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El Monumento a la Paz de Trujillo

Por Antonio Sánchez Hernández
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antonioasanchezhgmailcom/16/16/22
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sábado 02 de junio de 2018, 22:48h
Nada se nos hizo, solo que se nos situó dentro de la nada absoluta, porque, según es notorio, ninguna cosa del mundo ejerce tanta presión sobre el alma humana como la nada”.. Stefan Zweig
Alrededor del Monumento a la Paz de Trujillo se creó la expansión urbana de la ciudad de Santiago: su versión moderna una vez muerto Trujillo. Edificios de cultura, residencias lujosas, incontables y decenas de urbanizaciones, sus nuevos ensanches, su parte moderna: de un poblado de sesenta mil habitantes, se transformó en una ciudad de más de un millón de habitantes, propia de este mundo global: es la transición del Santiago histórico al Santiago moderno, y el Monumento al tirano se llama ahora Monumento a los Héroes de la Restauración.

Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos, pero, como ciudadanos libres. Vivíamos entonces en el Santiago histórico, aquel que iba desde el otrora enorme Monumento de la Paz de Trujillo, que era el límite norte de la ciudad hasta el parque Ramfis, hoy Plaza Valerio, en el sur del poblado, con dos grandes ensanches: el barrio de los Pepines y el barrio de la Joya. El Santiago histórico era apenas un pequeño poblado peatonal, pues no transitaban vehículos sino coches. Vivíamos en el paradisíaco mundo de los cocheros…

Éramos felices. Nada se nos hizo, solo que se nos situó dentro de la nada absoluta, en una tiranía política que todavía extrañamente algunos añoran, y se sabe desde entonces que ninguna cosa del mundo ejerce tanta presión sobre el alma humana como una tiranía política, como la nada. Obviamente, si no te metías contra las señales políticas del tirano, nada te pasaba. Éramos miedo concentrado, políticamente un esclavo. Vivíamos aparentemente felices y contentos, en el reino de la nada, jugando beisbol en los terrenos del Monumento a la Paz de Trujillo, entonces una mole gigantesca. Pero sólo entonces, porque ahora, en Santiago, sin la tiranía política, cincuenta y siete años después, al decir de Doña Nana, una ocurrente señora cibaeña de pura cepa, se ha avanzado tanto en libertad, se ha desarrollado mucho la ciudad corazón como una ciudad moderna y la ciudad que entonces era de apenas 60 mil habitantes cuenta ahora con más del millón de personas.

Dice Doña Nana, esa ocurrente mujer santiaguense que el Monumento, cincuenta y siete años antes, era gigantesco para un poblado tan pequeño: la estructura arquitectónica más imponente de la ciudad de Santiago. Entonces el lugar preferido de sus moradores. Un orgullo… pero eso fue cincuenta y siete años atrás. Y en cierto modo lo sigue siendo… para no minimizar la arquitectura urbana de una ciudad nueva.

Hoy, en el año 2018, en cambio, nos relata Doña Nana, el Monumento visto desde Camp David es tan delgado como una canquiña, desde las alturas de los grandes apartamentos que se han construido los hombres de dinero santiaguenses en las montañas de la Cordillera Septentrional, todavía en una democracia autoritaria, blindada y distorsionada, sin independencia de sus poderes, trujillista. Una simple e insignificante canquiña. De un Monumento imponente en la época de la tiranía, ha devenido una simple e imperturbable canquiña, visto desde Camp David, al decir de Doña Nana, gracias al trabajo tesonero de sus moradores en libertad, que han llenado a Santiago de empresas y urbanizaciones de todo tipo.

Era tan natural cruzar las calles del poblado de Santiago en tiempos de la tiranía, en esa nada política, en un mundo de cocheros, en la edad conuquera del campesinado, que subíamos los empinados escalones del Monumento a la Paz de Trujillo,-entonces una joya de la arquitectura-, para caminar felizmente agarrados de las manos y de la cintura, e iniciar un paseo como un requisito menor, de ese tiempo urbano prehistórico.

Es como dice Doña Nana, con su eterna gracia: ahora el entonces Monumento descomunal erigido por y para Trujillo, se ha transformado, visto desde lejos, de la mano del progreso real de la ciudad, en un escuálida canquiña. Verdaderamente, el día en que el monumento a la Paz de Trujillo estuvo terminado, su vida en cierto sentido empezaba. Se había salvado la primera etapa, que, mediante los cuidados del arquitecto, lo había llevado desde el bloque hasta su forma humana; una segunda etapa, en el transcurso del tiempo, cincuenta y siete años después, a través de alternativas de adoración, de amor, de desprecio o de indiferencia, por grados sucesivos de erosión o desgaste de los moradores de la ciudad de Santiago, lo iría devolviendo poco a poco, al estado de mineral informe al que lo había sustraído su arquitecto: en un centro urbano inevitable, imprescindible.

De esta forma se comprueba que también los moradores de esta nueva ciudad de Santiago, son estatuas terminadas, en el aquí y ahora, cincuenta y siete años después. Sus formas de actuar ahora son multifacéticas, multifactoriales: zonas francas, universidades propias, aeropuerto internacional, un millón de habitantes, centros de cultura. Lo dicen los psicólogos desde hace muchas décadas: todo lo que comienza termina. Existe una energía propia en esta ciudad donde los hombres saludables viven intensamente cada minuto de su vida.

Son minutos de alta calidad de vida donde participan los cinco sentidos de manera simultánea. Detrás de cada sentido hay un arte: un hombre nuevo, un nuevo morador urbano, con minutos y sentidos alertas. Una nueva generación, donde abuelos, padres e hijos coexisten sanamente en un completo disenso: esa es ahora la generación de santiaguenses del siglo XXI. Es la energía social de una ciudad con personalidad propia, familiar, en un ámbito personal que consiste en cambiar para bien cuanto haya que cambiar. El ser humano es él y sus circunstancias, decía Ortega y Gasset. El ser humano, ese ciudadano multifacético santiaguense, debe poder predecir, lo que más le conviene. Y cuando no puede cambiar por sí solo y vencer los obstáculos, pactará con el obstáculo, como lo sugirió sabiamente Maquiavelo.

¡Oh, Santiago quién te vio y quién te ve! Las clases sociales actuales, en esta generación de Santiago de los 30 Caballeros, formadas como monumentos o estatuas terminadas, en cierto sentido comienzan. El Poder siempre es variado y riesgoso y las clases sociales también. En este contexto cada quién es un sociólogo natural, tan natural, que primero imaginas el cambio necesario, lo planificas y a seguidas lo sueltas como si fuera un petardo en el Santiago histórico, en la eterna calle del Sol.

Ya Santiago dejó de ser una ciudad de cocheros, por lo que sus moradores se dicen a sí mismos que no tienen edad para gastar balas de salva. Por vivencias propias van al grano, ahora en yipetas, en una ciudad moderna que pretende ser dominada otra vez por el miedo y la inseguridad, lo cual no es más que una nueva y segunda vacuencia de la nada.

El primer reino de la nada desapareció con la tiranía. Hasta los últimos años de la década de 1980 te podías mover por Santiago entero sin el prejuicio de un asalto o de un tiro en la cabeza. Ese fue un buen modelo de seguridad ciudadana. Hasta esa década recuerdo que los santiaguenses nos movíamos como pez en el agua, libremente.¬¬¬ Dos y tres veces por semana se bailaba en cualquier zona de la ciudad, hasta tarde de la noche. Entonces la gente iba a bailar bueno, a explotar por las caderas. Pacíficamente. En grupos grandes o pequeños de amigos y amigas, y nunca sucedía el menor de los incidentes.

Y recuérdelo bien, la droga ya existía…era una sombra pero ya amenazaba la tranquilidad familiar. Entonces no vivíamos enrejados en nuestros propios miedos. Pero desde finales de la década 1980 en lo adelante, las rejas urbanas se hicieron dueñas de los apartamentos y de las casas. Empezamos a vivir como una generación secuestrada, enrejada por el miedo y la inseguridad. Y desde entonces vivimos enrejados, asustados, en un camino que nos conduce nueva vez al reino de la nada.

Con tantos errores, con tantos zigzagueos urbanos, ahora globalizados, se nos propone nueva vez para salir de la nada “apoyar lo que esté bien, cambiar lo que esté mal y hacer lo que nunca se ha hecho”. Meras palabras, anécdota: solo sé que un día, cincuenta y siete años después, ya migrantes sempiternos, estuvimos vagando por el mundo entero, muchas veces de prestado, haciendo lo que otros hacen y viendo lo que otros ven.

Como no sabíamos disimular nos dimos cuenta en seguida de que para reconocer la infancia y la adolescencia santiaguense, era necesario comenzar por cerrar los ojos y mirar nuestro interior. No digamos que aquel Santiago histórico era falso porque no lo era, pues a él vuelves de alguna manera, ni siquiera que había muerto, pues de alguna forma, siempre hay un punto de retorno: “las familias numerosas; las sociedades urbanas y campesinas; los niños jugando a barcos y piratas; los amistosos vecindarios; los amigos que se forjan y que se olvidan; las gentes pintorescas de los pequeños poblados; las marchantas orgullosas, con sus cinturas erectas; los centros comerciales; las calles repletas de mariposas de todos los colores; las cuencas hidrográficas; los torrenciales aguaceros de mayo; los caminos sin regreso; las primaveras antiguas y modernas, irrecuperables; el primer amor y el primer castigo; la eterna estrechez del dinero; el amor a las causas perdidas y el respeto a los que por ellas mueren; la caza como un arte y una pasión; la afición al peligro; la crueldad añadida de la muerte; el sentimiento de lo sagrado; el peligro de los huracanes; los caminos polvorientos; el maroteo de las frutas y el olor penetrante de la guayaba; las playas solitarias, medio salvajes y las caracolas marinas que reproducen el rumor del oleaje; los nuevos monumentos a los ególatras; el mundo peatonal; la naturaleza humana y la caridad, propia de sociedades polígamas; los temblores de tierra de la adolescencia; la incertidumbre del futuro; el retorno a las tradiciones vencidas; el paraíso interior de cada uno; los hijos de nadie que se reconocen más tarde con absoluta discreción; las familias conformistas viviendo en la resignación y la rutina; la organización del tiempo libre; el tedio de los políticos; la pasión por los trópicos y por las playas; el agua lluvia, serenada, usada al día siguiente con sus antiguas misas en latín; el equilibrio entre el miedo y la risa; la burla de nuestros defectos; la insipidez de nuestra carne; la corrupción y la violencia; las distracciones del ser humano y la licencia del borracho; el poder del dinero; las eternas despedidas de los muertos y las visitas al cementerio; la visión imborrable y poderosa de la muerte; la anarquía que todo lo puede, donde los fuertes disponen de todo, los débiles buscan la moralidad y los del medio se agrupan en buscan de acomodo; la magia del cornflakes del cereal y de la compota en la creación de una bella y última generación de mulatos; ser un fanático fiel de las Águilas del Cibao; y sobre todo, la presencia de Dios, la más grande de las creaciones de este hombre mulato tridimensional, mezcla de calabaza indígena, panteón africano y quijote español de este trópico exuberante.

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