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La sociedad civil, estancada

Por Fernando Jáuregui
viernes 10 de febrero de 2017, 23:03h
Muchas veces repito que no sé qué tiene que ocurrir en Cataluña para que la parte de los catalanes que simplemente no quieren que siga este estado de cosas estalle. No sé si son el cincuenta y uno por ciento, o el cuarenta y ocho, que esto de las encuestas ya se sabe que es, como las veletas, cambiante en función de la coyuntura: solo sé que, hace apenas cinco o seis años, el porcentaje de independentistas no pasaba del 15 por ciento y que a un servidor Artur Mas le vino a decir, no hace ni una década, que el independentismo era ‘retrógrado’, creo que puedo citar textualmente.

Y ahora, el líder de la ‘independencia to be’, Artur Mas, se enfrenta a los tribunales por haber presuntamente organizado aquella consulta secesionista del 9 de noviembre de 2014. Y allí estará, este lunes, en los juzgados, arropado por miles de personas que lanzarán gritos contra ‘la justicia de Madrid’ y, claro, a favor de la independencia: habrá entre los manifestantes funcionarios que ese día hagan ‘moscosos’, profesores absentistas de sus puestos de trabajo y estudiantes universitarios huidos de las aulas.

Lo que no habrá, en la acera de enfrente, serán contramanifestantes que pidan, al menos, una cierta normalización de la vida política en esa Cataluña que, oportunismos judiciales o no, tan sujeta ha estado a la corrupción oficial desde los tiempos del primer Pujol en la oposición al franquismo hasta prácticamente ayer mismo.

Quienes me conocen saben que estoy en contra de la judicialización de la vida política, a favor de un trato especial autonomía por autonomía, reforma constitucional para declarar a Cataluña ‘nación dentro de la nación española’ e incluso la celebración de un referéndum, constitucional por supuesto, dentro de lo que significa el artículo 152.2 de la Constitución que, desde luego, no es un referéndum independencia sí-independencia no. La verdad es que cada día estoy menos seguro de que los negociadores Soraya Sáenz de Santamaría y Oriol Junqueras puedan encaminarse en algún momento por esta vía ‘intermedia’, que tan poco gusta tanto en los ambientes más ‘duros’ de Madrid –hay que ver cómo están las redes sociales– como en los más ‘irredentos’ de Barcelona. Pero es lo que hay, y me resisto a certificar el fracaso de la ‘operación diálogo’, que ni siquiera ha comenzado de veras. Porque si esta operación fracasa, el choque de trenes, tan anunciado desde hace un par de años, se producirá sin remedio. Y con todos nosotros, a uno y otro lado del Ebro, en los vagones de uno de los dos ‘aves’, que se dirigen a toda velocidad uno contra otro.

No acabo de entender cómo es posible que los partidos nacionales, que llegan como llegan –y no todos llegan del mismo modo, claro—a sus respectivos congresos, no han lanzado ya un programa coherente y coordinado de actuación en Cataluña. Más bien, se trata de poner sordina al tema catalán, como ya ocurriera en la pasada Conferencia de presidentes autonómicos. De Cataluña, mejor no hablar, al menos oficialmente: basta con apelaciones genéricas a la unidad, al sentido común, a la obediencia a lo que diga el Tribunal Constitucional o a la aplicación de ese artículo 155 que, si usted lo lee bien, no dice nada con sustancia.

Y así estamos certificando el cada día mayor alejamiento de los catalanes-manifestantes de los catalanes-mayoría silenciosa, que buscan alguna señal inteligente ‘desde Madrid’ a la que poder aferrarse. Y estamos ahondando, haciendo intransitables, claro, los seiscientos kilómetros de distancia entre la plaza de Sant Jaume y la Puerta del Sol. Gravísimo. Solamente la sociedad civil, esa que pretende organizarse en grupos mínimos entre los catalanes disconformes con la deriva loca de la Generalitat, podría solucionar esta situación. Pero son grupos, ya digo, mínimos: hay miedo.

Los medios, los intelectuales, los colectivos profesionales, el mundo de la economía, esos catedráticos con los que uno hablaba hace dos semanas y le expresaban sus aprensiones ante lo que viene, han de levantarse y hablar. Y encontrar comprensión en los cenáculos y mentideros madrileños, que no entienden que nada puede volver a ser como en los momentos en los que Tarradellas regresaba, con Adolfo Suárez en Madrid, a la Ciudad Condal desde el exilio. Se han cometido errores de bulto por ambos lados y han sido errores que llevan casi cuarenta años prolongándose.

Lo de este 6 de febrero a la puerta de los juzgados no puede repetirse. Estuve en Barcelona aquel 9 de noviembre, recorriendo las colas para depositar una papeleta inútil en urnas de cartón y escuchando a la gente que quiso hablarme, que fue mucha. Luego, Rajoy dijo que ‘apenas’ dos millones y medio habían acudido a esas urnas falsas, y apeló a que la mayoría silenciosa, los otros tres millones y pico que no habían votado, estaba con las tesis del Gobierno central. No lo sé, quién podría saberlo. Lo que sí sé es que, ahora mismo, ni a los independentistas ni a quienes no quieren serlo, ni a los indiferentes mas pasivos, les gusta esta situación.

Un ex presidente al que admiré me dijo un día que daba gusto gobernar a los españoles, que todo lo aceptan…hasta que estallan, y entonces, me decía aquel presidente, ya fallecido, se producen las grandes tragedias. Aquel presidente, Adolfo Suárez, fue capaz de llevar adelante con realismo el desafío que significaba el regreso de Tararadellas y cuanto eso comportaba.

Claro que ahora no están ni Suárez, ni Tarradellas, ni González, ni Carrillo, ni Fraga. Y todavía hay quien quiere cargarse la memoria de aquella transición, de la mejor transición. Solo nos queda, ya digo, la sociedad civil, que se levante y proteste. Antes de que todo, tren contra tren, se haya consumado.

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Oh, Dios mío: ¿más elecciones?
Enviado por Fernando Jáuregui | 30/01/17
¿Elecciones a la vista, en Cataluña y también, quizá, en el resto de España? Han vuelto a sonar, ay, los tambores de guerra. Al fantasma de unas elecciones europeas que se complican en Francia, Alemania y Holanda, que quién sabe por dónde van a salir, se viene a unir ahora el de otra marcha a las urnas en nuestro país. Con lo que 2017, que prometía ser el año del remanso de paz y la reforma política al menos aquí en casa, puede ser otro año de inestabilidad.

Dice el socialista Miquel Iceta, que es probablemente el político catalán más profesional y que más sabe, junto con Oriol Junqueras, por dónde soplan los vientos, que probablemente este año 2017 habrá elecciones autonómicas en Cataluña. O sea, unas más: ya casi se repiten cada quince, veinte, meses. La aprobación por la CUP de los Presupuestos de Puigdemont ha sido el pistoletazo de salida hacia ese referéndum independentista previsto para septiembre, que, como será ilegal, no servirá más que para enturbiar las aguas ya pútridas y, por tanto, no dejar otra opción al molt honorable president saliente, Puigdemont, que convocar elecciones ‘plebiscitarias’ (pero autonómicas, al fin) para el otoño.

Bueno, la apuesta de Iceta es verosímil, aunque pueden pasar muchas otras cosas, entre ellas que los no secesionistas catalanes se decidan a levantar la voz. O que, Dios mediante, se llegue a un acuerdo entre el Gobierno central de la negociadora Soraya Sáenz de Santamaría y la no tan irredenta Esquerra del mentado Junqueras, que sabe que no puede estar en manos de los minoritarios montaraces de la CUP, ni tampoco sacar adelante la independencia contra la voluntad del Estado.

En todo caso, ahí está el fantasma de las elecciones autonómicas catalanas. Y, por cierto, el de unas eventuales elecciones generales, ahora algo más creíbles tras los sucesos lamentables de este fin de semana. Claro que lo que quien suscribe califica como sucesos lamentables gira —-insisto, según mi criterio–, sobre el anuncio del ex secretario general socialista Pedro Sánchez de que se presentará a las primarias para regresar al cargo. Un millar largo de simpatizantes en Dos Hermanas acogió el sábado este anuncio, que destroza cualquier intento de reconstrucción de un partido, el Socialista, imprescindible para el equilibrio político de España, desde luego Cataluña incluida. El ansia de derribar el templo con los enemigos dentro, aunque las columnas le aplasten, como a Sansón en su pugna con los filisteos, ha movido esta decisión de Sáchez, azuzada por la ‘traición’ de Patxi López anunciando que él también se presentará a las primarias socialistas de mayo.

Con Sánchez, vuelve la amenaza del ‘no y no’ a cualquier cosa que venga del Gobierno del PP; solo que ahora sería peor, porque una hipotética –y creo que virtualmente imposible — victoria del ex secretario general en las primarias rompería al menos en dos partes el histórico partido de Pablo Iglesias. Pero, entretanto, el rechazo al apoyo de los socialistas a los Presupuestos del PP se consolidaría, haciendo no descartable que Rajoy hubiese de convocar elecciones cuando puede hacerlo, en mayo –menudo mes de acontecimientos—si no consigue sacar adelante las cuentas del Estado y para clarificar el nuevamente enrarecido panorama político español.

Claro que Rajoy es persona de pocas especulaciones, y forzarle titulares y avances es cosa imposible en estos tiempos de máximas cautelas: pues ¿no se han reunido los líderes del sur de Europa y no han logrado salir en las primeras páginas ni de los periódicos de Portugal, donde se celebró la ‘cumbre’ y desde donde escribo? Nada, que ni el griego Tsipras, ni el ‘pato cojo’ Hollande, son capaces de posicionar a Europa frente a la amenaza cierta de Trump. Y menos aún lo iba a hacer Angela Merkel, que ayer mantuvo una dicen que sosegada charla telefónica con el presidente norteamericano.

Así que si ni siquiera ante las realidades presentes, incluyendo el inminente congreso del PP, se puede hacer que Rajoy se decante, figúrese usted lo que sucede ante hipótesis de futuro, como en qué condiciones podría el inquilino de La Moncloa forzar un adelanto de las elecciones generales o si prefiere eso a mantener unos meses más los actuales. Presupuestos en caso de no lograr los suficientes apoyos para unos nuevos.

Personalmente, no creo en tal adelanto, pero tampoco creía en que Sánchez cometiese la locura de concurrir a sus primarias, o que los franceses eligiesen a ‘estos’ candidatos, a derecha e izquierda, para combatir la amenaza de Le Pen. O, ya que estamos, cómo sospechar con antelación la amenaza que puede llegar del otro lado del Atlántico. O, por fin, cíteme usted a un solo comentarista que hubiese sido capaz de anticipar lo que ocurrió en España entre septiembre de 2015 y noviembre de 2016. Nada, que esta está siendo la era del fracaso de futurólogos, cronistas políticos y expertos en sondeos.

Lo increíble, en estos tiempos de locura, es lo más creíble, así que puede que no sea tan mala táctica la de Mariano Rajoy, el hombre que está demostrando ser quien mejor sabe, en toda la vieja Europa, callar, esperar, y no actuar, exceptuando en el ‘ranking’ a su ya antigua amiga Angela Merkel, naturalmente. A esperar tocan, por tanto, que parece que nos llegan semanas de agitación sin paliativos.

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personajes clave
Enviado por Fernando Jáuregui | 30/01/17
Siete días trepidantes

LOS PERSONAJES (NO MINISTROS, CLARO) CLAVE

Fernando Jáuregui

Acaso demasiados años de observación desde la barrera de los acontecimientos políticos me han convencido de un hecho que considero irrefutable: las personas son lo más importante, mucho más que las propias organizaciones y, desde luego, que las regulaciones, para el desarrollo de las instituciones y, en definitiva, para el buen gobierno de los ciudadanos. No es lo mismo un Rey, aunque reine pero no gobierne, que otro, ni un presidente del Ejecutivo que otro, ni un ministro/a de Defensa que otro/a, por ejemplo. Pero, al margen de los nombres y rostros más conocidos, el arquitrabe del Estado se compone de muchas figuras que, de alguna manera, nos representan, rigen sobre la sociedad civil y hacen, en definitiva, que las cosas sean de una manera o de otra. Y no quiero ya, ay, hablar de ciertas figuras del panorama internacional, que llenan de aprensión a las cancillerías de medio mundo y a los periódicos de todo el planeta; dejémoslo por hoy, pero claro que no es lo mismo, por muchos contrapoderes que usted quiera colocar, un presidente del país más potente del mundo que otro. Temo que lo hemos de ver.

Y, entonces, refugiándonos apenas en el panorama nacional, destaca que figuras de la endeblez de un ya ex senador de Esquerra y ex juez sectario hacen incluso tambalearse la Generalitat catalana, sometida a su propia máquina de la verdad (o de la mentira); o el proyecto de designar presidente del Tribunal Constitucional, nada menos, a alguien a mi juicio claramente inadecuado para (volver a) prestigiar tan importante institución ha provocado un revuelo político-jurídico que no ha tenido el suficiente eco, a mi entender, porque, como casi todo lo relevante en este país nuestro, se ha mantenido en las alcantarillas de la semioscuridad. O ya ve usted en qué deparó el creo que afortunadamente breve mandato en uno de los dos principales partidos nacionales de un personaje que sigue recorriendo las Españas sin recapacitar en la verdad de aquello de ‘non bis in idem’. Y, siguiendo con los ejemplos sin nombre ¿acaso cree usted que es baladí la pugna entre dos personalidades que se dicen tan amigas, pero tan encontradas, en una formación emergente que anhelaba corregir la plana a la Vieja Política?

Pues claro que no. Que no solamente de reyes, presidentes y ministros ( y alcaldes y alcaldesas) dependen el bienestar, la confianza y la seguridad jurídica de la ciudadanía. ¿Cómo va a ser lo mismo un delegado del Gobierno en Cataluña que otro, un molt honorable president que otro, una viceresidenta del Gobierno central que otra, una secretaria general de un partido en el poder que otra/o? Pues eso es lo que yo digo: que, por ejemplo, los servicios secretos no funcionaron siempre igual (de bien, quiero creer) bajo un mandato que otro, ni los medios públicos de comunicación, ni el Instituto Cervantes, ahora tan bien encauzado, por poner ejemplos de toda guisa.

Y esa ha sido, y me inclino a pensar que ya no lo es tanto, aunque siga siéndolo, una de las tragedias de nuestra España: que no siempre ha estado, ni está, ‘the right man in the right place’, como reza el aforismo que tan bien ha sentado a las instituciones norteamericanas (hasta ahora, digo). El dedo designador, tantas veces acuciado por enchufes, cuñadismos, tráficos de influencias o corruptelas, se equivoca, sin duda, mucho más que los electores, aunque ya veamos lo que está pasando en Estados Unidos, o en esa Francia escandalizada por los ‘desvíos’ de su candidato presidencial de la derecha o los extremismos del de la izquierda. “Las personas, amigo, son las personas lo que cuenta”, le atribuían algunos, espero no equivocar esta única ‘negrita’ de la crónica, a Jefferson. Y ahora, en estos momentos, en este país, el nuestro, estamos pendientes de relevos, designaciones y elecciones internas verdaderamente clave. Porque no son iguales unos que otros. Ni muchísimo menos.

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Ya lo decía Ortega: hay que conllevarse
Enviado por Fernando Jáuregui | 26/01/17
Convengamos, por ejemplo, que en el único sitio en el que se ha hablado de la comparecencia de Puigdemont en el Parlamento Europeo ha sido en Cataluña y, más aún todavía, en el resto de España. Una escandalera notable, olvidando varias cosas, entre ellas que el hecho de ocupar una sala del europarlamento para dirigirse a una serie de convocados, por invitación de un eurodiputado, es bastante sencillo: sin ir más lejos, quien suscribe tuvo la oportunidad de hacerlo, algunos años atrás, por invitación del presidente del Partido Popular Europeo, ‘Tono’ López Istúriz. Y la repercusión internacional de aquella comparecencia, que versó en torno al mundo educativo y laboral, fue, lógicamente, nula. Eso sí, no disponía yo de fondos públicos para anunciar mi comparecencia en diarios como Le Monde o Le Soir , ni tenía relevancia alguna como para que los medios nacionales se hiciesen eco de mi presencia en Bruselas.

Quiero con ello decir que resulta algo provinciano creer que el hecho de ocupar un estrado en el Parlamento Europeo, que es algo al alcance de casi cualquiera, resulta un hito en la diplomacia catalana: ocurre simplemente que la Generalitat dedica abundantes recursos a establecer representaciones (“embajadas” dice el conseller de ‘asuntos extranjeros’, Romeva) en el exterior, y no pocos euros a publicitarse, como ha sido el caso de esta comparecencia de Puigdemont en Bruselas. Lo demás lo hacemos nosotros, discutiendo si son galgos o podencos, o poniendo a caldo a un ministro que se atrevió a decir que el president de la Generalitat estaba en su perfecto derecho (y lo está) de hablar de lo que le dé la gana en el foro que quiera. Y me parece que es un derecho, a esa libertad de expresión, que hay que preservar sobre todas las cosas, lo que no se siempre se hace en este país cainita.

Cuestión diferente es cómo se enfoque ese derecho, a veces abusivo, que ejerce un sector de los catalanes. Y digo un sector porque ciertamente no todos están de acuerdo en las tesis independentistas, aunque la mayoría sí lo estén en que hay que celebrar algún tipo de consulta. Y muchas veces las reacciones que se producen en el resto de España ante esos abusos que llegan desde ciertas autoridades catalanes son excesivas en su belicosidad o en su intransigencia: ni se debe judicializar la vida política en lo relativo a las relaciones Cataluña-resto de España ni hay que desenterrar constantemente el hacha de guerra legal, porque hay muchas maneras de aplicar la ley y muchas circunstancias en las que el abuso de la aplicación de la misma conduce al legado romano de ‘summa lex, summa iniuria’. Creo que el Ejecutivo de Rajoy ha comprendido, al fin, esta innegable realidad.

Mucho más productivo me parece ir preparando el futuro. Sobre todo, el poselectoral catalán, suponiendo que esta Comunidad Autónoma esté abocada a celebrar pronto unas elecciones si el diálogo instaurado, y bien instaurado, desde la vicepresidencia del Gobierno central acaba por no dar frutos.

La situación ahora es la siguiente: el principal interlocutor de la Generalitat, que no es el saliente Puigdemont, sino el creciente Oriol Junqueras, sabe que simplemente no podrá llevarse a cabo, de manera que produzca efectos, un referéndum en los términos independencia sí-independencia no. Ni España, ni esa Europa tan anhelada por el actual ocupante de la Generalitat, ni al menos la mitad de los catalanes, que no quieren alterar su actual estatus, lo podrían permitir. Y el Gobierno central, a su vez, con Soraya Sáenz de Santamaría a la cabeza, es consciente, como lo son hasta los más intransigentes, de que algún tipo de consulta habrá que realizar a los catalanes, tratando siempre, desde luego, de ajustarse a la Constitución.

Y claro que la Constitución, y la propia normativa del referéndum, permiten esas consultas autonómicas, en torno a un nuevo Estatuto de autonomía (art 152.2), que dice que los Estatutos (de autonomía) “solo podrán ser modificados mediante los procedimientos en ellos establecidos y con referéndum entre los electores inscritos en los censos correspondientes”. Reformemos, pues, el Estatut, mejorándolo en pro de los catalanes, y sometámoslo a continuación a referéndum… incluyendo en ello las modificaciones constitucionales pertinentes, que se hayan ido pactando con alguien con un sentido tan pragmático de la vida como quien es ya, de hecho, el personaje con mayor poder en la vida oficial catalana, es decir, el líder de Esquerra.

Ya sabemos que esta ‘solución’ no será el arreglo final y definitivo, sino un capítulo más de aquella ‘conllevanza’ que Ortega y Gasset recomendaba en las relaciones del Estado con Cataluña. Pero, al fin y al cabo, ¿no ha sido sino una mal llevada conllevanza por ambas partes lo que ha incrementado el porcentaje de independentistas? Eso, claro, y los silencios: resulta difícil de entender que, en la pasada ‘cumbre’ de presidentes autonómicos, el ‘tema catalán’, que estaba en todas las mentes, se tratase como un asunto de rutina, casi de pasada. Y más difícil me resulta aún comprender que los principales partidos nacionales, que se afanan preparando sus respectivos congresos para estos días, orillen en sus documentos de debate el principal de los problemas políticos que tiene el país., es decir, esa tentación secesionista de una parte de los catalanes.

Ese toro algún día, y más bien pronto que a medio plazo, habrá que agarrarlo por los cuernos, ver hasta dónde están ambas partes dispuestas a transar y eso, conllevarse. Que, todo bien mirado, tan, tan mal no nos ha ido desde que, en 1977, se inició la primera transición, y Tarradellas y Adolfo Suárez decidieron, sí, conllevarse, que nos conlleváramos. Y es lo que hemos venido haciendo hasta que las mutuas torpezas nos han llevado hasta donde estamos.


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Cuando se quiere fomentar el voto, es fácil y barato
Enviado por Fernando Jáuregui | 22/01/17
voto francia
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(imágenes de los carteles en los locales de votación franceses este domingo)
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Cuando escribo este comentario los tiempos periodísticos me impiden conocer el resultado de la votación entre los siete candidatos socialistas franceses que, este domingo, se enfrentaban en primarias para saber qué dos finalistas concurrirán el domingo próximo a las urnas ‘internas’ y, así, elegir al vencedor que, en nombre del socialismo galo, estará en las elecciones presidenciales frente a Le Pen, Fillon, Macron…Imposible, por tanto, aventurar a esta hora un pronóstico acerca de quién será el hombre –solo una mujer, con escasas posibilidades, concurría—que estará representando a una cierta izquierda intentando ser el presidente del país vecino. Pero, entretanto, habrán dado, como antes lo hizo la derecha, una lección de democracia, movilizando a millones de personas que, inscribiéndose en una lista previa –no hace falta ser militante—y pagando un euro (o dos) por votar, sienten que han participado en el proceso político desde el comienzo.

Y entonces, claro, uno, que, desde hace mucho, piensa que la democracia española es perfectamente mejorable, siente una cierta envidia: con todos sus defectos, que no son pocos, y aberraciones, que algunas hay, Francia sigue estando bastante pasos por delante de unas formaciones políticas españolas que, de nuevo, dan el espectáculo de la pobreza dialéctica, de los egoísmos personalistas y, sobre todo, de una alarmante falta de transparencia en los procesos internos.

Claro que en el debate político español, en esos ‘road shows’ tan peculiares en los que los/as candidatos/as a ser candidatos/as piden apenas ‘unidad’ a un puñado de militantes congregados para escucharles, no parece haber calado aún la alarma ante lo que está pasando en el mundo y la necesidad de fortalecer doctrinas políticas sólidas en Europa. No puedo dejar de afligirme ante el espectáculo que veo en el país más poderoso de la tierra, tomado al asalto por alguien que, al son de ‘My Way’ en el baile presidencial con su dicen que elegante esposa, rememora los tiempos de Sinatra, si no otros anteriores, en los que las damas negras habían de sentarse en la parte posterior de los autobuses. Y entonces todas mis esperanzas se centran, ay, en Europa, donde nos convulsionamos ante la evolución del Brexit interpretado por la señora May o con los ‘selfies’ en los que la señora de la ultraderecha francesa se inmortaliza con el caballero de la ultraderecha holandesa, que, encima, podría ganar este año las elecciones en su país, toma ya.

Algunos hemos denunciado ya la alarmante falta de visión internacional de nuestra clase política, tan atareada en unos congresos nacionales que les sirvan para amarrar el poder de sus actuales dirigentes, de manera que pervivan también en el futuro. Quitando a alguno en Podemos, no he escuchado a nadie referirse a la amenaza de una alianza Trump-Putin: solamente se nos dice que habrá que esperar a ver en qué deviene el estrafalario nuevo amo del mundo, un tipo que ayer escupía a la CIA y hoy se inclinaba ante ella. Incluso el Papa, en su infinita prudencia, ha ido algo más allá, al referirse a los peligros de los liderazgos sobrevenidos en tiempos de crisis.

Aquí, en fin, andamos en el ombliguismo, mientras en Francia votan millones de ciudadanos en las primarias. Aquí andamos en que si hay enredos en la oscuridad de ex dirigentes socialistas para potenciar –o hundir– a actuales aspirantes a dirigentes socialistas; o mareando perdices sobre si la presidenta andaluza concurrirá o no a unas hipotéticas primarias que ella quisiera ganar en solitario; o alarmándonos sobre si ‘el automovilista’ que ejerció la secretaría general del PSOE acabará irrumpiendo en el ‘saloon’ para participar en la balacera. Aquí nos desgañitamos, sobre todo los emergentes, acerca de cómo ha de votarse en sus congresos internos, o sobre si hay que mantener en el cargo partidario a una secretaria general que es, además, ministra nada menos que de Defensa. Menudo nivel.

Ya sé que en todas partes cuecen habas, desde luego. Y que uno no debería dejarse llevar por una excesiva admiración (o repudio) ante el espectáculo que vemos fuera de nuestras fronteras. Pero de veras pienso que, una vez que el viejo orden mundial parece haber saltado por los aires de la mano de un personaje imprevisible y de movimientos en las urnas que muestran el rechazo hacia un sistema endogámico, tenemos el derecho, y el deber, de proponer políticas nuevas. En las que los ciudadanos participen mucho más, en las que los medios de comunicación sean mejores, pero también más y mejor atendidos, en las que las instituciones no sean como vacas sagradas. A mí, esto de que la gente de la calle pueda votar a quien quiere que sea su candidato pagando un eurito, pues qué voy a decirle: la verdad es que me gusta. Al menos, me gusta más que lo que estoy contemplando en nuestros procesos congresuales. Y en el ‘procés’, madre de todos los ‘procesos’ que nos vienen, y que tampoco encara de frente nadie. Vive la France, hala.

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El cauto silencio de los nuestros
Enviado por Fernando Jáuregui | 21/01/17
trump corbata

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(a este hombre la corbata le llega hasta donde tiene el cerebro)
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Jamás el mundo había asistido a un discurso como el de toma de posesión de Donald Trump. He leído muchos adjetivos y calificativos (y descalificaciones, por supuesto) sobre ese discurso, que nadie, nadie, excepto, claro, los que ya sabíamos, ha podido apoyar en Europa. Los medios de comunicación, con muy escasas salvedades, se han lanzado a despellejar ese nuevo ‘América, para los americanos’, pronunciado de forma mucho más tamplona. Y una de las cosas más graciosas y acertadas que he leído en estas horas corresponde, desde luego, a un ‘cartoonist’, que suelen ser los que más dan en el clavo: “Trump, encantado: es imposible que decepcione”. Y, tras el discurso preocupante para lo que pueda venir, resuena el atronador silencio de los corderos, digo de los políticos, de la vieja Europa y, obviamente, de España: ¿exceso de prudencia o cautela recomendable?

Tengo por cierto que, si algunos miembros de eso que da en llamarse ‘clase política’ española expresasen en público lo que algunos les hemos oído en privado, el estruendo hubiera sido ensordecedor: hay miedo. Pura, dura y simplemente. Miedo. Y no seré yo, desde luego, quien critique la posición oficial del Gobierno de Mariano Rajoy, aconsejando ‘esperar’ a ver cómo se desarrollan los acontecimientos en los Estados Unidos. Lo que ocurre es que eso lo decían, el propio Rajoy y el nuevo ministro de Exteriores, Alfonso Dastis, antes de escuchar la sarta de tópicos demagógicos, egocéntricos y simplistas, trufada con amenazas, que compendió el discurso ‘trumpista’, que tan mal ha caído, al parecer, en las comedidas filas demócratas y en las de los republicanos levantiscos. América, la profunda y la del progreso, ha quedado (aún más) partida en dos. Y lo que en los últimos sesenta llamábamos en la Universidad ‘el Imperio’, o sea nosotros, anda tan boquiabierto que no ha permitido, al parecer, que representante público alguno de cierta relevancia en la Vieja Europa haya logrado articular palabra.

Aquí, en la vieja España, andamos tan ensimismados con las luchas por el poder intestinas en los partidos, quizá excluyendo al que ocupa el poder, que bastante ocupado anda administrando los problemas que nos vienen, que los políticos no han encontrado tiempo para analizar de manera suficiente (bueno, de manera alguna) lo que está ocurriendo en este mundo occidental, para no hablar del oriental: una América archiproteccionista se alía con una Gran Bretaña aún más aislacionista y tienen enfrente a una China comunista que resulta que es liberal y todo ello se complementa con una Rusia que vuelve a la era grandiosa y despótica de los zares de la mano de Putin, cada día, parece, más poderoso e influyente: ha encontrado a un presidente de los Estados Unidos, nada menos, que ha caído fascinado en las garras del oso soviético, digo ruso, perdón.

No diré que ha llegado la hora de los ‘hackers’ internacionales, porque ya estaban aquí: ahora los harán subsecretarios de Estado. El caso es que la Casa Blanca, esa que ahora confiamos apenas en que esté equilibrada por los ‘contrapoderes’, enfila una nueva era que de verdad es una nueva era, de la mano del personaje más peculiar que ha llegado a la política desde Bokassa, Beppe Grillo, Berlusconi, Chavez o Coluche. Pero todos ellos o son caricatos o han tenido un poder mucho más limitado que ese individuo de pelo anaranjado que ha revolucionado la ética, la estética y hasta la metafísica de un sistema. Un sistema que, mal que bien, iba tirando, aunque parece que ha, hemos, abusado tanto de ese equilibrio complicado instaurado en Bretton Woods, lo hemos hecho tan injusto, que hemos acabado por traer al poder, de la mano de los votos, a eso, a auténticas caricaturas. Ni el más disparatado de los ‘cartoonists’, ni el guionista cinematográfico que inventó a ‘mister Chance’, ese personaje inolvidable, pero creíamos que imposible, de Peter Sellers, hubiesen imaginado esta broma que nos ha gastado el destino. Broma pesada, tan pesada como el increíble discurso de Trump.

Y, ya digo: aquí (y en los países tópicamente llamados de nuestro entorno), punto en boca. Que bastantes problemas tienen los ‘populares’ pensando si mantener a la señora Cospedal en la secretaría general –aunque ya digo que entiendo la cautela del Gobierno del PP–, los socialistas cavilando en si Sánchez triunfará en la plaza de Sevilla, los morados leyendo los insulsos papeles de ‘pablistas’ versus ‘errejonistas’ y ‘bescansistas’, y los anaranjados –hombre, como el pelo de Trump—preparando su congreso ‘riverista’. Y todos, mirando hacia Cataluña, que está en el lado geográficamente opuesto a los Estados Unidos. Y así, entre mirar al nordeste y a sus propios ombligos, ¿cómo diablos iban a encontrar tiempo para ilustrarnos a nosotros, el vulgo ignorante, acerca de lo que piensan del nuevo orden mundial que se nos ha echado ya encima de la mano de un marciano con corbata roja, que le llega hasta donde parece tener el cerebro?

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hoy sí que empieza, ay, una nueva era
Enviado por Fernando Jáuregui | 20/01/17
Mucho, pero mucho, nos gusta a los periodistas anunciar la llegada de nuevas eras. Llegan unas elecciones generales, llega un nuevo líder, la UE da un paso que creemos decisivo en busca de nuevos –o no tan nuevos– horizontes, el hombre pisa la luna, tenemos dos papas…Yo qué sé. Pero, en cuarenta y tantos años de vida profesional me va usted a permitir, quien tenga paciencia de seguir leyendo, asegurarle que jamás, en mi vida, me he encontrado ante un momento tan presumiblemente rupturista en la Historia contemporánea. Ni cuando cayó el muro de Berlín, ni cuando un negro –de trayectoria admirable, aunque se me discuta—llegó a la Casa Blanca. Ya solo sé que la toma de posesión de un personaje como Donald Trump, su ascenso a la figura de personaje más poderoso del mundo, ha roto todos los esquemas de lo políticamente correcto, de lo convencional, de lo normalmente informativo, puede que incluso haya dinamitado, para mal, las bases del sistema.

Temo a Trump. Ya sé, ya sé que no estoy solo en mi terror. Soy, apenas, uno más de los que se espantan ante el personaje. Temo lo peor, porque no creo en su lenguaje almibarado: el tipo –no es falta de respeto: es todo un tipo—es como ha demostrado ser en muchos años, setenta años de purpurinas, novias glamurosas y mucho más jóvenes, de hacer la ‘cobra’ a los impuestos, despreciar a mis compañeros periodistas, acosar al diferente, insultar a actrices eminentes, pedir la pena de muerte para gentes a las que luego se arrima. Y la alianza que viene con Putin y con quienes a mí, lo siento, me producen terror mucho más que curiosidad.

No quiero andar con medias tintas. Me disgusta profundamente culminar casi medio siglo de carrera teniendo que comentar la llegada al poder máximo de alguien como Donald Trump. Una cosa es segura: llegan malos tiempos para eso que, al menos para mí, es tan sagrado como la libertad de expresión. Me gustaría mucho, hoy, escribir sobre otra cosa: la transformaciòn de la decaída socialdemocracia –algún compañero de tertulias, tan interesante como José María Fidalgo, me acusa de estar obsesionado por el tema–, el esperanzador diálogo en Cataluña, las primarias francesas, la subida de la luz, hasta el frío que hace, yo qué sé. Pero hoy me resulta imposible escapar de la amenaza Trump.

Solo me consuela pensar que siendo como es, acabará metiendo la pata, o la mano, quién sabe, esperemos que sin demasiadas consecuencias negativas para el planeta, y entonces el a veces admirable sistema norteamericano ponga en marcha el impeachment y DT salga de la Casa Blanca por la puerta de atrás, rodeado de la infamia que quizá llegue a merecer. Acaba de llegar y ya ve usted, para qué le voy a engañar: me niego a aceptar la doctrina oficial, irremediable, de nuestrso representantes públicos que dicen, qué remedio, que hay que esperar a ver si los contrapoderes contraprograman al ciclón: yo, la verdad, ya estoy deseando que se marche. Ya sé que de nada vale decirlo, pero ¿y el derecho al pataleo? Eso vale, todo comprendido, por cuarenta y cinco años de ejercicio de una profesión, dieciséis mil crónicas. De las cuales esta es una de las más alarmadas que jamás haya escrito. Y lo peor es que sé que esta vez no voy a equivocarme, aunque ojalá me equivocase.

fjauregui@educa2020

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Crónica de la, ejem, ‘revolución’ que viene
Enviado por Fernando Jáuregui | 08/01/17
Acabó la tregua navideña y ahora empieza lo bueno. Que no digo yo que, desde que Mariano Rajoy ganó la investidura, no se hayan producido movimientos de noviembre hasta acá, vacaciones incluidas. Los ministros, como el de Fomento, o como la propia vicepresidenta, se retratan con el logo de la Generalitat catalana detrás, prometen inversiones y diálogo y aquí no pasa nada. Afortunadamente. Puigdemont da la campanada anunciando que se retira en un año, y las estructuras siguen impasibles, y por estructuras entiendo al flemático presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y al no menos impasible líder indiscutible de Esquerra Republicana de Catalunya, Oriol Junqueras, a quien digo yo que habrá que prestar mucha atención –bueno, Soraya Sáenz de Santamaría yo lo está haciendo—en los meses que vienen. Porque entre él, Ada Colau y el Gobierno central, con alguna ayuda de Iceta y de Albert Rivera, para lo que valgan, habrá de recomponerse el rompecabezas y rompecorazones catalán.

Así que la pelota está en el tejado de los mentados. Luego, de rebote, caerá un tiempo en el patio de los socialistas y puede que hasta en el de Podemos. Pero ambos han perdido, temporalmente, el derecho a gestionar la, ejem, ‘revolución’ –póngale comillas, por favor. Muchas gracias—que en tantos sentidos nos viene. Quizá algún día, hace exactamente un año ahora, podrían haberse hecho con el poder, mediante una difícil entente entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Pero ni uno ni otro tenían, ni tienen, y bien que lo han demostrado ambos, capacidad política para llevar sobre sus hombros una coalición que, a mi entender, hubiera resultado desastrosa para los intereses del país. Y mira que muchos llevamos tiempo abogando porque el PSOE entre en un Ejecutivo regeneracionista de gran coalición, presidido, porque es lo que toca según las urnas, por el tan mentado Rajoy.

El Partido Socialista es un elemento central en el equilibrio político, si no queremos ir caminando no hacia un sistema bipartidista, sino de monopartido. Lo que se ha hecho en el último año, desde el PSOE, desde Podemos y desde la extrema inestabilidad política catalana, ha sido fortalecer al Partido Popular, que ahora afronta su congreso con la única incertidumbre de si el dedo omnímodo rajoyano decidirá mantener o no a la secretaria general del partido, situada como está, dicen sus próximos, bajo el fuego graneado de maniobras orquestales en la oscuridad. Mira cómo tiemblo, pensará, sin duda, la esfinge: no tembló ni con Bárcenas, ni con los sobresueldos, ni con la Gürtel, y va a temblar ahora con una comisión parlamentaria sobre el Yak 42. O con que si le aprueban o no los Presupuestos. O con que si Cospedal sigue o no sigue. Vamos, anda…

Pero es que ocurre que ahora el PSOE se ha metido en un difícil proceso de reconstrucción y regeneración cuya culminación, mientras Pedro Sánchez, que es el gran culpable de todo, no se retire, va a ser extremadamente difícil. Y mira que el presidente de la gestora, Javier Fernández, hombre calmado y sufridor donde los haya, está aguantando el tipo, mantenido en pie desde Sevilla y otras baronías, por una vez de acuerdo en que el peligro es ese potro desbocado, con ambición de abismo, que es el dimitido, o defenestrado, ex secretario general. Aunque yo pienso, la verdad, que se trata ya de una anécdota, y una mayoría en el PSOE lo sabe: el único que no sabe que está políticamente muerto es el interesado.

En otro orden de cosas, lo de Vistalegre II y Podemos me parece que se contempla por la mayor parte de la ciudadanía como un juego ajeno de universitarios situados en la algarabía y en el ensimismamiento: Podemos podrá tener cinco millones de votantes, lo que es muy respetable y hasta admirable, pero no está sabiendo mantenerlos. Y todo el mundo ve que la formación morada así no puede seguir: haciendo y deshaciendo entre los tres o cuatro rostros que se repiten en los medios, uno de los cuales (rostros) dialoga con un leño, ya que no con su caballo. Uno se moriría de risa si no hubiese cinco millones de razones para morirse de pena.

Así se las ponían a Fernando VII, o a Felipe II, que versiones sobre el particular hay diversas, pensará Mariano Rajoy. Que ellos ladren, mientras nosotros, a lomos del PP, cabalgamos. Y, así, vemos que la esfinge monclovita sigue haciendo lo que le da la gana, sin cortapisas, aunque verdad es que quiere dar, y da, la sensación galileana de que ‘eppur si muove’. Sí, sin embargo, se mueve, aunque poco. Porque miren cómo se demora la puesta en marcha de los imprescindibles pactos con Ciudadanos, que es un partido menor, pero me parece que no en declive. Y cuyo líder, Rivera, que esta noche de lunes se encuentra con Rajoy, mantiene un cierto prestigio, dada la racanería de las encuestas en cuanto a popularidad de los políticos: él debería alzar su voz –lo hará, ahora que C’s va a celebrar su congreso—para ocupar su lugar a la hora de la regeneración, tan necesaria en estos tiempos en los que ministros y presidente vuelven a sacar pecho para presentar a nuestro país como ejemplo de Occidente. Es que nunca aprendemos o qué.

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