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Doña María de Toledo y muchos otros afortunados

Por Antonio Sánchez Hernández
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antonioasanchezhgmailcom/16/16/22
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lunes 08 de julio de 2019, 23:00h
“Nada es real si no lo escribo”. Virginia Woolf (Parte 2)
La recepción en el atracadero tropical, su ya preciado puerto improvisado la llenó de júbilo. Don Diego después de abrazarla con mucho cariño, le confió a los diez minutos de conversación, que apreciaba mucho su presencia en la isla Caribeña, dado que ahora podría disponer de mucho más tiempo para dedicarse al negocio azucarero y a su hato ganadero. Los negocios han crecido tanto que apenas tengo tiempo para otra cosa. Imagínate que con tu llegada, por fin podré ocuparme como es debido del hato ganadero y de las plantaciones de azúcar, que son inversiones de mucho porvenir. Esta es ya una isla de promisión. Te tocará a ti, por el momento, dedicarte con tu gusto refinado y buena educación, al diseño y a la construcción de las primeras casas y calles de la ciudad colonial, junto a Nicolás de Ovando.

Como este será desde ahora un mundo también de mujeres, pues los hombres estaremos demasiado ocupados en hacer progresar nuestras propiedades y negocios, en tus manos estará el supervisar el tipo de diseño y la construcción de la parte colonial de la ciudad de Santo Domingo. Para ello contarás con la ayuda de excelentes maestros de construcción venidos de España que saben armonizar la arcilla y el barro. Así comenzó la construcción de la primera ciudad colonial en esta isla. "De la mano y del buen gusto de Doña María de Toledo y sobre todo de Nicolás de Ovando, se comenzaron a diseñar y construir conventos, iglesias y edificios públicos, sobre una escarpa, en la ribera derecha del río Ozama, protegida por una formidable muralla que la protegía de las crecientes del río. Sus duras piedras, ennegrecidas hoy por el paso de los siglos, fueron labradas cuidadosamente por esos excelentes maestros de construcción, y en algunas de ellas se observa el encaje típico de las ventanas mudéjares que eran típicas en construcciones españolas de la época. Con su mezcla de líneas góticas y la bien equilibrada asimetría comienza a distinguirse la arquitectura colonial en el primer cuarto del siglo XVI. Entre estos edificios destaca uno, el Alcázar de Don Diego, construido especialmente para el hijo de don Cristóbal Colón, que heredó del gran navegante el título de Virrey de las Indias por orden de don Fernando el Católico, monarca de España", y que ahora gracias a Dios y a la buena suerte, sigue siendo plaza de esparcimiento para los beodos post-modernos de la ciudad capital dominicana.

Sus tíos Diego y Bartolomé, que fueron gobernadores de la Española antes del 1550 vivieron en este edificio donde comenzó esta historia digna de ser contada pues se trata de la primera corte virreinal en tierras americanas y eso es mucho decir. Fué una corte llena de lujos, deslumbrante de joyas, títulos y ceremonias. El lujo que se usaba en el Alcázar era tan grande que los que tenían bienes pero carecían de linaje, se opusieron tenazmente a Don Diego y a su mujer. Y a partir de entonces esa sociedad quedó dividida entre los que podían visitar el Alcázar y los que no podían. De los primeros, por el lado español, muchos se endeudaban con tal de ser asiduos al Alcázar, lo que demuestra que nuestra capacidad de endeudamiento viene de muy lejos. Eran los ciudadanos de primera y los que no podían entrar a pesar de tener linaje, automáticamente se convirtieron en ciudadanos de segunda, de manera que para el 1515 existían ya entre los españoles dos tipos de ciudadanos muy diferentes. Los españoles de tercera, los capataces y vaqueros, nunca entraron al Alcázar. Trabajaban en las haciendas y en los hatos y ese era su rol. Y combatían y sobrevivían con sus propios sudores.
  • Abuelo, ¿Y los negros? ¿Acaso los olvidó? Ellos también llegaron por el mar.
  • Imposibles de olvidar. El hombre negro también vino por barco. "Apareció cuando el indígena ya estaba algo triste y rendía poco. El negro producía por cuatro indígenas, daba buen rendimiento, era alegre y se daba en el valle como las naranjas. Era tan corpulento, con un físico tan envidiable, que se decía que si no lo ahorcaban, nunca moriría por enfermedad. Los negros vinieron a esta isla en cautiverio. Venían encadenados de dos en dos. La pierna derecha del uno uncida con la pierna izquierda del otro. La mano derecha de uno con la mano izquierda de otro". Las mujeres negras, en cambio y según testimonios de muy buena fuente, parece que vinieron libres de cuerpo y de espíritu, tan libres que ni la moral ni las famosas buenas costumbres cristianas nunca las han podido controlar. Su poderoso termostato formado en zonas muy tropicales en aquella lejana Africa tribal, llena de vida y de sangre candente, según las mismas fuentes, produjo un tipo de mujer de cuerpo y de espíritu ardiente por naturaleza. Arde. Es su verdadero termostato. Verlas de cerca es de por sí gratificante. Cantan, relatan y bailan bien y son unas sobrevivientes de excepción.

“La necesidad de un cuerpo de labor integrado por una raza de hierro y de marfil sonriente, se hacía cada vez más imperiosa”. Varias veces me lo advirtió Doña María. Trae mano de obra de Africa y ponlos a trabajar en tus ingenios azucareros. Los aborígenes no sirven para esa labor tan dura. No me quedó más remedio que llevarme de sus sabios consejos y comencé a traer mano de obra africana. Realmente, su rendimiento laboral era inmenso, comían frugalmente y todavía podían cantar en voz muy alta, cuando trabajaban en dos de mis cuatro ingenios.

"Había caña de azúcar en el valle de la Vega Real desde 1493, que había traído y sembrado el mismo Almirante en su segundo viaje, cuando fundó la Isabela. La caña se dio bien; pero su cultivo no fue intensificado sino hacia 1501 en la ciudad de la Vega. El primer guarapo de la caña fue obtenido con una simple máquina de palanca única, propia de la tecnología de los indígenas, que eran valga la aclaración, muy ingeniosos, aunque poco corpulentos. En 1506 don Miguel Ballester, un catalán que era Alcaide de La Vega fue el primero en obtener azúcar en el Nuevo Mundo. Se trajeron de Las Canarias los maestros de azúcar y se montó un trapiche movido por caballos. Las mazas que comprimían la caña giraban sobre un eje vertical y las movía un engranaje, en la parte superior del cual bajaban dos largos brazos. A cada uno de ellos se uncía un animal. Esto no era todavía más que un modesto trapiche, pero se hizo la primera zafra de América en esta máquina en 1515".

Entonces decidí iniciarme en el negocio del azúcar, luego de asesorarme bien con la opinión del gran Almirante y tío. Al año siguiente en 1516, se introdujo una modificación de enorme importancia, al aplicarse un invento formidable para la época: el molino de aguas." En Italia un señor de apellido Torricelli había aplicado a su ingenio las corrientes de agua que regularizó los ríos que bajaban de las montañas. Algo parecido aplicó el Bachiller de Velosa a los ríos de la Española, hombre de talento y al tanto de los descubrimientos de Torricelli". Y se aplicó en dos de mis ingenios. La invención del ingenio azucarero hizo de la Española la reina y señora del Nuevo Mundo a principios del siglo XV1. Imagínate, que en dos de mis negocios, "el trapiche de caballos podía moler apenas de 25 a 30 carretadas de caña por día. En cambio, en los ingenios movidos por el molino, se producían de 40 a 60 carretadas, con los cuales se podían obtener unas 840 libras de azúcar por día.

Hasta ese momento, el valle de la Vega Real vivía de una agricultura incipiente y de una minería ya en franco declive. Ese ingenio se componía de una casa de fabricación de azúcar y otra de almacenaje. 125 negros eran necesarios para las diversas operaciones: plantar la caña, cultivarla, cortarla, trasplantarla, colocarla entre las masas, volcar después el jugo en las calderas de cocción, hacer cuajar el caldo, purgar y blanquear el azúcar y destilar el aguardiente. Precisaba de dos a tres mil carretas para traer la caña al molino y acarrearla al puerto de embarque. El valle de la Vega Real fue pródigo en azúcar y la isla La Española fue por primera y única vez, el territorio más rico de España en América". Con decirte, que cuando introduje esas técnicas a mis ingenios me convertí en uno de los hombres más acaudalado de la isla, y eso no me lo perdonaron nunca mis competidores en España.

Y ahí comenzaron mis problemas como hombre de éxito. La envidia, a partir de entonces, acabó con mi buena reputación de hacendado. Me acusaron hasta de negrero, cuestión bastante habitual para esa época y no tan denigrante como ahora. Fueron tan grandes el rumor y la envidia, que terminé enfermándome gravemente. Ya muy enfermo y presintiendo mi muerte, con seis hijos del matrimonio y un negrito en adopción, el chisme había llegado tan lejos, que en la propia Corte de España no querían saber de mí.

Desde allá, desde las Cortes, donde se dirigía todo, me echaron bola negra. Yo los perdono. Soy cristiano y sé perdonar para no perjudicarme. El problema es de cada quién y es tontería echarse problemas de terceros como propios. Perdone usted y saldrá ganando. Pero volviendo al tema de los negros, era realmente sorprendente la resistencia física de esta raza negra. Sin exagerar una sola nota, “cualquier otra raza, biológicamente menos fuerte que la negra, hubiese sucumbido ante la violencia del trasplante y el cambio de ambiente a que se vieron sometidos. El negro, con su particular presencia y su sicología individual y colectiva, fue un factor de primer orden en este valle. Gracias a su potencia biológica, pervivirá en todos los medios adversos, engullendo al mismo tiempo a los indígenas que sobrevivieron al proceso de conquista, que fueron muchos, y a los blancos españoles de tercera, capataces y vaqueros, con los cuales trabajaban directamente,” con los que se amancebaron y crearon las primeras mezclas de mulatos en plural y las subsiguientes gamas de tipos mezclados, que desde entonces, es uno de los encantos creativos naturales del valle de la Vega Real.

Con su presencia, el negro oriundo de tribus yorubas, congos y dahomeyanas crearían en esta isla una variedad enorme y sorprendente de tonos de piel creando negros y mulatos multitónicos, al extremo que aquí y ahora, nadie se parece a nadie, nadie es capaz de imitar el tono de la piel del vecino y el tono de la piel de cada quién es un producto único. Estos negros se ligaron, claro está, primero a los indígenas… que ya estaban tristes, luego a los colonos españoles, ciudadanos de tercera y a uno que otro ciudadano de primera o de segunda, que hizo confianza con alguna negra catequizada, con cuerpo de marfil, que vino a estas tierras suelta de manos y de piernas y que se iba y se sigue yendo fácil, cuando le conviene como humana que es, en busca de un viaje a la humedad.

Eran duras las circunstancias que orientaban a estos seres culturalmente desconocidos y había que ganarse un espacio de la mejor manera. Nada mejor que por la vía de la sexualidad. Con todos sus olores ricos y pobres, donde el aroma es el semblante. Así, en este valle, acota Don Diego Colón el azúcar siempre fue muy dulce al igual que el amor carnal. El abandono posterior del negocio azucarero fue muy amargo e inmerecido para mis empresas. Y esta historia que pudo haber terminado para mí tan bien terminó en el más absoluto de los abandonos, en la quiebra de mis ingenios de azúcar, y es cuando comenzaron a vivir y a mezclarse en forma los indígenas con los negros y con los europeos, y cuando además los españoles más diestros se marcharon hacia otros territorios más poblados de la América continental, en busca de oro y otros metales preciosos y de otras actividades humanas no menos placenteras.




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