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El mito de Ícaro

Por Antonio Sánchez Hernández
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antonioasanchezhgmailcom/16/16/22
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domingo 24 de febrero de 2019, 21:24h
Nota del autor : Yo había escrito en tiempos cuando Hipólito Mejía era el Presidente de la República, en el año 2004, un artículo titulado, el mito de Icaro. De eso hace 15 años, pues este artículo retrata una situación con quince años de atraso.

Según la leyenda, Icaro fue acorralado por Minos en un laberinto, pero Icaro se fabricó unas alas y las pegó con cera a la espalda, escapó del asedio, pero voló tan alto que se acercó al sol y la cera se derritió y las alas cayeron e Icaro cayó en el mar que lleva su nombre. Ese mar puede ser perfectamente el mar Caribe.

Los sociólogos han demostrado que, al desaparecer la coherencia de cualquier sistema jerárquico, al filtrarse desacuerdo en el ámbito de la autoridad, la masa subalterna aprovecha la oportunidad para dejar de obedecer. Y se da entonces una especie de desamor lo cual es muy frecuente en la sociología política dominicana. Es lo que está sucediendo actualmente en el país con el PPH y la reelección obligada del primero entre los iguales, que ahora no puede entender ese desamor, después de tantos apoyos y piropos en aquella gloriosa primera vuelta que me depositó en el carguito.

Esta forma de explicación se ha utilizado mucho en el modo del funcionamiento de las instituciones, porción del nuevo mundo, que en América había sido hasta hace poco, por naturaleza, mitad convento, mitad cuartel. Los sistemas jerárquicos esenciales han sido la familia, la escuela, la empresa y el Estado. En función de estos cuatro niveles de autoridad, se ha estudiado el punto de ruptura donde la obediencia disminuye o donde la autoridad ha impuesto su mandato por la fuerza de las circunstancias. ¿Cuál o cuales de estas cuatro instancias están haciendo aguas para crear un ambiente delincuencial que a todos nos preocupa?

Según se mire, la historia puede ser y lo es, el mismo viaje de siempre, en nuestro caso el trayecto infortunado del presidente vitalicio. Antes de tener presidentes tuvimos virreyes en el período colonial. Después de la independencia, los virreyes republicanos han sido presidentes vitalicios, unos militares otros civiles: Santana, Báez, Heureaux, Trujillo, Balaguer.

Cuando Colón fue recibido cordialmente por los indígenas, ninguno de ellos imaginó que pronto se verían aniquilados en su vida espiritual (creencias, sentimientos, jerarquías), desintegrados sus sistemas de vida material y social, destruidas y desprestigiadas

Sus clases dirigentes. Pronto, los indígenas sintieron su impotencia, su inferioridad de energías antes forma de vida nuevas, extrañas, que se imponían en forma arrolladora y pronto se vieron abandonados por sus dioses y sus jefes. Comenzó el mestizaje. Aprendimos el castellano, negros esclavos sustituyeron paulatina-mente a los indígenas muertos, barcos de negreros iban y venían con sus cargamentos humanos, desde tantos lugares que muy pocos se entendían entre tantos dialectos. Taínos, los pocos que quedaron y los africanos, empezaron a hablar en castellano, hacían el amor por señas y por lo tanto los hijos eran de poco hablar, pero eso sí, el amor tiene grandes recompensas lingüísticas en medio de tanto trópico y los viajes a la humedad eran viajes enteros, sin regreso.

Pronto los mismos españoles, se integraron, porque la Corona los olvidó tan lejos, buscando oro en sus cabezas y soñando con un regreso a ninguna parte. La hamaca taína fue mejorada, aparecieron las mecedoras, y esas mecedoras eran cada vez más frecuentes en la medida en que los españoles, que eran polígamos y no eran racistas, se ligaron a las negras, y las mecedoras empezaron a ver crecer los traseros, hijos por allí, hijos por allá y cuando nos dimos cuenta, ya no habían ni taínos, ni africanos, ni españoles, sino una versión mezclada de mulatos, que se reconocían por sus cinturas estrechas, nalgas frondosas, espaldas medianas y una cabeza llena de dioses paganos con nombres cristianos, comida magra, trabajo regulado, de subsistencia y una putería inmisericorde de colores grises, que llenarían las recién estrenadas iglesias de avemarías y padre nuestros que estás en los cielos... Lamentablemente, lo que se juntó en el lecho, de manera bien concreta, no se integró en la cultura, o mejor dicho, la fusión cultural fue tan epidérmica, que la cultura española, la cultura africana y la cultura taína, fueron además culturas en discordia y no serían lo suficientemente fuertes, por separado, para cimentar la conquista de América, como un conjunto funcional, completo en sí, armoniosamente equilibrado, que es lo que ampara, encuadra y vigoriza la vida personal de los individuos. A pesar del mestizaje. Y se dio el resultado: un período de independencia bamboleante (120 años de gobiernos de fuerza de un total de 160 años desde el mismo trabucazo de Mella, con una cultura guerrera nacida en la manigua, donde el principio
Rector era la continuidad y la violencia de la montonera, con la cultura política, ahora republicana, del presidente vitalicio, herencia directa del pasado colonial. 17 generaciones de mulatos
sin un plan nacional de desarrollo y una descomposición social.

Absurda que han imposibilitado la separación de los poderes del Estado, antesala de nuestra democracia, sinónimo de bienestar colectivo. Un alto a la pobreza, a esa pobreza de más de cinco siglos, que, según nuestra leyenda moderna, puede que no termine, como aquella historia de Icaro, que, acorralado por Minos en un laberinto, el de la pobreza, fabricó unas alas y las pegó a su espalda con cera, escapó del asedio, pero voló tan alto que se acercó al sol y la cera se derritió y las alas cayeron al mar que lleva su nombre: el mar Caribe.

Gurabo más concretamente. Y para que tengamos continuidad en la vida, Leonel. Comunidades esencialmente pasivas se desenamoraron de Hipólito y se enamoraron de Leonel, como lo sabe hacer una cultura tropical, ardientemente, esa que se entrega y sabe salir con el rito del desamor. Votaremos por Leonel de la misma manera que lo hicimos hace cuatro años por Hipólito: en aluvión, para no perder más tiempo. Total, que los políticos se cotizan caro y con razón.




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