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Baronesa de Wilson
Baronesa de Wilson (Foto: Fuente externa)

La Baronesa de Wilson en Santo Domingo

Por Ylonka Nacidit-Perdomo
Hace mucho que hizo una visita a los Estados Unidos Miss E. Faithful, escritora inglesa que se ha ocupado por largo tiempo de resolver prácticamente la cuestión del trabajo de la mujer. A consecuencia de su visita la atención pública se fijó en tan importante asunto de un modo bien diverso a la vana curiosidad con que el pueblo americano asiste por lo general a las bulliciosas reuniones en que se defiende el sufragio mujeril. En realidad no hay ninguna conexión próxima en la Unión Americana entre los que procuran elevar el nivel de la mujer por el trabajo y aquellos que tratan simplemente de convertirlas en votantes, como un instrumento político”.
[“El trabajo de las mujeres” en LA AMERICA ILUSTRADA, Abril 10, 1873, s/n].
El último figurín
El último figurín (Foto: Fuente externa)
En el siglo XIX se hizo una costumbre que las escritoras, aquellas que comprendían el signo “femenino”, que no aceptaban los destellos de una sexualidad impuesta, y no tenían como única ruta de vida estar de rodillas ante el calvario de una existencia sumisa, viajaran, y se hicieran a la mar con alas propias, para conocer el “alboroto” de las ideas que se debatían en las metrópolis o en recónditos lugares.
Desafiando la hegemonía patriarcal de las “luces”, que el androcentrismo imponía como ideología y ethos para reprimir la necesidad de pensar, las mujeres que durante siglos continuaban siendo tratadas como sujetos transculturalizados, se atrevieron a incursionar, ampliar sus horizontes en el saber, a través de los viajes. Emilia Serrano García no fue la excepción, en su determinación de subvertir la marginalidad del imaginario de las autoras.
Emilia Serrano García (1834-1922), la Baronesa de Wilson, fijó residencia en Madrid en 1873. Es citada en la historia de la literatura, sin dudas, como una intelectual decimonónica que, por una identidad con sus iguales de sexo, se ocupó de algo que no era tolerado, porque no era “asuntos de mujeres” en el siglo XIX: viajar.
Viajó la Baronesa por el continente americano, en una sociedad que se inquietaba con aquellas “otras” que no se conformaban con ser solo espectadoras de las cosas de su época, sino que tenían la determinación de emprender hazañas al igual que el hombre, conocer de cerca el éxito de la aventura, y llevar a cabo su manera de emprender todo tipo de desafío, que desde la óptica masculina no era lo apropiado para una mujer de la casa. Autora de diversos textos, observadora minuciosa de un mundo que se presentaba cambiante, recorre en tres decenios las Repúblicas de América, que habían nacido del proceso de descolonización o Independencia. Anduvo por mar y tierra, adentrándose en oníricos espacios, en una época en que no se habían reconocido derechos civiles ni políticos a las mujeres.
La Baronesa de Wilson, anteriormente, a establecer su residencia definitiva en la metrópoli española, había probado suerte en Madrid como editora de una publicación femenina en 1871, al debutar como Directora de la Revista de Modas y Labores “El Último Figurín”. Es posterior a este año que, se embarca a recorrer las tierras americanas, siendo para entonces LA AMERICA ILUSTRADA, una de las publicaciones más leídas por las mujeres del Caribe hispánico, donde ellas se enteraban de la evolución de los procesos políticos que se estaban gestando en distintas latitudes del mundo.
Las escritoras de Santo Domingo de entonces, no estaban estancadas, ni aisladas en una torre de marfil, o, ajenas a las luchas contra la segregación racial, las luchas obreras contra los burgueses, y el clamor público de las sufragistas inglesas y francesas. No eran -como creen algunos renuentes investigadores ortodoxos- unas prisioneras de conciencia. Sus conversaciones no eran angelicales; vigilaban al mundo y a su tiempo; esperaban cambios sociales, aun cuando muchas fueron empujadas al exilio y al autoexilio.
En San Felipe de Puerto Plata, en 1873, la fascinación continuaba siendo la metrópoli americana de New York, y París. No bien entrábamos en las últimas décadas del siglo áureo, y la República continuaba con sus venas abiertas, siendo perseguida por aves nocturnas, por agitaciones civiles, por contiendas que estremecían el pensar de ese generación de mujeres que necesariamente tenían que subsistir, enfrentando los obstáculos que traía el “progreso”. Era el devenir, el ir y venir por los problemas de la cotidianidad, estar de frente al mundo solaz de las montoneras, y las urdimbres desoladoras de claudicar ante los ideales, de saber que el conocimiento, y la ilustración se podrían desgarrar y teñir de fatídicos designios, de opresión, del abur de la miseria intelectual.
La Independencia de la República, luego de la Guerra de la Restauración, era un símbolo que no podía quebrantarse, liberador; pero en esencia, la agitación de las pasiones estaba presente de manera llameante en las pupilas como desventura; era una sombra que corroía las reflexiones, puesto que la tierra continuaba siendo teñida de sangre, de cadáveres, de laureles marchitos, de harapientos despojos, de humeante pólvora, arruinando lo que la obra fértil de la victoria restauradora nos había entregado como cuna, convertida en un territorio libérrimo. La muerte se hacía sepulturera. Llegaba a los valles, a las montañas, al llano, a los ríos, y al viento el olor a sangre. Los duelos, la pérdida de padres y hermanos, dejaban huérfanos a los vástagos, que llegaban al Colegio San Luis Gonzaga donde era Rector, el Presbítero Señor Don Francisco Javier X. Billini, Canónigo Penitenciario de esta Santa Iglesia Catedral o a la Escuela Municipal “San Felipe” de Puerto Plata, que dirigía Antonio Benítez Corresao. La ambición política no se detenía, no estaba sedienta aun; las armas animaban las fatídicas convulsiones, y la tiranía no comprendía los odios ni los designios. El odio de ayer, de 1844, continuaba como una mariposa negra en 1873. La República que había nacido tres décadas atras, tenía de frente rivalidades mezquinas.
En marzo de 1873, el pueblo puertoplateño permanecía atento, con júbilo, a la espera del reloj público que había donado el Sr. José Ginebra, que llegaría por la goleta “Mary”. Se percibía un ambiente de esparcimiento de las clases aristocráticas en la “La Retreta” en el Parque, donde se ejecutaban danzas, entre ellas, las “Lágrimas del Cielo” de Manuel Cáceres, por la Banda Los Cazadores de Puerto Plata que dirigía el Sr. Mazorranna.
La tertulia del Café “El Recreo” continuaba recibiendo a visitantes distinguidos llegados de Europa de tránsito, o, para hacer de San Felipe de Puerto Plata su lugar de residencia definitiva, y a los contertulios conversaban amenamente en papiamento, inglés, francés o alemán. Era un centro cosmopolita, como ninguno de su época. La Calle “Separación” era la más concurrida, así como la de “San Felipe”, del “Tapado” y del “Sol”, y la municipalidad se procuraba por el buen estado de las calles, los parajes públicos, el ornato y los faroles del alumbrado. Las familias chic iban a la galería Orozco Hermanos, en la calle Cibao número 11, a reproducirse en “papel albuminado”. No obstante, Julio Pou era la marca indiscutible del fotógrafo por excelencia en Puerto Plata, y el fotógrafo Catinchi gozaba de prestigio en Santiago.
Las jóvenes iban a recibir sus clases de Piano, Canto y Vocalización, con el Profesor Francisco de Arredondo y Miranda, que también afinaba y componía toda clase de pianos, y recibía las órdenes en la morada del Sr. Cónsul francés Mr. Jannaut y Botica San Rafael”. [1]
En 1873 persistían las revueltas por la línea fronteriza y el Cibao; estaba en pie la gran revolución, y había que sofocarla, teniendo el Batallón Cazadores de Puerto Plata, aproximadamente 2,500 hombres. Ante tales acontecimientos, en el mes de mayo, el Periódico El Porvenir externaba su preocupación. Una nota de la dirección alertaba que: “Nosotros preguntamos a todos los dominicanos cualquiera que sean sus opiniones, -¿está el país en condiciones de soportar una revolución?-apartémonos por un momento de todo principio, hagamos abstracción de personalidades y estudiemos el asunto bajo el punto de vista de interés general”. [2]
El puerto era de un gran “Movimiento Marítimo”. Entraban y salían goletas de las Islas Turcas (Teresa, cuyo Capitán era David Malcolm), y la nacional Brigand (capitaneada por Moots); la goleta inglesa Invencible (al mando de Darlet); de Samaná se esperaba la goleta nacional Carlota, del capitán John Poloney), así como el bergatín alemán Cuxhaven, y el acorazado inglés Niobe.
Y tocaba puerto en San Felipe de Puerto Plata, el vapor español Barcelona proveniente de La Habana, y los americanos Saginaw, y el Tybee de la Compañía Clyde, luego de pasar por Santo Domingo, y dejar allí “noticias”. No había cable que cruzara el atlántico sobre la metrópili yankee que no le interesara a la metrópoli dominicana.
En noviembre de 1873, la novedad era que: “En estos días se han vendido todos los ejemplares de la Constitución que había en Puerto Plata y lo mismo hubiera sucedido si el número hubiera sido cuatro veces mayor. Gracias a Dios que por fin el pueblo dominicano quiere conocer sus derechos!” . [3]
Para el primero de marzo de 1874, el general Ignacio María González fue proclamado Presidente de la República por la Asamblea Nacional, dándole término por la vía democrática a la dictadura de Báez. La revolución era un cambio de autoridad.
En torno a la obra literaria de la Baronesa de Wilson, se tenían referencias en la República Dominicana; sus publicaciones circulaban por Hispanoamérica; se adquirían en librerías, además de la labor de promoción que realizaba como americanista. En su libro Americanos Célebres. Glorias del Nuevo Mundo. Tomo II (Barcelona: Tipografía de los Suc. de N. Ramírez y Ca., 1888), incluyó únicamente dos perfiles de dominicanos, Juan Pablo Duarte y Francisco del Rosario Sánchez. De Duarte escribió: “En 1876, murió en Caracas triste y solitario un desventurado proscripto dominicano: era Juan Pablo Duarte. Su historia era corta y conmovedora, su infortunio grande y su nombre el de un patriota abnegado y digno de perdurable recuerdo”. [4]
Y, de Sánchez reseñó: “Cuán azarosa ha sido siempre la vida de los redentores de la humanidad! Las sublimidades de la tierra son por lo general mal comprendidas, porque cuando del gran templo de las ideas se desprende una proyectando vasto foco de luz, ésta ofusca y llega a herir a los átomos que giran en espacios menos luminosos y más reducidos!
“Francisco del Rosario Sánchez, era incansable propagandista a favor de los derechos y libertades patrias; los dominicanos carecían de unos y de otras; vegetaban bajo el dominio de Boyer. Sánchez idolatraba el suelo donde meció su cuna […]”. [5]
Mercedes Mota (n. San Francisco de Macorís, 2 de agosto de 1880) representó para la Baronesa -a su llegada a Santo Domingo-, lo que la viajera itinerante esperaba encontrar: “la hermandad de la mujer de América”. Mota escribió en 1898, en el periódico Listín Diario, dos artículos laudatorios y apologéticos sobre la visita de la Baronesa de Wilson a Santo Domingo.
Mercedes Mota estaba acostumbrada a reflexionar, a expresar para los demás opiniones no contaminadas por la genuflexión política; no se subordinaba al paternalismo patriarcal; era optimista, creía en la redención de la Patria, y que el avance de las sociedades no se puede interrumpir por los errores del momento. Algún Correo, de un vapor transatlántico debió desde Habana, o New York, anunciar la visita de la huésped distinguida, que llegaría con una literatura novedosa, sin prejuicios. Era casi, fin-de-siglo. Aun se vivía un drama novelado de opresión, que las escritoras hacían evidentes con inquietud en determinadas reuniones del Club de Damas (Club Recreativo de Señoritas) frente al Parque Independencia, en la esquina de las calles Beller y Separación, o justo cuando compartían la lectura de algún libro. El rito no era el silencio, sino protegerse del sujeto “fuerte”, del tirano “omnipotente”, porque el destierro era justamente lo que debilitaba la necesidad de empujar a la epopeya, y no era necesario tenerlo como noción de “sacrificio”.
Cuando la Baronesa de Wilson (Emilia Serrano) llega a San Felipe de Puerto Plata, en marzo de 1898, luego de una primera escala de su visita a Santo Domingo, en la Ciudad Primada, la Dirección de Obras públicas que dirigía el Sr. I. M. González, había colocado los faroles para la iluminación que la municipalidad había solicitado a través de la Sala Capitular en las distintas calles de la ciudad, que también se estaban reparando. Quien deseara ir a Santiago tenía que tomar el Ferrocarril que conectaba ambas ciudades, el Tren No. 2. La revista Letras y Ciencias que dirigían Federico y Francisco Henríquez y Carvajal acababa de publicar su último número. El Listín Diario, con talleres abiertos en la Calle Colón número 3 de Santo Domingo, era el periódico de mayor circulación en la República, y contaba con una tirada de 7,800 ejemplares.
La Baronesa tenía una amplísima bibliografía publicada. Concerniente a América cuatro libros, titulados: Una página en América. Apuntes de Guayaquil a Quito. (Imprenta Nacional: Quito, 1880), Americanos Célebres. Glorias del Nuevo Mundo. Tomo II (Barcelona: Tipografía de los Suc. de N. Ramírez y Ca., 1888), América y sus mujeres. Costumbres, tipos, perfiles biográficos de heroínas, de escritoras, de artistas, de filántropas, de patriotas, descripciones pintorescas del continente americano, episodios de viaje, antigüedades y bocetos políticos contemporáneos. Estudios hechos sobre el terreno. Cuadros copiados al natural. (Barcelona: Establecimiento Tipográfico de Fidel Giró, 1890), América en fin de siglo. (B. Henrich y Cia., 1897). [6]
Circulaba, además, por América, su texto canónico de referencia femenil, leído por las jóvenes casamenteras, ingenuas, educadas en sus hogares, como un doctrinario o prontuario de consejos Las Perlas del Corazón. Deberes y aspiraciones de la mujer en su vida íntima y social. (Buenos Aires: Carlos Casavalle, Editor. Imprenta y Librerías de MAYO, 1875). Heredera de una fortuna que le facilitó liberar su imaginario de viajera, desarrollar un sentido de autoridad en sus pretensiones de negar la historia privada de las mujeres, haciendo de su territorialidad afectiva un desplazamiento por mundos y tiempos diversos para crear una narrativa, historias que contar de otras y de otros, cuando llega a la ciudad de Santo Domingo, a un espacio aun amurallado, donde muchas lectoras de los centros de estudios abiertos y subvencionados por el Estado, afirmaban su adhesión a los géneros literarios tradicionalmente recomendado por sus tutores o quienes le enseñaban las primeras letras, la Baronesa de Wilson se había hecho biografiar por Ricardo Monner y Sans, que escribió el libro de sugerente título La baronesa de Wilson. Apuntes biográficos y literarios. (Barcelona: Sucesores de Ramírez y Cía, 1888).
En las páginas del Listín Diario, el 25 de marzo de 1898, la Baronesa de Wilson publicó el artículo “Santo Domingo por la Baronesa de Wilson. (De su libro “América en fin de Siglo”), donde relataba: “¡Qué elocuentes han de ser para el viajero pensador las ruinas de la primera universidad de América, que en gran espacio se extienden y son objeto de excursión interesante para el forastero!; las suntuosas de San Francisco conservan en pie alguna capilla y las del palacio que hizo fabricar Diego Colón en una altura escarpada, míranse en las aguas del caudaloso río Ozama, glorioso por los recuerdos históricos”.
La luz del Faro de Santo Domingo la había recibido, a orillas del Ozama, y las intelectuales decimonónicas del siglo XIX fueron las que compartieron con la Baronesa de Wilson; las que les hablaron sobre Salomé Ureña de Henríquez, José Joaquín Pérez, Tulio Cestero, entre otros, y le proporcionaron datos para biografiar o construir el perfil biográfico de insignes literatos. Ellas le expresaron sus experiencias, le ofrecieron sus testimonios de vida, y sus palabras con un discurso efervescente por la inédita ocasión de compartir con tan distinguida visitante, y aportar a la elaboración autorial de la Baronesa. Ellas narraron su “yo racional”, además de sus inquietudes y sus descontentos con la política, y el estado de las bellas artes. Y, ante la ausencia de Salomé Ureña, de Josefa Perdomo y la enfermedad angustiante de Virginia Elena Ortea, el puesto de liderazgo de anfitriona de aquella ilustre extranjera mediterránea, tócale a Mercedes Mota, la hermana de la Maestra Antera Mota, primero en la ciudad de Santo Domingo, luego en Puerto Plata, y finalmente, en Santiago.
La Baronesa de Wilson, llegó a San Felipe de Puerto Plata en abril de 1898, en el año de la devastadora Guerra Hispano-americana, cuando España perdía en el Caribe su colonia de la Isla de Cuba. Su libro América en fin de siglo (Barcelona, Imp. de Henrich y C.ª, 1897), representa su conciencia sobre los dictámenes que trae el ideal de la libertad, la subversión ante el orden imperante, la labor patriótica de los que se resisten a la coerción de un régimen que margina a la condición humana; la aptitud de los pueblos cuando su realidad socio-política choca con otra realidad de injusticias, de dolor y de intolerancias. La Baronesa de Wilson es la “Humboldt de América”, dotada de un intelecto que la vincularía a la curiosidad, al afán de documentación, al conocimiento retrospectivo de las distintas civilizaciones, a la fortuna de tener las posibilidades materiales para alejarse de las costas de España y de Francia, para buscar lazos afectivos, lazos humanos y lazos solidarios con los latinoamericanos.
Vino la Baronesa antes de que se cerrara el siglo XIX, justo un año después del fallecimiento de la poeta Salomé Ureña de Henríquez. No pudo conocerla personalmente, pero sí compartir con algunas de sus amigas, seguidoras y fervientes discípulas, y escuchar de Mercedes Mota la expresión de “La Patria ha perdido uno de sus más valiosos miembros”. Las letras dominicanas habían quedado irreparablemente huérfanas de Salomé, tras su viaje hacia lo eterno el 6 de marzo de 1897. Mercedes era conocedora de la obra literaria de otra contemporánea de la Baronesa, la escritora gallega Emilia Pardo Bazán.
En el “Club Recreativo” se reunieron las damas puertoplateñas que cultivaban las letras, para agasajar a la Baronesa. De Puerto Plata, la Baronesa viajó a Santiago, manifestando, luego de este trayecto que: “No escasean los panoramas seductores en los hermosos llanos que las elevadas e imponentes cumbres de la cordillera central encierran en caprichoso marco, los conucos del indio y las modernas agrícolas construcciones”.
Mercedes Mota -de acuerdo a una reseña aparecida en el Listín Diario- pronunció en Santiago el “discurso con motivo de la recepción que allí se hizo a la Señora Baronesa de Wilson en su excursión por el Cibao”. Viajaron a través del Ferrocarril Central Dominicano atravesando las montañas, y el verdor cautivante del trópico con el cual atraen estas tierras a quienes incursionan por ellas, a la velada literaria, que en la noche del 16 de abril, se llevó a cabo en su honro . Mota expresó “[…] no podemos dejar de demostrar una vez más, nuestro respeto y admiración a la distinguida americanista la Baronesa de Wilson, personalidad que por su vasta ilustración y por la señalada simpatía que guarda por esta tierra, se ha conquistado la admiración al par que el afecto de todos los que nos enorgullecemos en ser hijos de América. […] Me complace, me satisface en alto grado la cultura que Santiago ha demostrado en esta ocasión, colocándose a la altura que le corresponde: Puerto Plata y Santiago, separadas por la distancia, háyanse [sic] unidas por el afecto y la comunión de las ideas, Puerto Plata y Santiago son hermanas.” [7]
En Santo Domingo, en la Revista Ilustrada, Publicación Quincenal de Ciencias, Artes y Letras que dirigía Miguel Ángel Garrido, en 1898 Mercedes Mota era una asidua colaboradora de la misma; publicaba textos influenciada, a veces, por cierto rubor de romanticismo, una prosa limpia, que nada tenía que envidiar a sus contemporáneas Ana Josefa Puello, Mercedes M. Moscoso, Ana T. Acevedo, Leonor M. Feltz, Eugenia Pérez, Luisa Elminda Pérez, Lucrecia Espaillat, Elmira Bobadilla. T. Colombina [Trinidad Moya de Vásquez], Amalia M. Freites, Carmen L. de Meunier, y Virginia Elena Ortea.
La Revista Ilustrada cerró su labor en el siglo XIX con el número 19 del Volumen I, editado el 15 de junio de 1899. Las otras revistas habían naufragado por distintas causas, siendo la más importante la falta de recursos o la apatía de sus impulsores ante los avatares del siglo. Esta revista consagró su número de fin-de-siglo con el poema “La Isla de las lágrimas” del poeta Bartolomé Olegario Pérez, que dice en su primera estrofa: “En la popa del barco que navega/ con rumbo hacia la “Isla de las lágrimas”, / Va el doliente poeta desterrado/ Buscando el sol divino de la patria!”.
Mercedes Mota, anfitriona de la Baronesa de Wilson, se muestra desde hace tres años rebelde, con una personalidad fuerte, puesto que tenía cifradas sus esperanzas en que finalmente, este pueblo se liberaría del mal de la tiranía. Opuesta a “Lilís”, lectora-receptora de los temores de su generación de amigas escritoras, de que el espejo de la historia no se repitiera, y que no se falseara la verdad en torno a tan funesta y repugnante época autoritaria, ya que creía en la evolución de los pueblos hacia la identificación de sus ideales, exclamaba en el Listín Diario, con conciencia, para que el espectro de la dictadura no volviera a trastornar los jugos gástricos en los intestinos de este pueblo:
“La obra de la tiranía no puede ser obra perdurable. El reinado del mal no puede ser eterno. […] la corrupción prendió sus garras cada vez con el mejor éxito, y el honor y la dignidad del pueblo dominicano venían a tierra para mengua y mancilla de esta tierra infortunada. / “¡No hay Dios!” He aquí la frase pronunciada diariamente por cuantos creyeron o creen que el origen y el remedio sociales provienen de lo alto. / Ah! Necio quien tal piense.” [8]
Cuando se creía que este pueblo no iba a tener más desgarraduras, que estaba redimido de las ruinas dejadas por la opresión y, que las distintas caras de las contradicciones políticas superarían a los alzados protagonistas de los intentos de revuelta, a los enfermos de ambiciones políticas, y que había llegado el momento de que conociéramos otra realidad distinta a las revoluciones, al primitivo adagio de “divide e impera”, y que el egoísmo de un puñado de hombres no haría sucumbir a la democracia, distorsionarla o escindirla en la “puta” corrupción de la venta de prebendas que trae el clientelismo, o, el aventurismo foráneo… había llegado el siglo XX, aparentemente, incólume, con un cuerpo nuevo de pensantes y hombres públicos forjados en los principios de la moral, y la enseñanza hostosiana.
No era posible –se suponía entonces- el fracaso, ni que el odio venciera a las ansias de renovación de esta tierra. Se había huido de las mariposas negras que traen las manos del verdugo. Los “varones” ilustres tenían que empezar a ser Maestros del destino; no era pronosticable el suicidio colectivo de la conciencia nacional ni la pasividad ciudadana, ni las manos atadas de la mayoría, o la mordaza impuesta. El germen del fracaso se había desterrado; el pesimismo dominicano hacía su retirada; los proscritos ya no estaban en las somnolientas costas, a quienes las olas en su vaivén, dibujan a la Patria; no había aprehensión sobre una dictadura militar circundante; todo era blanco o negro, y más allá de las máscaras de los oportunistas surgía el devenir, el devenir que traía la causa común lejos, lejos de los partidos políticos tradicionales.
La Revista Literaria no podía dejar a un lado este “trasunto simbólico” de la génesis de un siglo, y en marzo 23 de 1901 [9] rinde un homenaje póstumo a Salomé Ureña de Henríquez, de quien la Baronesa de Wilson había recordado al mundo: “El valor moral de la mujer es de aquellos que superan en ocasiones a los heroísmos del hombre, de los cuales por lo general hace éste tan pomposo alarde”. [10]
La Revista Literaria que dirigía Enrique Deschamps, reprodujo su poema “Mi ofrenda a la Patria”, escrito una década antes de que se “apagara la luz de su clarísimo entendimiento” [Wilson], cuando alcanzaba el cenit de su obra educadora, cuando enunciaba la emancipación de la mujer de los cánones y patrones culturales arcaicos, cuando el racionalismo era la ideología que contribuía a la formación de conceptos, y cristalizaba su anhelo intelectual de que sus iguales tuvieran como credo a las ciencias. Éste era un poema celebratorio, inolvidable, de sus aportes, leído en el acto de investidura del primer grupo de sus discípulas graduadas de Maestras Normales, que releído ahora, en el presente, desde distintas perspectivas, nos habla del destino que aun no hemos podido construir los dominicanos. Estos versos iluminadores, desde nuestro punto de vista, son la síntesis de su carácter, y del interés legítimo que tuvo Salomé, en abril de 1887, por la reivindicación de lo ético como motivación para construir una situación histórico-social para la mujer diferente a la decimonónica:
Ha tiempo que no llena/ tus confines la voz de mi esperanza, / ni el alma, que contigo se enajena, /a señalarte el porvenir se lanza. //He visto a las pasiones/levantarse en tu daño conjuras/ para ahogar tus supremas ambiciones, / tus anhelos de paz y de progreso, / y rendirse tus fuerzas fatigadas/ al abrumarte peso. //Hágase luz en la tiniebla oscura, / que al femenil espíritu rodea, / y en sus alas de amor irá segura/ del porvenir la salvadora idea. //Hoy te muestro ferviente/ las almas que mi afán dirigir pudo: / yo les di de verdad rica simiente, / y razón y deber forman su escudo.
La Baronesa de Wilson publicó su compendio de biografías sobre escritores de América, bajo el título El mundo literario americano. Escritores contemporáneos.- Semblanzas. Poesías.- Apreciaciones.- Pinceladas. Tomo Primero. (Barcelona, Casa Editorial Maucci, 1903). En el mismo se detuvo en la obra de seis autores de Santo Domingo (Tulio M. Cestero, Rafael A. Deligne, Fabio Fiallo, Federico Henríquez y Carvajal, Emiliano Tejera y Salomé Ureña de Henríquez). A Salomé Ureña de Henríquez dedica tres páginas en su obra.
Reseña sobre Salomé, la Baronesa, a partir de la página número 316, que: “En principios de este siglo [XIX] andaban muy decaídos la literatura y la primera enseñanza en la República Dominicana. Los trastornos políticos, las revoluciones incesantes paralizaban el empuje de los que, más avanzados en ideas civilizadoras y progreso, querían dotar a su país con los nobles dones del saber y con la creación de escuelas e institutos, donde el ciudadano del futuro y la mujer de la nueva generación, se colocaran a la altura de los pueblos ilustrados.
“En medio de la parálisis intelectual que se observaba, y cuando más difícil haciase la educación que por la falta de elementos y de estímulos languidecía, sobresalió en la capital de la antigua Española, uno de esos seres destinados a operar provechosos cambios, y a realizar los ideales de todo pueblo culto”. Refiriendo, luego de esta breve introducción la Baronesa que: “La vida se Salomé Ureña fue un poema, pues consiguió resolver los más difíciles problemas gracias a la firmeza de su voluntad y a la energía de su carácter. A la escritora dominicana no le bastaba brillar como un astro en los centros culturales de su Patria, sino que soñaba brindar a la mujer el alimento de la inteligencia y la instrucción que le eran necesarias.
“La fuerza moral de Salomé Ureña se sobrepuso a las mayores dificultades, y la palabra imposible no existió para su animoso empeño. Se propuso ilustrar a su sexo y ser su preceptor sublime sin detenerse ante las preocupaciones y las barreras que a su paso encontraba, porque su alma, puesta al servicio de la humanidad, era tan sublime como grande”. [11]
Desde 1900 en Santo Domingo, cada año continuaría trayendo sus entreactos, el aniquilamiento de adversarios, lo real o irreal, en esa rara atmósfera de despropósitos, de temerarios enfrentamientos, de egoísmos irracionales de los políticos. En ese lejano tiempo, donde los extravíos temerarios y, las patologías psicológicas se hacían de oficio los rasgos de los que tenían presencia pública, donde el patriotismo era un himno de combate o de paz, la mujer proseguía templando su lírica del lado de huestes aguerridas o abriendo los horizontes de su inteligencia.
Ésta es la estampa de aquellos tiempos, al igual que en esta primavera tropical del 2016, donde el verde paisaje del Cibao se hace una artería de bosques, de ambiente embriagador, donde se afirma que lo temporal es el rostro de lo transfigurado como eternidad. Bajo este sobrecogedor paisaje, donde la luna roja rasga a la noche cuando ilumina al camino y al cambio, la Baronesa de Wilson en 1899 llegó, y se admiró del “progreso”.
Mercedes Mota, sin embargo, observó en 1903, cuando estalla la Revolución, que los espejos del pasado regresan, y seducen al malvado egoísmo, y a la soberbia de los hombres. Conversaciones confidenciales con sus discípulas (expresadas a través de Cartas) son testimonio de esto. No quería autorretratarse en lo que fue, en lo que pudo ser o debió ser, porque había que preguntarse -sin resignarse- junto a los coetáneos de su tiempo, no como una evocación romántica, si existe el “progreso”.
La Baronesa de Wilson, posteriormente a 1903, publicó otra obra concerniente a sus viajes por América, titulada Maravillas americanas (Barcelona, Maucci, 1910). Y Mercedes sintió la necesidad de desplegar sus alas por el mundo, ¡viajar! Ya había estado en Búfalo y en New York. El pesimismo dominicano se adueñaba galopantemente de ella, y enérgicamente decide “irse”. No había concluido el Gobierno de la Ocupación Militar Americana, que se inició en 1916, cuando tomó la decisión de “huir”, de emigrar, de marcharse a residir en unión de las hijas de su hermana Antera Mota, a New York.
Finalmente, en 1919, Mercedes Mota se ausentó del país. No quería que su estela luminosa se quedara en la resignación errónea de sucumbir su alma lentamente sin ilusión alguna. La nefasta invasión de 1916, la condujo a un proceso de auto-concientización, de aprender que los acontecimientos políticos a causa de la miseria espiritual de los “líderes” de los partidos, trajo consigo esa monstruosa injerencia foránea. No dejaba de ser patriota por “huir”. Lo que sucede es, -aunque parezca una contradicción, y esto es un enigma en su aptitud- que prefirió vivir el dolor suyo, que no era ajeno, fuera de los que la empujaban a un autoexilio interior. Pero que, según confesara ella, posteriormente: “A esta tierra hospitalaria, generosa, en busca de salud moral y física, de más anchos espacios, emigré. Era el año de 1919”. [12]
El Corresponsal en Puerto Plata de la Revista Letras -que citamos anteriormente en otro texto sobre Mercedes Mota-, nos cuenta que: “Tomó pasaje a bordo del “Iroquois” acompañada de sus dos sobrinas [Lesbia Reyes, Dulce María Reyes], la conocida literata y culta educacionista Sta. Mercedes Mota. Guida por ideales que no ha podido satisfacer en nuestra Patria va rumbo a New York donde fijará su residencia. Fue objeto de demostraciones de afecto y simpatía de parte del Gremio de Profesores y de las alumnas de la Escuela Primaria Graduada Completa de niñas No. 2, que ella dirigía. (… ) El día se de su partida la acompañaron al muelle sus alumnas, varias Profesoras y gran número de amistades. Le llevaron tantas flores, como tristeza dejaba en el alma de aquellos que tuvieron la dicha de tratarla y que saben apreciar en cuando vale su obra de progreso, de amor y patriotismo…”. [13]
Mercedes Mota conservaba en su biblioteca de Puerto Plata, tres libros que le había obsequiado Louis Durocher a su hermana Antera Mota: el Tableau Historique et Pittoresque de París (Louvain: Chez Vanlinthout, 1830), y The Works of Oliver Goldsmith (London: Peter Cunningham, ed., 1854), que adquirió en el establecimiento de Rockliff & Son, en 44 Castle St., en Liverpool. Pero le impresionaba más que los anteriores el volumen Ouvres complètes de Fenimore Cooper, (París: Gustavo Barba, Libraire-Éditeur) porque, tal vez, deseaba ser la Catherine Plowden o Alice Dunscombe de la historia.
Durocher (1821?-Irlanda, circa 1901) tenía como afición viajar por los mares del mundo; poseía en las inmediaciones del puerto militar de San Pedro de Macorís, un astillero, además de dedicarse al comercio de maderas preciosas que llevaba a Europa. Durocher -al igual que el padre asiático de Mercedes, que llegó a Santo Domingo luego de haber sido raptado por unos piratas en el Caribe- iba y venía como un aventurero por los mares, hasta que, finalmente, a ambos dejó de ver, y de encontrar en sus sueños.
Mercedes -como confiesa en su Autobiografía a Marina Coiscou, en 1962- realizó el sueño de su vida: ¡viajar!; cuando le comenta a su discípula que: “Luego, por la virtud del ahorro, vi realizado el sueño que desde muy temprana edad me asedió: viajar. Y viajé. Conocí a Europa, viví algunos meses en París. La Historia que aprendí en la escuela, se tornó en cosa real; viviente; en patética lección que ningún maestro será capaz de darme, por culto y elocuente que él sea. El mundo se tornó ante mis ojos sorprendidos, maravillados, en un espectáculo sin límites, en que generaciones y generaciones aparecían actuando como criaturas mágicas, empeñadas en faenas múltiples, diversas, en obras de inteligencia, de consagración estupenda, de indescriptible belleza”. [14]. Viajó Mercedes por Italia, España, Inglaterra, Alemania, Bélgica y Suiza, según nos refiere entre 1913 y 1914.
Mercedes Mota falleció en Cedarville, New Jersey, el 12 de marzo de 1964. La Baronesa de Wilson en Barcelona, el primero de enero de 1922. Sus vidas han quedado unidas para siempre, por el recuerdo, por los viajes, y la crónica de su visita a Santo Domingo.

NOTAS
[1] El Porvenir (Año I, Núm. 11, 30 de marzo, 1872). Imprenta de M. (Manuel) Castellanos.
[2] El Porvenir (Año II, Núm. 19, 11 de mayo de 1873).
[3] El Porvenir (9 de noviembre de 1873).
[4]Baronesa de Wilson. Americanos Célebres. Glorias del Nuevo Mundo. Tomo II (Barcelona: Tipografía de los Suc. de N. Ramírez y Ca., 1888): 161.
[5] Ibídem, 167.
[6] Manual del Librero Hispanoamericano. Bibliografía General Española e Hispanoamericana desde la invención de la Imprenta hasta nuestros tiempos con el valor comercial de los impresos descritos, por Antonio Palau y Dulcet, Primer Hijo Predilecto de la Villa Ducal de Montblanc. Segunda Edición, corregida y aumentada por el autor. Tomo XXI. Revisado y añadido por Agustín Palau, Profesor y Bibliotecario de la Universidad de Madrid. SENÉN-SOMS. 308614-319234. (Antonio Palau Dulcet: Barcelona, 1969): 112-113.
[7]Mercedes Mota. En Santiago. (Listín Diario, (11-V-1898). Mercedes Mota publicó en el mismo medio otro artículo titulado “Excursión de la Baronesa” el 18 de mayo, del cual no hemos podido obtener copia en el Archivo General de la Nación (AGN), pero del cual guardamos la referencia. Este texto titulado “En Santiago” no fue compilado por Julio Jaime Julia en el libro: Mercedes Mota, Vida y Pensamiento de Mercedes Mota. (Santo Domingo: Editora del Caribe, C. por A., 1965). Compilación de Julio Jaime Julia. Ilustración de Nidia Serra. Publicación realizada por iniciativa de sus discípulas, en especial de Marina Coiscou.
[8] Listín Diario (octubre 21 de 1899). Para consulta ver: Mercedes Mota, Vida y Pensamiento de Mercedes Mota. (Santo Domingo: Editora del Caribe, C. por A., 1965): 94. Compilación de Julio Jaime Julia. Ilustración de Nidia Serra. Publicación realizada por iniciativa de sus discípulas, en especial de Marina Coiscou.
[9] Revista Literaria. (Vol. I, Núm. 1, marzo 23 de 1901):10
[10]La Baronesa de Wilson. El mundo literario americano. Escritores contemporáneos.- Semblanzas. Poesías.- Apreciaciones.- Pinceladas. Tomo Primero. (Barcelona, Casa Editorial Maucci, 1903): 318.
[11] Ibídem, 317, 318.
[12]Mercedes Mota, Vida y Pensamiento de Mercedes Mota, 21.
[13]Revista Letras (Núm. 124, 1919: 19).
[14] Mercedes Mota, Vida y Pensamiento de Mercedes Mota, 18-19.
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