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La mierda de libertad de Prensa que dicen que tenemos en España

Por Fernando Jáuregui
miércoles 03 de mayo de 2017, 22:59h
La verdad es que procuro siempre huir de comentarios sobre la celebración de esas ‘jornadas mundiales’ que suelen ser inventos comerciales o de las Naciones Unidas para justificar su gris y tantas veces anodina existencia, en la que los conflictos del planeta se observan, pero nunca se resuelven. Esta vez, porque creo que los lectores tienen derecho a saber algunas cosas, haré una excepción y voy a referirme a esa jornada mundial de la libertad de Prensa, que la Asamblea de la ONU decidió, hace casi un cuarto de siglo, que se celebrase el 3 de mayo. Y es que me temo que nunca ha habido en España, y si usted quiere en el mundo, más medios de comunicación y, sin embargo, menos comunicación entre los representantes y sus representados. Nunca, o casi nunca en los tiempos democráticos, he apreciado menos transparencia entre los poderes y los encargados de transmitir a la opinión pública lo que ocurre, es decir, los medios: prensa, radio, televisión, redes sociales…

Decidí escribir esta columna el pasado sábado, en la surrealista –a él le hubiera encantado, sin duda—ceremonia de cremación de mi amigo, un gran periodista llamado Miguel Angel Bastenier, que, como yo mismo, desdeñaba estas conmemoraciones ‘mundiales’ que, decía él, no sirven para nada. Sé cuánto le indignaban algunas actitudes de partidos ‘emergentes’ que insisten en no hablar sino con aquellos periodistas a los que creen que pueden convencer de sus postulados: ¿es eso libertad de expresión?¿Lo es la circulación de ‘tramabuses’ que todo lo mezclan, en medio del jolgorio mediático?. Sé también cuánto le molestaban los tejemanejes en los palacios de gobierno –y de oposición–, donde se trata de prescindir de informadores molestos; no solamente en las grabaciones de Ignacio González con sus compinches se insulta con los peores adjetivos a los periodistas que cumplen con su obligación de no dejarse convencer, así, sin más, por las apariencias y por las protestas de honradez.

Quiero decir que en España, aunque con mayores cautelas y mucho más civilizadamente, y limitándose a los ámbitos privados, se comparten esas opiniones descalificatorias hacia los medios que tan grosera e impúdicamente exhibe ese recién llegado a los poderes que es Donald Trump, un tipo que, sin duda, dará grandes jornadas de gloria a los titulares de prensa, que siempre se acaban tomando la revancha. O esa Marine Le Pen, furiosa cuando el entrevistador no es tan dócil como ella, que afortunadamente creo que nunca llegará a la presidencia de Francia, país cuna de la libertad de pensamiento, hubiese deseado.

Sí, he escuchado en labios oficiosos (y oficiales) opiniones sobre algunos de mis compañeros que he tenido que frenar en seco ante mi interlocutor, aunque quizá otras críticas, sobre personajes muy determinados a los que me resisto a incluir en mi gremio, no pueda evitar compartirlas. Pero ‘ellos’, algunos de ellos, a los diversos poderes me refiero, no quieren que cumplamos nuestra función crítica: quieren utilizarnos para difundir sus mensajes, para airear –y lo consiguen, vaya que sí—sus proezas ‘autobusísticas’, la sal gorda dirigida al correligionario contra el que se compite. Quieren borrar esa definición sagrada de la noticia: “noticia es todo qquello que alguien no quiere que se publique”; lo demás se llama publicidad o peloteo. O algo peor.

Y ¡ay de ti! si no muestras el entusiasmo debido por el candidato, o por el candidato al que tu interlocutor impulsa desde la sombra: entonces llegarán, como le ocurrió a quien suscribe en el mentado crematorio con alguien que estuvo a punto de ascender a la cumbre, casi a negarte el saludo. ¿Es eso libertad de prensa, libertad de expresión? ¿Es una sociedad sanamente crítica a fuer de democrática?

No, no crea usted que eso de ‘libertad de prensa’, que los periodistas celebramos, cada cual a nuestro aire, el próximo miércoles –a mí me han invitado, mis colegas cántabros, a participar en un acto público, en el que, desde luego, diré algunas de las cosas que hoy escribo aquí–, es algo que solamente afecta a los informadores. Porque la información es, debe ser, uno de los grandes valores para el ser humano. Sin información, nada somos. Y no crea, porque cada día ofrezcamos algún nuevo detalle del caso Lezo’, por ejemplo, que este, el de los pactos subterráneos, el de las legislaturas ficticias, el de los comisarios –innombrables– maniobreros, el de los nombramientos cambalacheados, el de las maniobras fiscales y orquestales en la oscuridad, no crea, digo, que este es un país con una opinión pública informada. Hombre, aquí no matan a los periodistas como en México, ni los encarcelan como en Turquía, faltaría más. No, no nos matan. Pero a veces nos morimos, algunos, de asco.

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Publicado en La tropa periodística | Sin Comentarios »

Lecciones que PP y PSOE (y Podemos) deben aprender en Francia
Enviado por Fernando Jáuregui | 23/04/17
Europa se juega su futuro en la segunda vuelta de las elecciones francesas … y aquí sin entender el mensaje. Por ejemplo, la derecha, que se pone de perfil ante la corrupción, y hablo tanto de la Francia de Fillon como de la España de Ignacio González y tantos otros. Y la izquierda, empeñada en sus batallas intestinas sin darse cuenta, por ejemplo, de que ‘socialdemocracia’ es un término que empieza a oler a rancio. Porque los partidos socialistas se hunden, y, sin embargo, esta no ha sido una realidad suficientemente constatada y analizada en las tres campañas paralelas que discurren por nuestro país esperando imponerse en unas primarias que ya veremos en qué nuevo dislate resultan.

Los españoles estamos como anestesiados ante la constatación de que este ha sido un país políticamente corrupto, quizá porque sabemos, o intuimos, que ya no lo es tanto. Algo semejante me parece que les ocurre a los franceses cuando el magnífico ‘Canard Enchainé’ les cuenta las trapisondas ‘familiares’ de Fillon, tenido por la rectitud en persona hasta que el semanario satírico empezó a sacar sus vergüenzas. Y los españoles estamos como apáticos ante el debate interno de la izquierda, quizá porque sospechamos, como les ocurre, y lo he constatado nuevamente estos días, a los franceses, que es un debate sin sustancia: tanto da Benoit Hamon, que salió vencedor en las primarias del PSF con un programa incumplible, como Manuel Valls, que presume de tan moderado que ni siquiera apoyará al candidato de su partido, sino al centrista Macron. Que es quien más posibilidades tiene a día de hoy de, mediante alianzas y apoyos forzados, ser el próximo presidente de la República francesa, Dios nos oiga.

Nos preguntamos por qué ascienden los populismos. Pues precisamente por eso: porque en la derecha se instaló el pillaje y en la izquierda se agotó un mensaje sincero a favor de la ciudadanía. Y entonces, esa ciudadanía reacciona echándose en brazos hasta del diablo, sea extremista de derecha o de izquierda, suponiendo que el uso de esta clasificación tenga ya algún valor. Está ocurriendo en Francia, en Gran Bretaña –hay que ver cómo ha dejado Corbyn el laborismo–, en Italia, hasta cierto punto, pero mucho menos, en Alemania, donde Merkel es una referencia única de estabilidad y ganará sus elecciones de septiembre, aunque en gran coalición con el otro único socialdemócrata europeo que ha entendido el mensaje, o sea Martin Schulz. Y, claro, aunque con el retraso de siempre, está ocurriendo en España, donde Rajoy gana elecciones casi por inercia y por incomparecencia del contrario.

Veremos cómo reaccionan nuestros socialistas, a punto de batirse ya en las primarias, ante lo que ocurra en Francia. Seguro que ninguno dirá que es que el mensaje vigente en la Internacional Socialista de los tiempos de Mitterrand o Willy Brandt –o de Felipe González—ya no sirve. Y seguirán con los mismos, cansinos, tópicos que les estamos escuchando cuando les entrevistan pacientes colegas en los medios de comunicación, más porque nos sentimos obligados a respetar las reglas del juego de siempre que porque pensemos que lo que digan interesa a los lectores, oyentes a telespectadores.

En ese sentido, tal vez las elecciones del vecino galo sirvan para que algunos de por aquí pongan sus barbas a remojar. Los franceses son un pueblo culto, muy maduro políticamente, con un altísimo nivel de debate en los medios y en la calle. La campaña, que he podido seguir a trozos, ha sido muy interesante, porque los distintos modelos de sociedad han quedado patentes: ya no se puede engatusar a la gente con palabras huecas. Ni con promesas que todos saben que no se cumplirán. Pero eso, por estos lares, aún no lo han entendido quienes aspiran a representarnos y se aferran a la ‘vieja política’. Esa que hace que haya gentes cercanas al presidente que dicen, como alguien significativo me dijo a mí hace un día, que ‘menos mal que Mariano (Rajoy) se marcha a América esta semana y podrá descansar de todo el escándalo de Ignacio González’. Así que hala, a seguir haciendo (mentalmente, digo) las Américas, o sea, a seguir mirando hacia otro lado, como si lo de aquí dentro no tuviera solución. Que yo creo que la tiene, vaya si la tiene.

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