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Pintura.
Pintura. (Foto: Fuente externa. )

Hechizos e historias en la magia de diciembre

Por Giovanny Cruz Durán
miércoles 07 de diciembre de 2016, 09:49h
Definitivamente hay magia dentro de los diciembres del mundo. Pienso que esto está conectado con la vida y la muerte: final de un año e inicio de otro.

Desde los inicios de la Civilización, el ser humano ha procurado alejar los malos espíritus de sus casas. Para esto ha formulado variados y complejos rituales. Entre los más populares ha estado el uso de elementos que proporciona la misma naturaleza:

—Eneldo sobre el cuerpo como liberador del mal y deshacedor de hechizos. Fuera de si es o no un real propiciador de magia, sabemos que se trata de una planta con cientos de propiedades medicinales.

—Quizás el campeón de la botánica mística sea el laurel. Una simple rama de él, o un árbol sembrado en la casa, sirve para alejar a los malos espíritus o para atraer la mejor de la suerte.

—La lavanda, quizás uno más enamorado de su olor que de su verdadera historia, ha sido la flor de más uso como elemento liberador dentro de una casa. Pero también está la flor de copada (que atrae el marido ideal), los pétalos de príncipes negros (que macerados proporcionan el baño más espiritual que un ser humano pueda darse) y el hinojo (popularizado por los inquisidores, que solían aplicarlo en el cuerpo de aquellos que irían a la hoguera).

—Quemar hojas secas de canelilla y trocitos de cedro es obligatorio dos o tres veces durante al año para purificar nuestras hogares.

—El olor del ajo parece ser desagradable no sólo para algunos humanos, sino también para los espíritus malignos.

—Puñitos de ajonjolí en tres esquinas de la casa (la cuarta libre para que por allí salgan los malos espíritus) se considera de alta y buena magia.

—El baño con 21 clavos dulces, dejados en agua al intemperie durante todo la noche, atrae el amor y la fortuna. Igual como ocurre con el agua del baño con pétalos de príncipes negros macerados, jamás podemos dejar que esa agua se vaya por la cañería. Debemos recogerla y regarla en un lugar donde se crucen dos caminos, sendas o calles.

Pero, indudablemente, el más popular y de mayor influjo ha sido el incienso de mirra. Recuerden que estaba entre los grandes tesoros llevados al recién nacido Jesús de Nazaret por magos de Oriente. Es prácticamente imposible que en nuestras casas no quememos mirra para las grandes transiciones de nuestras vidas. El final e inicio de año es una de ellas.

Repasemos un poco el origen de la mirra:

Afrodita, de origen fenicio, era en la mitología griega la diosa del amor, la lujuria, la belleza, la sexualidad y la reproducción. Esta caprichosa diosa podía lograr que cualquier hombre se enamorase de ella sólo con mirarlo.

Perséfone era hija de Zeus. Su tío Hades (dios del Inframundo) se enamoró de ella un día que la joven diosa recogía narcisos. Hades se la llevó a su subterráneo mundo. Zeus ordenó a Hades que devolviera a Perséfone, pero esto ya no era posible pues ella había comido un grano de granada. Y un bocado de cualquier producto del Tártaro (el lugar mas profundo del Hades) implicaba quedar encadenado a él para siempre.

Mientras, la princesa Mirra vivía aislada en el castillo de su padre Ciniras, rey de Asiria. Siendo este el único hombre que la princesa había visto en realidad. Mirra era muy bella. Tanto, que se atrevieron a decir que era mas hermosa que la misma Afrodita. La orgullosa diosa se enfureció y la castigó a sentirse atraída sexualmente por su padre.

Ayudada por su nodriza Hipólita, Mirra hizo creer a Ciniras que había una hermosa doncella enamorada de él y que lo esperaría una noche en su dormitorio. El rey fue a la habitación y sostuvo relaciones sexuales con ella durante doce noches; pero siempre en la penumbra. Sin embargo, la noche número trece... Ciniras decidió ver el rostro de su amante... y al encender un candil descubrió que se trataba de su propia hija. Dispuso que fuese ejecutada inmediatamente. Pero Mirra logró escapar. Deambuló angustiada por las tierras orientales. Luego de millones de súplicas consiguió que Zeus la perdonase; aunque fue convertida como penitencia final, en el aromático árbol que produce el incienso de mirra.

No obstante, el enojo de Ciniras no terminaba. Hasta ella llegó cuando ya la princesa había sido convertida en el afamado y aromático árbol. Al Ciniras verla disparó una flecha, con un líquido lechoso en su punta (hum), que se enterró en la corteza del dichoso árbol. Justo a los nueve meses de esto nació un niño al que llamaron Adonis, cuya belleza fue celebrada en todo el universo espiritual y terrenal griego.

Cuando el eternamente hermoso Adonis creció, fue motivo de disputa entre varios dioses. Al conocerlo Afrodita, quedó prendada de él. Lo conquistó y lo encerró en un cofre para que nadie lo pudiera disfrutar. Para su cuidado entregó el cofre a Perséfone. Esta diosa abrió el cofre y también quedó prendada de la belleza de Adonis. Lo conquistó. Pero Afrodita no estaba dispuesta a dejar escapar su antiguo amor. Lo hechizó con su mirada y lo reconquistó.

Un día, cazando en los montes del Líbano, lo vio Apolo que, celoso de su belleza y disfrazado de jabalí, lo mató con una de sus legendarias flechas. Otra vez Adonis regresó al Inframundo y a los brazos de Perséfone. Afrodita le llevó el chisme a Zeus argumentando que no era justo que Perséfone disfrutara por siempre de la belleza de Adonis. Zeus resolvió la disputa de las diosas disponiendo que joven viviera un tiempo con una y la misma cantidad con la otra. Esto originó las estaciones en la tierra. Con Afrodita: inicio de la primavera y la desnudez del verano. Con Perséfone: inicio del otoño y el invierno.

¡Ay no! No puedo con este chisme tan grande. ¡Corran... corran... corran... tiren, carajo carajete, el... telón telonete!
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