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Los ecologistas ante un mundo superpoblado

Por Antonio Sánchez Hernández
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antonioasanchezhgmailcom/16/16/22
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martes 27 de marzo de 2018, 00:44h
“Hasta hace poco, era posible ver como prácticamente infinito, casi inagotable, el patrimonio que nos es accesible. Los mapas del planeta incluían grandes manchas blancas designadas como Terra incógnita; los bienes que nos prodigaba eran renovables indefinidamente; si nos expulsaban de un territorio podíamos encontrar otro en otra parte. Ahora ya no tenemos otra parte”. Albert Jacquard.
  • Martín Objío, en sus andanzas por el mundo europeo en las décadas 1960-1980, comprendió que el escenario planetario se había transformado a sí mismo de manera definitiva: Robert Goodland le ensenó que hasta hace un par de siglos, quizás de algunos decenios, podíamos pensar que el mundo estaba lleno de naturaleza y vacío de gente; hoy el planeta está lleno de gente y cada vez más vacío de naturaleza. En efecto, en todo el curso de la historia humana llegamos a la economía mundial de 1900, cuya escala era apenas de 60,000 millones de dólares, mientras que un siglo después, en el 2000, la economía mundial experimenta un crecimiento semejante de esa misma magnitud en apenas dos años.

El crecimiento actual es demasiado rápido y grande para no desequilibrar la propia naturaleza (tierras, aguas, aire) del planeta tierra. Ese es el centro del problema económico planetario, de la actual economía global.

Si no se controla, la economía global de hoy-que representaba ya en el 2000, 20 billones de dólares- puede llegar a ser cinco veces mayor en sólo una generación, para el 2050. Y resulta que el ecosistema global, fuente de todos los recursos que necesita el subsistema económico mundial es finito, porque tiene una capacidad de regeneración y asimilación limitada de las tierras, de las aguas y del aire de todo el planeta. Vivimos ya en un mundo contaminado.

Es inevitable que en este siglo XX1 se duplique el número de personas que intervendrá en la economía humana consumiendo recursos y sobrecargando los vertederos con sus desechos. Parece poco probable que el mundo pueda soportar una economía dos veces superior a la actual, por no hablar ya de entre cinco o diez veces superior, como lo calcula el Informe Brundtland. Cuando el subsistema económico era relativamente pequeño con respecto al ecosistema global, los recursos y vertederos eran grandes y sus límites carecían de significación. Ya no es así. Una serie de pensadores de primera línea, tales como Ehrlich (1990), Hardin (1991), Boulding (1991), Daly (1990), y el Club de Roma, vienen llamando la atención sobre el hecho de que el mundo ya no está vacío, que el subsistema económico es relativamente grande en relación con la biosfera (clima, suelo y agua) y que se está sometiendo a un esfuerzo excesivo la capacidad de recursos y de vertedero de la misma biosfera, la cual está planetariamente contaminada. Mientras más rico el país más contamina la biosfera: E.E.U.U. y China, por ejemplo. Dice Robert Goodland: “No cabe duda de que la contaminación es mundial, que ya hemos ensuciado nuestro propio nido. Prácticamente no hay paraje del planeta donde no existan señales de la actividad económica del hombre. Desde el corazón de la Antártida hasta el Everest, los residuos humanos son evidentes y van en aumento. No es posible extraer una muestra de las aguas oceánicas sin que presenten signos de los más de 20.000 millones de toneladas de residuos de procedencia humana que se arrojan a ellas cada ano. Una quinta parte de la población mundial respira un aire más venenoso de lo que las normas de la Organización Mundial de la Salud recomiendan como límite. Los suelos del mundo se están degradando en todos los continentes, afectando la capacidad mundial de producir alimentos”.

La apropiación de la biomasa por los seres humanos, el calentamiento global, el efecto invernadero, la rotura de la capa de ozono, la degradación del suelo, la biodiversidad y la destrucción de los bosques, son pruebas muy concretas.

En un mundo vacío, perseguir la expansión continua de la oferta puede tener sentido; en un mundo lleno de gente es un desatino (pensemos en los conflictos actuales relacionados con el abastecimiento de agua o de energía) que sufrimos los dominicanos y la mayoría de los países pobres del mundo. Esto supone otro ejemplo importante de cómo cambian las reglas de juego (económico-sociales en este caso) cuando pasamos del mundo vacío al mundo lleno de gente: ya somos en R.D. 12 millones de habitantes, ya no somos tres millones de habitantes y la tierra es ya escasa, claramente repartida y erosionada, el aire y el agua contaminada, y la pregunta ya no es “como satisfacer un abastecimiento siempre en aumento de los recursos naturales”, sino más bien: ¿cuáles son los límites biosféricos en lo que se refiere a fuentes –de recursos naturales y energía- y a sumideros –de residuos y contaminación-, y cómo ajustamos el impacto humano (autorregulando nuestra población, nuestra tecnología, nuestras prácticas sociales y nuestras ideas sobre la vida buena) de manera que permanezcamos dentro de esos límites? Como se ve, la inversión de perspectiva es completa.

Sabemos ya en el Cibao, por la propia práctica, -que es el único criterio de la verdad-, que existe otra manera de aproximarse a la misma idea: en un mundo lleno de gente, donde el recurso natural es un factor de producción escaso, la idea de soberanía del consumidor es anacrónica, según Jorge Riechman, ecologista catalán de origen. En lugar de ello, los poderes públicos democráticos deben programar estrategias de gestión de la demanda (no sólo en sectores donde la idea ya es de uso corriente, como el uso de energía o de agua, sino también en otros donde aún no ha penetrado esta nueva perspectiva: los transportes, el consumo de carne y pescado, el uso de los recursos minerales, etc.) para no superar los límites de sustentabilidad, preservando al mismo tiempo en lo posible la libertad de opción.

En definitiva, lejos de hallarnos ante los problemas “ingenieriles” de conseguir siempre más agua, energía, alimentos, sistemas de eliminación de residuos, etc., en realidad tenemos sobre todo que resolver problemas filosóficos, políticos y económicos que se refieren a la autogestión colectiva de las necesidades y los medios para su satisfacción. En un mundo global, lleno, ya no se trata de un (imposible) aumento indefinido de la oferta, sino de la gestión global de la demanda, en la redistribución de los ingresos.

Cuando vivíamos en el planeta tierra en un mundo vacío de población, con la mitad de la población actual, existían amplias extensiones de tierra en cada país sin ser explotadas. En este mundo lleno, global, en que ahora vivimos, con más de 7.000 millones de habitantes, no quedan ya tierras vírgenes sin explotar en ningún país, y se caen las bases de la teoría liberal de la apropiación justa. En un planeta finito cuyos límites se han alcanzado, ya no es posible desembarazarse de los efectos indeseados de nuestras acciones (por ejemplo, la contaminación) desplazándolos a otra parte: ya no hay otra parte.

Una vez hemos llenado el mundo de gente, volvemos a hallarnos de repente delante de nosotros mismos: recuperamos la idea kantiana de alguna forma, de que en un mundo redondo nos acabamos encontrando. Por eso, en la era de la crisis ecológica global, la filosofía, las ciencias sociales y la política entran en una nueva fase de acrecentada reflexión. Y la humanidad debe hacer frente a una importante auto transformación: no es casual que Estados Unidos y China, los dos países más ricos y contaminantes del planeta, se hayan puesto de acuerdo, por fin, para enfrentar el tema del calentamiento global que afecta ya a la humanidad entera.

Nuestro mundo lleno-nos recuerda Jorge Riechman- ensayista, poeta y profesor investigador de la universidad de Barcelona- es un mundo vulnerable, ha de ser pensado como un mundo sin alrededores, según la acertada sugerencia de otro ecologista español: Daniel Innerarity, profesor investigador de la universidad de Zaragoza. Para este destacado profesor investigador de Zaragoza, todas las explicaciones que se ofrecen para aclarar lo que significa la globalización se contienen en la metáfora de que el mundo “se ha quedado sin alrededores, sin márgenes, sin afueras, sin extrarradios”. Global es lo que no deja nada fuera de sí, lo que contiene todo, vincula e integra de manera que no queda nada suelto, aislado, independiente, perdido o protegido, a salvo o condenado, en su exterior. El “resto del mundo” es una ficción, o una manera de hablar cuando no hay nada que no forme de algún modo parte de nuestro mundo común. No hay alrededores, no hay “resto del mundo”: nos encontramos-hay que insistir en ello- cara a cara con todos los demás seres humanos, y regresan a nosotros las consecuencias de nuestros actos en un “efecto bumerán”: destrucción del medio ambiente, cambio climático, riesgos alimentarios, tempestades financieras, emigraciones, nuevo terrorismo.

Se trata de problemas que nos sitúan en una unidad cosmopolita de destino, que suscitan una comunidad involuntaria, de modo que nadie se queda fuera de esa suerte común. Cuando existían los alrededores había un conjunto de operaciones que permitían disponer de esos espacios marginales. Cabía huir, desentenderse, ignorar, proteger. Tenía algún sentido la exclusividad de lo propio, la clientela particular, las razones de Estado. Y casi todo podía resolverse con la sencilla operación de externalizar el problema, traspasarlo a un “alrededor”, fuera del alcance de la vista, en un lugar alejado o hacia otro tiempo.

Un alrededor es precisamente un sitio donde depositar pacíficamente los problemas no resueltos, los desperdicios, un basurero. (…) Tal vez pueda formularse con esta idea de la supresión de los alrededores la cara más benéfica del proceso civilizador y la línea de avance en la construcción de los espacios del mundo común. Sin necesidad de que alguien lo sancione expresamente, cada vez es más difícil “pasarle el muerto” a otros, a regiones lejanas, a las generaciones futuras, a otros sectores sociales.

Esta articulación de lo propio y lo de otros plantea un escenario de responsabilidad que resumía muy bien un chiste extraño: “En un mundo globalizado es imposible intentar no ver lo que pasa, mirando para otro lado, porque no hay ese otro lado”. Es estar fuera de casa y sentirse, sin embargo, en casa en todas partes; ver el mundo, ser el centro del mundo y permanecer oculto al mundo, tales son algunos de los placeres de esos espíritus independientes, apasionados, e imparciales de la moderna sociedad global. En el mundo global todos somos responsables de lo que nos sucede… y de lo que nos sucederá. Todos, sin excepciones. Tanto en los países ricos como en los países pobres. Tanto en las clases ricas como en las clases pobres.

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