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Construyamos la democracia. Parte 1

Por Antonio Sánchez Hernández
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domingo 16 de febrero de 2020, 21:24h
“La tiranía como la dictadura es implacable y cruel, porque es cobarde y débil”. Romain Rolland
Cuando Rafael Trujillo fue ajusticiado por algunos de sus cercanos colaboradores en 1961, dos años después subió al Poder el profesor Juan Bosch en 1963, por vía electoral, y decidió ganar estas elecciones aliado a los herederos del trujillismo, con la consigna de borrón y cuenta nueva. Pero cuando Juan Bosch quiso cambiar la tiranía por la democracia, separando los tres Poderes del Estado, los propios herederos trujillistas lo derrocaron en 1963, con solo siete meses de gobierno.

Por ser demócrata, porque quería la separación de los poderes del Estado, fue derrocado a los siete meses de su gobierno, por un conjunto de fuerzas sociales y políticas, nacionales y extranjeras, herederas y partidarias de la dictadura de Trujillo. Los trujillistas, hasta hoy, en el 2020, con diferentes caretas políticas, son alérgicos a la democracia. A la separación de sus tres Poderes esenciales y solo creen en la fuerza bruta de la dictadura. Los trujillistas actuales me recuerdan la frase de Romain Roland: “la tiranía como la dictadura es implacable y cruel porque es cobarde y débil”.

Cuando los dominicanos éramos un millón de habitantes en 1930 y subió al Poder Rafael Trujillo, hace ya noventa años, de los cuales un 80% eran de origen campesino, entonces vivíamos aislados del mundo, las noticias llegaban con mucho retraso, los países extranjeros eran entonces muy lejanos, el avión no existía, se viajaba ocasionalmente por barco o simplemente no se viajaba nunca, pero éramos muy apegados a la tierra, siempre fértil, aferrados casi siempre a una rústica pipa de tabaco. De eso hace apenas noventa años. Éramos una sociedad de campesinos. El campesino era autoritario en sus costumbres políticas, por eso era partidario de Trujillo: seguían la tradición del autoritarismo, impuesto por España desde 1492.

Pero ya en 1930, en pleno siglo XX, también el campesino dominicano era un soñador, ya conocía la escuela de Eugenio María de Hostos y ya sabía que la vida se vivía por etapas, por ciclos. El interés apasionado de nuestros abuelos y bisabuelos campesinos, especialmente a medida que iban envejeciendo y preocupándose por la salud de sus instituciones familiares, era crear comunidades amistosas apoyadas en el compadrazgo y el padrinazgo: una sociedad de madrinas, padrinos y compadres.

Por eso, en medio de familias numerosas, sus normas en cuanto a la amistad era exigente: la amistad no podía florecer donde había envidia, comparación, sentido posesivo. Creían que sólo una bondad duradera basada en el compadrazgo y el padrinazgo, podía mantener unida a la familia numerosa, a la gente, al vecino. Eso sucedió cuando el campesinado conoció la escuela hostosiana, los huertos escolares, las escuelas de artes manuales, y se hizo en el fondo un ser solidario. A cualquier desconocido se le regalaba un plato de comida. Y los frutos de la bondad eran mágicos. Gracias a esa auténtica amistad, decían, habría cooperación auténtica de parte de cada uno.

Y esto lo sería además, por causa de la autoridad, casi siempre dictatorial. Simplemente el campesino era ingenuo por formación y heredero de costumbres autoritarias: era el campesino la base social natural del régimen de Trujillo; siempre defendió la dictadura de Trujillo, en tiempos de paz y también en tiempos de guerra, con contadas excepciones. Por eso el campesino dominicano persiguió a los expedicionarios del 14 de Junio de 1959, que vinieron a combatir a Trujillo por Constanza, Maimón y Estero Hondo en nombre de la libertad.

El futuro no existe más que en el presente y se forja en la infancia. Este presente autoritario se ha prolongado noventa años. El 80% de la población que era campesina, migró en cuatro generaciones, a la ciudad y al extranjero, y se transformó en un ciudadano urbano. La población dominicana creció a 10 millones de habitantes, donde apenas el 20% vive hoy en la zona rural, debido al desarrollo del mercado interno. El país se urbanizó y su quinta parte vive ya en el extranjero, como un dominicano ausente.

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