décadas, un vertedero, o que la entrada a la ciudad de Samaná sea un arrabal en deterioro continuo donde la única señal de urbanismo conceptual que se observa, sea la obra que realizó allí el gobierno de Joaquín Balaguer. Observándose que luego de esa iniciativa, el desorden urbanístico es lo que impera.

No se debe olvidar que la calificación de “ciudad turística” conlleva requisitos especiales de obligatorio cumplimiento para las autoridades del gobierno local, como para las del gobierno nacional, como para sus organismos especializados y, más principalmente, para aquellos que tienen la categoría de órganos reguladores. Incluso, la iniciativa privada tiene obligaciones que implican responsabilidades públicas. Al pasar a este punto, notamos que, por ejemplo, ciudades con crecimiento urbanístico como Santiago y Santo Domingo, tienen al sector privado, como propiciador de ciudades enemigas del turismo, pues la construcción de torres y urbanizaciones se realizan con total y absoluto desprecio por el concepto de “ciudad turística”, resulta imposible desplazarse a pie por Naco, los Cacicazgos, etc., y todo el perímetro central de la ciudad capital, pues los constructores antes que dejar espacios para el desplazamiento a pie de transeúntes, roban espacios públicos sin que las autoridades municipales ni las especializadas, ni las reguladoras, ni el gobierno nacional, tomen cartas en el asunto.

Pero tampoco la ciudadanía, los munícipes, ni los constructores se han empoderado del asunto. A pesar de que la Ley sobre municipios otorga amplios mecanismos de participación para la gobernanza. Estamos creando un urbanismo enemigo del turismo, ciudad toco amistosas con el turismo. Al tiempo que, supuestamente, el gobierno central tiene la aspiración de que seamos un país turísticos. Este objetivo estratégico no podrá lograrse mientras no se definan y apliquen políticas públicas adecuadas.

La Ley 256 de 1975 es la única ley realmente de planificación de un desarrollo urbanístico en armonía con la naturaleza y de planificación y ordenamiento territorial con que cuenta el país, circunscripta solo a Puerto Pata y en aplicación solo cuando el Banco Central financió el desarrollo turístico allí, pero que se requiere que su contenido sea tomado como referente para hacer del urbanismo y del turismo dos poderosos aliados para la elaboración de políticas públicas racionales.
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