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Hacia otro modelo de desarrollo

Por Antonio Sánchez Hernández
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antonioasanchezhgmailcom/16/16/22
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domingo 04 de febrero de 2018, 12:00h
Primero fue el período mercantilista, basado en el comercio mundial. Luego la libre competencia basada en la industria mundial. Luego la etapa del monopolio, donde primó la fusión del capital financiero con la industria mundial. Y ahora luego de estos tres largos períodos económicos todo se globalizó, el mundo se torna muy cercano, las comunicaciones duermen ya en nuestras camas, y se funde la banca mundial con el narcotráfico, cada vez a un ritmo más acelerado, donde uno lava y el otro plancha: un ciclo de expansión infinito, aquel que dejó atrás, casi en el olvido, a las tierras vírgenes, a las regiones de aguas estancadas, a las minas inacabables, a las familias nucleadas en una prole numerosa, a los bosques infinitos, a la abundancia de tierras y aguas, a los propios organismos internacionales.

Un ciclo de desarrollo que borra del mapa las buenas costumbres, tradiciones y enseñanzas patriarcales y que en busca de la libertad, basada en el alto consumo, nos guía supuestamente a todos, hacia economías libres de mercado.

Todo parecía bien, un modelo bien estructurado hasta que entramos en la economía espacial y se logró orbitar la tierra en apenas ochenta minutos y no en ochenta días por vía marítima. Desde entonces se supo que la tierra es apenas un punto en la galaxia y el mundo nos quedó pequeño para tanta población, y al igual que los recursos, este tiempo de alta velocidad devino real: las generaciones se quebraron en su continuidad y el mundo colectivo y las fronteras nos parece ajeno; no valió el definir la mecedora o la hamaca: simplemente el mundo campesino había llegado a su fin.

Falló el modelo capitalista únicamente en la desigualdad de los ingresos: mientras los recursos fueron explotados vorazmente por un núcleo reducido de países, la historia fue congruente. Luego, casi inmediatamente, los límites del nuevo orden se desplomarían en la medida, en que todos los factores de producción: capital, trabajo, recursos naturales y tecnologías, se internacionalizaron y todas la naciones, ricas y pobres, empezaron a interrogarse, como el hombre moderno, el del siglo XX1, sería capaz de conciliar, pobreza y riqueza, con la vida errante, con emigraciones gigantescas.

Todo comenzó a arruinarse desde el momento en que comprendimos que el planeta tierra, sede del experimento social, era un cuerpo errante, un pequeño punto de una infinita galaxia, donde la democracia era el resultado de la modernidad, no el camino hacia ella, donde crecimiento y desarrollo son conceptos distintos, porque se hizo evidente que en la mayor parte del planeta tierra seguían coexistiendo: el burro y el avión, los analfabetos y la buena poesía, las chozas y las fábricas, en completa desarmonía.

Entonces y sólo entonces, los altos costos de este moderno modelo de globalización del desarrollo fueron evidentes: todo se encareció, ya no hay países baratos, todos los países son caros o ultra caros, ya no hay término medio, la inflación es elevada y es mundial, y además los países líderes, los ricos, tienen problemas tan graves de contaminación ambiental y provocan daños tan incalculables al equilibrio ecológico y demográfico del planeta que continuar esta forma de desarrollo es un suicidio para una parte considerable de la población mundial: exactamente para dos mil millones de personas de un total de 7,5 mil millones, los excluidos, los más pobres del planeta: hoy ya es una población sobrante, excedentaria, que no encuentra empleo aunque lo busque y que emigra desesperada, masivamente, hacia los países más ricos y hacia países de desarrollo medio como R.D., caso de los haitianos. Así, Europa se llena de emigrantes de mayoría musulmana que vienen con sus mezquitas. EEUU se llena de emigrantes pobres de todas partes del mundo, creando muros fronterizos en la frontera con Méjico, por solo citar dos ejemplos.

Ya no se trata de un problema político provocado por la guerra fría: este oeste, norte sur. En la loca carrera hacia la modernidad, estábamos por regresar a las tradiciones vencidas: entonces quienes tenían la razón eran los aztecas desde la guerra fría. Para ellos los puntos cardinales eran cinco, no cuatro: norte, sur, este, oeste y centro. Las primeras cuatro direcciones se movían y al moverse, cambiaban la colocación y el significado del caminar humano: el centro, siempre igual a sí mismo era el eje del universo. La dificultad consistía en encontrar ese centro. Ahora en el siglo XX1, en tiempos de globalización, nos movemos cada día a mayor velocidad y así nos extraviamos siempre. Globalizados, el siglo XX1 es y será el siglo de las mayores emigraciones en toda la historia del mundo. Por ejemplo: desde ya el 40% de los dominicanos pobres preferirían emigrar a otras latitudes, preferiblemente a los E.E.U.U. según encuestas recientes. Lo mismo sucede con los demás países latinoamericanos.

Ahora que todo se discute en encuentros mundiales, se evidencia que no hay posibilidad real de integración entre países pobres y ricos en igualdad de condiciones. Es hora de que los pobrecitos de la tierra y los hombres modernos de Sur se replanteen sus ejes de desarrollo, sin perder la brújula, el centro, quedándose quietos e integrados a una fuerte dimensión ecológica. Reforestar. Reforestar. Reforestar. Hasta que nos olvidemos de Colón, de los viajes al Cosmos, de nuestra pequeñez galáctica, del hueco en la capa de ozono y de las emisiones de gas carbónico. Reforestar, hasta que volvamos a una infancia perdida, a nuestros sueños de niños. Hasta que cunda en nosotros la voluntad de proteger las especies, porque si la Antártida ha podido ser preservada de toda explotación minera durante cincuenta años, nosotros podríamos dedicar ese mismo tiempo para demostrarnos que somos un país forestal, siempre que los ruiseñores canten nuevamente y nos digan la verdad. Y que la alta emigración ilegal haitiana, ya enclavados en nuestras tres cordilleras, con su cultura de tierra arrasada lo permita y nutran de leña y carbón a todo Haití.

Educar. Educar. Educar. Para que no seamos ciegos y evitemos todo tipo de ceguera social y política. Para que nos demos cuenta del error que significa el elegir a nuevos o viejos caudillos, que es lo mismo que sacar de la nada, algo que siga siendo nada, al mismo tiempo que es todo. Una educación distinta que cree destrezas laborales, artísticas, musicales, idiomáticas y deportivas, para que evitemos decir que nuestra educación es un fiasco, casi una estafa.

Salud. Salud. Salud. Porque si no podemos garantizar salubridad a las personas humildes dominicanas, nunca podremos hacernos cargo y dar servicio y tranquilidad a la pobreza ajena, a nuestros vecinos haitianos, aunque queramos: no tenemos recursos para integrar el sistema de salud de R.D. a los dos países. Busquemos atención internacional. Vayamos a los organismos internacionales y planteemos el problema imposible de la fusión de los dos países en salubridad y en empleos insuficientes. Negociemos con Haití sin tener un mezquino dólar en la frente. Ayudemos a Haití buscando soluciones reales internacionales. Saquemos la política partidaria de esos predios antipatrióticos y hagamos justicia.

Separar los tres Poderes del Estado, como en EEUU, pensando en cual debería ser el tamaño del mismo. Cada país necesita un Estado que se ajuste a su cuerpo, como cualquier traje o vestido bien acabado.

Si no lo hacemos, jamás tendremos instituciones de respeto y confiabilidad en R.D. lejos de la corrupción y la impunidad. Nunca. Y una cosa muy importante: los mercados no pueden ser ciegos, ninguna persona debe ser conducida por la mano ciega del mercado. Se necesita un consenso permanente, una capacidad idolatrada para reunirse y conversarlo todo, a fin de evitar, que el monólogo, esa inercia constante, ese arte de prorrogarlo todo para después, desaparezca para siempre, de la misma forma que ya la globalización del mundo está enterrando las nociones de países en vías de desarrollo y países desarrollados…La pobreza es ya tan extensa en el mundo que hasta en los países ricos hay serios problemas de estabilidad de empleos en una parte de la población desarrollada. Hay pobreza real: hay otra vez marginados bajo los puentes de París, por sólo citar un ejemplo y Moscú con su atrevimiento constitucional capitalista ha llenado sus ciudades de mendigos y ha convertido a Moscú en la ciudad más cara de Europa, cuando siempre fue la mas barata.





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