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Desde René Fortunato a Leticia Tonos

Por Giovanny Cruz Durán
lunes 27 de enero de 2020, 15:21h

Hoy, lunes 27 de enero del 2020, estrenan la película "Mis 500 locos", basada en el libro homónimo que el doctor Antonio Zaglul escribiera.
Aunque actúo en ella, aún no he visto la película, dirigida y producida por Leticia Tonos. Desde luego que conozco el guión original, el cual fue minuciosamente modificado por Leticia para adecuarlo a sus necesidades fílmicas y a su criterio estético.

Así las cosas, no me aventuro a emitir todavía un opinión de la realización. En Cine intervienen tantos factores técnicos, que lo mejor que puedo hacer es esperar antes de comunicar mi valoración.
Les adelanto, eso sí, que se trata de una película comprometida, un testimonio histórico sobre un aspecto de la Era de Trujillo. Se trabajó con mucho rigor y profesionalidad.
Con tantas historias que tenemos aquí, no suele haber en nuestro Cine docenas de películas de contenido. Esta lo es.
Mientras espero la hora de encaminar mis pasos hacia el Teatro Nacional (lugar del real estreno), les dejo un artículo que escribí hace años a propósito de la realización de uno de los dos valientes documentales que René Fortunato realizó sobre los nefastos 12 años de Balaguer: La violencia del poder. Cine de contenido.

"Viví todo el horror de los doce años de Balaguer. Fui testigo, como muchos de los que hoy han pactado con el mal y levantan las manos de los verdugos de entonces, de los abusos cometido en esos doce años, de la prepotencia, del cinismo, del chantaje, del acoso, de las persecuciones, de la corrupción, de la negación de justicia, de los expedientes falsos, de las trampas electorales de Balaguer y sus esbirros.

Vi las caras marcadas por el dolor de madres y viudas que expresaban la ira en conmovedoras huelgas de hambre. Toqué escalones aún manchados de sangre de jóvenes asesinados por los gorilas de la llamada Banda Colorá, cuyo confeso jefe pretende todavía tener vigencia política en el país. Presencié, porque estaca cerca, como se les rompía el corazón a los familiares de Sagrario Díaz, acribillada a tiros en el recinto universitario.

Cuando desaparecieron para siempre a Henry Segarra me llamé cobarde por no atreverme a tomar un arma vengadora entre mis manos. El sarcasmo jactancioso con que el propio Balaguer hablaba de los crímenes que cometían en su gobierno era un crimen adicional. Deposité junto a mi madre una rosa y un poema en el mismo lugar en que cayó abatido Orlando Martínez.
Más de tres mil crímenes cometidos en el régimen reformista. Más de cien grandes millonarios produjo la corrupción de los llamados doce años balagueristas, “Finalmente” desplazados por el PRD, pero regresando al poder por los grandes errores cometido por el único partido que ha logrado derrotarlo.

Sin embargo, ningún atropello de la Banda, ninguna muerte de un amigo, ninguna fortuna levantada sobre charcos de sangre lograron impactarme tanto como el posterior olvido.
Descubrí al despertar de una mañana, que sin los mea culpa de rigor, sin las condenas, sin los arrepentimientos, sin los ajustes de cuenta, los victimarios eran disculpados, justificados y hasta ensalzados: Al parecer casi nadie recordaba ya el terror balaguerista. Cuando Sócrates, el hermano de Henry Segarra, vociferaba en las esquinas que él se negaba a olvidar, no pocos le exigían que callara.

¡Estamos olvidando! Oportunamente olvidando. Selectivamente olvidando. Ya hasta a mí se me hacía difícil traducirle a mis hijos Jean-Paul, Fiora y Renata el estado de zozobra, tiniebla, injusticia, angustias, corrupción y dolor que vivió nuestro país en todos los años en que gobernó la pandilla reformista.
Como hombre de teatro sé cómo usar las palabras. Empero, no encontré las apropiadas para explicar por qué las víctimas declaraban al asesino padre de la democracia, ni por qué un hombre honesto cantaba una canción de paz tomando las manos ensangrentadas del viejo caudillo colorao, ni pude defender las docenas de alabanzas que mis líderes políticos hicieron al torturador y asesino de tantos miles de dominicanos.
-¡Maldita sea! ¿Quién inventó el olvido?
Desde luego que este olvido no ocurrió de manera casual y fortuita. No. Se planificó meticulosamente. Para ello se compraron silencios. Se alquilaron palabras de algunos comunicadores e intelectuales y se extorsionaron viejos rivales.
¡Si! ¡Se “decretó” el olvido!
Pero no contaron con René. Un tipo sencillo, un pobre diablo. Un simple investigador cinematográfico. Apenas un artista.
-Los artistas solo sirven para divertir-, habrán dicho los compradores del olvido.
Pues ocurre, amigos lectores, que René encaminó durante tres años, sus pasos hacia el pico Duarte. Llegó hasta la cima, construyó con manos propia una pantalla gigante y le colocó unos altoparlantes. Sobre el lienzo, en blanco y negro, exhibió los crímenes del pasado, mostró la sonrisa de la bestia, reflexionó sobre cada acción asesina y sobre cada acto de corrupción.
Presentó en pantalla las caras de los criminales y los cuerpos caídos de héroes, Denunció a los genuflexos y reconoció el valor de otros (como Silvio Herasme Peña y Juan Bolívar Díaz) que le escupieron la cara a la maldad misma.
Con eso no contaron los encubridores actuales. Eso no lo calcularon los compradores de conciencias ni aquellos que se han vendido.
Ni imaginaron que este muchacho humilde podía llegar caminando hasta el pico Duarte. Pues ahí está con su documental a cuesta.
René Fortunato habla a través de sus imágenes. Ellas terminan siendo en “La violencia del poder”, poderosa gramática visual. Testimonio imperecedero de los justos.
Nos atrapó el buen ritmo de la realización cinematográfica.
Esta vez los actores están totalmente convencidos de sus personajes. Los escenarios son nuestras calles y oficinas. El director de arte no se vio en la necesidad de cubrir los escalones con sangre de camerino. Las balas eran tan reales como la risa burlona del malo de la película. Y el guión fue previamente publicado en nuestros mejores periódicos.
“La violencia del poder” es un documental valiente. Bien realizado. Tendenciado hacia la verdad histórica.
Muchos historiadores nos contaron en las palabras escritas la magnitud del gobierno terrible de Joaquín Balaguer. Pero René nos obliga en su entrega fílmica a hurgar dentro de nosotros mismos para que recuperemos la memoria del dolor.
Al ver esa película sabemos que estamos comprometidos, indefectiblemente, a jamás permitir que el horror vuelva a ocurrir. Preferiría, parafraseando a Amaury Germán, que triunfen sobre nuestros cadáveres.
Después de “La violencia del poder”, ningún dominicano tiene excusas para olvidar.
Ahora dormiré tranquilo. Gracias al taumaturgo René Fortunato podré enseñarle a mis hijos, sin contaminarlos. La cara de un grupo de hombres y mujeres que fueron puros en el mal."

¡Corten! ¡Se imprime!

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