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Punto de mira
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Punto de mira (Foto: Fuente externa)

Oslo no está muerto, y ese es el problema

Por Agencia EFE
Los acuerdos de Oslo, nacidos hará mañana un cuarto de siglo y que arrojaron por primera vez esperanza entre israelíes y palestinos de que algún día verían la paz, están heridos de muerte pero continúan en vigor, en vez de haber desaparecido, como deberían, por el cumplimiento de sus objetivos.
Jerusalén.- "El problema no es que Oslo esté muerto, sino precisamente, que no lo está. Se suponía que moriría, que serían cinco años de acuerdo interino que darían lugar a un acuerdo de estatus final entre Israel y la OLP (Organización para la Liberación de Palestina). Y en vez de desvanecerse, se ha quedado con nosotros 25 años", lamenta a Efe el analista israelí Dan Rothem.

En este periodo, Oslo se ha transformado -por dejadez y por la suma de fracasos de consecutivos intentos de negociaciones de paz- de una fase temporal que debía servir de puente a un pacto final, a una condición inconclusa cuasipermanente sin que haya en perspectiva ningún plan posible.

"Oslo ha proporcionado un autogobierno limitado palestino en áreas A y B de Cisjordania y, así, ha quitado a Israel de los hombros la carga de gestionar la vida civil" en los territorios ocupados, explica el analista, para quien el apoyo de la comunidad internacional a ese Ejecutivo limitado, la Autoridad Nacional Palestina (ANP), funciona de hecho como una financiación a largo plazo de la ocupación.

El analista del International Crisis Group Ofer Zalzberg, resalta también que "a pesar de que ambas partes han cometido graves violaciones, en varios aspectos fundamentales los acuerdos de Oslo están muy vivos todavía: la existencia de la ANP, sus operaciones en las Áreas A y B, la coordinación de seguridad, la unión aduanera, y muchos otros aspectos".

El texto del acuerdo de paz, rubricado en Washington por Isaac Rabin y Yaser Arafat con Bill Clinton como testigo el 13 de septiembre de 1993, no contemplaba textualmente la creación de un estado palestino, sino que establecía elecciones para un Consejo palestino y la creación de la ANP, además de la retirada parcial y gradual militar israelí de varios territorios.

"En teoría, Oslo pavimentaba el camino hacia la solución de dos estados, aunque en origen no se refiriese explícitamente a ella, pero era lo asumido por ambas partes. Ahora estamos viendo como la ventana de los dos estados se cierra ante nuestros ojos y eso tiene que ver menos con la expansión de los asentamientos que con la voluntad de los palestinos, especialmente la generación joven" opina Rothem.

Muchos jóvenes palestinos ven el acuerdo "como una fórmula para perpetuar el control, dominación y opresión israelí sobre la población que ocupa", coincide Zalzberg.

En Israel, también el pacto ha perdido apoyos, asegura, y mientras que "la elite actual, mayoritariamente de derechas, cree que moverse en los límites de Oslo es el camino de menor resistencia, los jóvenes de derechas lo ven como un obstáculo obsoleto que impide garantizar la soberanía israelí en más áreas en Cisjordania".

Transcurridas dos décadas y media de fracasos encadenados de diálogos de paz, muchos palestinos lamentan las concesiones que se hicieron: asumir que el estado palestino se constituiría solo en Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este -renunciando al 78 por ciento de lo que consideran su patria histórica-, legitimar a Israel, reconocer su existencia y abandonar la violencia.

"Fue, de entrada, una gran concesión. Empezaron con sus líneas rojas y ahora lo ven como una plataforma inadecuada de partida para cumplir sus deseos políticos nacionales y personales", dice Rothem.

Considera que Oslo tuvo dos grandes fallos: el primero, no establecer ningún mecanismo de supervisión por una tercera parte fiable y asumir que la confianza que se construyó pactando el acuerdo triunfaría, algo que fracasó.

El segundo, es que no se planteó solución para ninguno de los cinco asuntos centrales (refugiados, fronteras, seguridad, asentamientos y Jerusalén) y se pospuso todo al pacto final.

"Las partes podían haber intentado alcanzar acuerdo en alguno de ellos, particularmente en las fronteras, o tratar más sustancialmente las colonias", cuya extensión ni se prohibió ni se permitió.

Israel continuó expandiendo los asentamientos, y la violencia regresó con fuerza en la Segunda Intifada, algo que tampoco preveía el hito que llevó a Rabin, Arafat y al entonces titular de Exteriores israelí, Simón Peres, a ganar el premio Nobel de la Paz en 1994.

La falta de un horizonte está reduciendo el texto a un acuerdo de cooperación en seguridad y gestión, con una ANP cada vez más cuestionada por su población.

El avance de Hamás y la pérdida de control en Gaza de la ANP hace difícil cualquier negociación y los palestinos han descartado a EE.UU. como principal negociador y optan por buscar el reconocimiento internacional unilateralmente.

El presidente palestino, Mahmud Abás, ha amenazado con declarar muerto Oslo y no someterse a sus obligaciones, pero se resiste a hacerlo y continúa encabezando la ANP.

En los próximos años, se puede revitalizar el gran acuerdo de paz, dejarlo morir definitivamente o sustituirlo por otro que refleje nuevas voluntades y equilibrios de poder.

Podría haber una erosión gradual de Oslo y sus instituciones o una anexión forzosa israelí de Cisjordania, que acabe siendo el fin de Oslo e imponga de facto la realidad de un estado.

A día de hoy, Oslo está vivo, pero no puede avanzar. EFE/Ana Cárdenes
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