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Por qué no asistí, hace 39 años, a la proclamación de Juan Carlos

Por Fernando Jáuregui
domingo 20 de diciembre de 2015, 12:22h
Franco había muerto hacía dos días. Y el Rey a quien Franco había dejado como sucesor, Juan Carlos I, juraba el cargo, de acuerdo con los principios del Movimiento, en las Cortes. Los procuradores franquistas, los ciudadanos, que habían dejado de ser eso, franquistas, si es que alguna vez lo fueron, hacía muchos años, las cancillerías extranjeras, estaban muy atentos a lo que el nuevo Rey diría en su discurso. Como este jueves del 19 de junio de 2014 lo estábamos todos ante el tono y el contenido de lo que el recién estrenado Felipe VI fuese a transmitir a los españoles. El parlamento del Rey Juan Carlos, a quien la oposición ‘dura’ al régimen llamó, equivocándose en casi cuatro décadas, ‘el breve’, fue muy cauto. Pero aquello sonaba, a quienes supieran escuchar, como algo diferente, me dijeron quienes pudieron escucharlo en directo. Yo no pude.

Y no pude porque, en esos momentos, estaba siendo detenido por varios agentes de la Guardia Civil, a punta de metralleta, en las afueras de la cárcel de Carabanchel, donde se desarrollaba una manifestación por la libertad de los presos políticos que en esa prisión se encontraban encerrados. Nos detuvieron a tres periodistas y a los actores Juan Diego, Aurora Bautista y María Luisa San José, entre otros. Eran tiempos aquellos en los que la libertad de manifestación no existía, ni la de la expresión, ni otras muchas bajo las que han nacido ya varias generaciones de españoles, gracias, en parte, a que aquel Rey no cumplió –ni se esperaba que lo hiciera—su juramento de fidelidad al caduco Movimiento. Juan Carlos sabía, lo mismo que su hijo, que había que poner en marcha “una Monarquía renovada para un tiempo nuevo”.

Cuando, tras un día lleno de enseñanzas, de algunos miedos y de cierto jolgorio, abandonamos la celda de Las Salesas, tras haber pasado, indemnes, por las temibles dependencias de la Dirección General de Seguridad –donde hoy se ubica, en la Puerta del Sol, el palacio de la Comunidad de Madrid–, supimos que algo iba a cambiar. Que algo había comenzado a cambiar en aquella jornada en la que un grupo de guardias civiles, deteniendo a tres actores conocidos y a sus acompañantes periodistas, quiso demostrar al país, y al mundo, que todo seguía ‘atado y bien atado’. No era así: había comenzado el proceso de la gran mudanza y se vieron forzados a ponernos en libertad a las pocas horas. Ahora, Felipe VI, que lo tiene difícil, no lo tiene, no obstante, tan complicado como su padre en aquella misma tesitura: los militares son ahora modelo de acatamiento a la legalidad democrática, España forma parte del ‘club’ europeo, la situación económica es, con todo, mucho mejor que aquella. Y la Benemérita no anda deteniendo a actores y periodistas que se manifiestan por la libertad de unos presos políticos que ya, por mucho que ETA se empeñe, no existen. Ah, y por no existir, ya ni ETA, en puridad, existe.
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