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Tumba para guerreros argentinos.
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Tumba para guerreros argentinos. (Foto: Alfonso M. Becker)

Tumba para guerreros argentinos...

Por Alfonso M. Becker
Se fue la luz para los submarinistas… No se alarmen porque son una raza. Todo está oscuro en el sitio de trabajo de tan reducidas dimensiones; pero se siguen cambiando impresiones como lo hacen los hombres y las mujeres preparados para pelear hasta las últimas consecuencias. No hay sitio para el pánico ni en el puente ni en la sala de máquinas ni en los camarotes; y mientras se anuncia y se determina la deriva, el cocinero sigue preparando los filetes a la milanesa y el dulce de leche.

Bien es verdad que no ha y ganas de comer porque se disparan las emociones cuando al toque de zafarrancho todos saben que no es la guerra… Es muy raro el ángulo de la línea de quilla con la dirección hacia la base. Pero la nave va… Extraño derrotero. Lenta, pero va… Y el barco los tiene que llevar a casa… Sin embargo, algo ha reventado… No, no son los malditos ingleses de la Margaret Thatcher que han soltado un pepino. Se ha jodido algo en la sala de máquinas y el zafarrancho se convierte en alarma general de daños. Los reportes de averías no presagian nada bueno porque los parámetros de evaluación resultan confusos.

Los gritos y las alarmas son los mismos que los de una casa de locos. Pero la energía se apaga lentamente, desaparece, y la conversación solo es posible en un ir y venir corriendo como un poseso por toda la nave… En la popa funciona alguna pila, pero eso es como llevar un submarino a pedales. Las comunicaciones con el comando naval de tierra se han cortado. En semejante situación, las carabelas de Colón, eran barcos con más posibilidades que el ARA San Juan…

La derrota directa es ahora la única posibilidad de que en casa sepan por dónde se halla el submarino. Es un lenguaje poético, todo un lujo cuando las alarmas se encienden; porque nada funciona y se van hacia el fondo. La tripulación mira al comandante… y el capitán de fragata tiene los huevos suficientes para aguantar la mirada como queriendo decir “tranquilos, saben que estamos entre Ushuaia y el Mar del Plata”… “cago en la puta, mi comandante, eso es como buscar una aguja en un pajar”- dijo el Segundo… “en un pajar en el fondo del mar oscuro”-dice un marinero con cierta sorna porteña…

Se canta victoria y se reza a la Señora Stella Maris porque una pila parece tirar… ¡Dale! ¡Vamos, vamos!… Veinte nudos, quince nudos, diez, cinco… Ha reventado… Toda la máquina está kaput y descienden y bajan; y se van al fondo abisal mientras los relámpagos anuncian una desgracia en la mar gruesa. La madre que parió a Poseidón… Y el hijoputa de Neptuno no ha hecho nada por salvarlos; los ha abandonado. ¿No hay nadie en la Atlántida que pueda parar esto? ¡Oiga que son héroes argentinos salvaguardando los intereses de su zona económica exclusiva! Nadie sabe por qué se habla tanto de rescate cuando todos conocen que los dioses han decidido otra cosa…

Quizás son regalos de humanidad, obsequios solidarios para la pena tras la espantosa noticia. Que si los rusos llegan con un batiscafo, que si los americanos llevan drones sumergibles de búsqueda, que si los noruegos, los británicos… Sí, es cierto… parece reconfortante… pero el submarino está tan en el fondo de las aguas, tan en el fondo del océano, que ya estará aplastado como una lata de cerveza vacía y pisoteada por los monstruos marinos que perseguían a Ulises…

Los americanos no quieren estropear el verso pero pasando los 300 metros, todo es ofrenda para los dioses… Ruge el viento entre la espuma y las frías aguas del Atlántico Sur... Ya no hay arreglo alguno. Pero es un gran signo de humanidad. No cabe duda. Los humanos sueñan demasiado y fabrican signos de hermandad que todos entienden… Lo propio de navegar a rumbo es ir donde haya que ir aunque elijas varias direcciones. Al fin y al cabo, todos vamos al mismo sitio… Algunos, con menos sentido poético, aseguran que vamos a ninguna parte…

El silencio se hace en el agua y el alma de los paisanos argentinos se consume en la espera junto al rumor de las olas que hablan de la muerte de toda una tripulación entera… Pero nadie quiere ser el portador de tan espantosa noticia. ¿Quién tiene la culpa? Qué mas da… Nada ni nadie es más grande que el mar. La inmensidad puede tragarse un portaaviones para merendar…

Si no, que se lo pregunten a Neptuno; no ha sido tan hijo de su madre como creemos, esto es así porque tiene muy mala imagen por el tenedor… El maldito tridente para matar pulpos del demonio. No es tan malo el dios de los océanos y de los mares; porque su padre Saturno tenía más mala leche y sus hermanos Júpiter y Plutón son capaces de quemarte vivo… Se los ha llevado al fondo porque eran los mejores marineros argentinos.

Hesíodo ya estará escribiendo algo bonito para ellos. El sol reposa a ratos sobre las olas y los hombres y las mujeres de Argentina ya tocan pie porque no quieren hundirse en la realidad a pesar de las espectaculares fábulas y cuentos chinos en torno a la tragedia… No es bueno mezclar el dolor del alma con el vulgar artificio de las responsabilidades. ¿Que quién tuvo la culpa? Quién sabe… Eso es para luego… para después… Ahora es el tiempo de comprender la increíble belleza del suceso.

Las mujeres y los hombres argentinos están obligados a verse en el pellejo de los guerreros… No hay otra forma de comprender una alegoría del universo completo. Ni el inolvidable relato de las Nereidas en la Odisea de Homero… Era una labor de inteligencia. Distensión y diplomacia son el espectáculo sobre las Malvinas pero el espionaje es de capital importancia cuando London y Buenos Aires ocultan las verdaderas intenciones… ¡Válgame el Cielo! ¡Qué pesadumbre! Cuanto lamento por estos bravos marineros.

Lloren todos ustedes por los ausentes. Pueden afligirse todo lo que quieran. Pero déjenlos quietos en su sitio. El capitán y su tripulación no pueden ni deben tener otro destino que el de su barco. Estas son las palabras sagradas para los guerreros del mar.

Ahora, Dios los acoge en el más grande camposanto de este mundo. Las gaviotas revolotearán eternamente por encima del paisaje submarino. El aire inquieto de las tempestades nunca impedirá la hora puntual de la comida; insolentes, atrevidos y entrañables pajarracos, que siempre fueron lectura de todo buen marinero, se adentrarán incluso en el agua salada embravecida para picotear su almuerzo.

Con su precioso y alborotador graznido, jamás dejarán de señalar la nave de la Armada reposando en el cementerio marino de los valientes.

Y siempre cantarán el himno deslumbrante de la patria argentina.





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