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PSOE. (Foto: Diario Crítico. )

Las terceras elecciones españolas no serían un fraude

Por Red Diariocritico
jueves 01 de septiembre de 2016, 14:53h
Editorial Diario Crítico.
Madrid.- ¿Debe Mariano Rajoy marcharse? ¿Debe dimitir y dejar paso a alguna figura nueva en su partido? ¿Por qué no propone a un candidato independiente que promueva, como mínimo, la abstención del PSOE para lograr formar gobierno? ¿Por qué no elegir a Albert Rivera como hombre de consenso debido a su posición centrista? ¿Pueden PSOE y Podemos ponerse de acuerdo y ofrecer una alternativa progresista al país?

Todas esas preguntas son las principales que estos días (y estos interminables meses) llevan circulando entre los foros políticos pero también entre la ciudadanía, harta de ver cómo sus problemas diarios no se solucionan ni tienen visos de hacerlo, porque ni hay nuevo gobierno ni parece que posibilidad de hacerlo.

Pero desde aquí sostenemos que si debe haber terceras elecciones, que las haya. No hay que confundir el evidente deseo de entendimiento entre fuerzas políticas para que haya un Ejecutivo que lleve las riendas de España con que el principal deseo de los votantes es que no haya un fraude electoral, que sería que su papeleta no sirva en última instancia para lo que pretendía en el momento de depositarla.

Dicho de otra manera: la mayor parte de los votantes socialistas no dieron su confianza a Pedro Sánchez ni el 20 de diciembre de 2015 ni el 26 de junio de este año para que al final gobierne Rajoy. Es comprensible. Al mismo tiempo, es entendible que los votantes del PP, que han sido clara mayoría con sus casi 8 millones de papeletas, no quieran ver a otro en La Moncloa que no sea de su partido. O no.

El problema, o la cuestión, es que cuando uno vota en unas elecciones sólo responde, simbólicamente, a una pregunta: ¿Qué políticos y de qué lista cerrada quiere que sean sus diputados para luego elegir al poder ejecutivo y que constituyan el poder legislativo? Nada más se pregunta en las urnas, por lo que no debemos jugar a ser adivinos. Desconocemos si el votante del PP, cuando dejaba su papeleta, añadía a ésta una intención de "bueno, si no ganan los míos, o si no podemos formar gobierno, no me importaría que tal o cual candidato sea presidente por el bien de mi país". Lo mismo en el campo socialista: su base electoral no está pensando en si permite o no gobernar al PP en caso de imposibilidad aritmética para formar una mayoría.

En todo caso, más razón tiene Pedro Sánchez en este lamentable 'juego de tronos'. Nos explicamos: él se presentó a una investidura tras las elecciones de diciembre de 2015, él perdió y él aseguró, cuando acudió de nuevo a las urnas en junio, que no apoyaría bajo ningún concepto un Ejecutivo de centro-derecha. Por lo tanto, sus votantes no acudieron a éstas engañados: sabían qué votaban sólo, en apariencia, para que Sánchez fuera presidente y que no intentara pactos con el PP. Si acaso, al menos, repetir un acuerdo con Ciudadanos.

No se engañen: las terceras elecciones no sería un fraude, ni una estafa ni un pitorreo a la opinión pública, al poder soberano del pueblo español. Es la simple pero inevitable consecuencia del actual sistema electoral y de la manera de configurar las dos cámaras que son la esencia de los 3 poderes: el Congreso y el Senado son responsables de aprobar leyes, de aprobar o destituir gobiernos y de nombrar a los jueces de los órganos de poder judicial. Si el caso es que no se puede formar uno de eso poderes, el Ejecutivo, porque sus diputados no se ponen de acuerdo en el Congreso... ¿dónde está el engaño? ¿Debe Unidos Podemos defraudar a toda su base electoral de más de 4 millones de votantes y permitir que la derecha gobierne? ¿Por qué no hacemos la pregunta contraria? Si el PP quiere gobernar de verdad, para todos y con el apoyo de muchos, debe hacer mucho más que lo ha hecho Rajoy desde el lunes 27 de junio. Y todo lo demás son historias.

Las terceras elecciones no serían un fraude. Llamémoslas por su nombre: serían una decepción, un símbolo del fracaso por la falta de alianzas y entendimientos parlamentarios. Pero nada más. Y querer o amenazar con celebrarlas en Navidad no tendría culpables. Si acaso, quienes no pongan esfuerzos por buscar otra fecha alternativa.
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